La persistencia de algunas características primitivas en lo ideológico y lo programático impiden los procesos de cambio político y de reestructuración e innovación económicas. ¿Somos víctimas del imperialismo, aceptamos el neocapitalismo, renunciamos a nuestra identidad y gobernabilidad?

Construir una política de Estado, desde el protocolo hasta las negociaciones con los acreedores, parece un imperativo categórico del ejercicio ponderado del poder: la libertad que pregonamos como primera prioridad de nación constituida, depende solo de la capacidad que tenemos de construirla con nuestra responsabilidad; deriva de nuestro conocimiento y nuestra ética, pero queda vinculada a la percepción de las relaciones internacionales, a la evolución histórica y económica del contexto geopolítico que nos rodea, de la toma de decisiones o escogencias políticas, del modelo de desarrollo adoptado y de las finalidades perseguidas.

La dependencia de la tecnología, de la continuidad del suministro de las materias primas fundamentales para el desarrollo del país y la producción de divisas, no pueden ser sustituidas por la posesión de armas que irresponsablemente están dirigidas contra los ciudadanos libres y pacíficos, ni pueden forzar una integración operativa con Cuba utilizando recursos que ni siquiera son suficientes para la administración ordinaria de la República, empobrecida por el despilfarro, la apropiación indebida, la corrupción.

En el Plan de Desarrollo 2007-2013, Hugo Chávez Frías afirmaba: “La construcción de un mundo multipolar implica la creación de nuevos polos de poder que representan la ruptura de la hegemonía de los Estados Unidos, en la búsqueda de la justicia social, la solidaridad y la paz…dentro un marco de un diálogo fraterno entre los pueblos del mundo, el respeto de la libertad de pensamiento, religión y la autodeterminación”.

La mistificación de la proposición es manifiesta en su magnitud por diferentes aspectos: en lo geopolítico, la referencia a “nuevos polos de poder” no se puede referir razonablemente a dos superpotencias, como son China y Rusia, de modo que el “marco del diálogo fraterno” es más coherente con la hipótesis de un polo constituido entre Cuba y Venezuela, naciones políticamente más cercanas y más necesitadas de aquella “autodeterminación”, en cuanto “decisión de los pobladores de una unidad territorial acerca de su futuro estatuto político”, así como la define la Asociación de Academias de la Lengua Española, a la cual se adhiere la Academia Venezolana de la Lengua, y no como presunta atribución jurídica que pretende impedir la injerencia extranjera en los asuntos internos, algo determinante para imponer límites a la definición de las áreas de influencia y a los intereses económicos y financieros de la nación o de las naciones preponderantes. En lo ético, requiere a priori que la práctica de la “justicia social, la solidaridad y la paz” sean características calificadas de la política interna que asegura el reconocimiento de la diversidad, los derechos humanos, la convivencia pacífica de los ciudadanos.

Si la finalidad política de las decisiones del Ejecutivo nacional se sintetiza en la afirmación de que “ni los Estados Unidos ni nadie podrá impedir a Cuba y Venezuela realizar la utopía del siglo XXI”, es decir, la fusión de Cuba y Venezuela en una única nación, se confirma para el pueblo venezolano que la “utopía” consiste en la ulterior profundización de la crisis a la cual está sometida y en el aumento de la miseria, para así pasar de lo quebradizo a lo catastrófico: los dos pueblos se encontrarán aunados y más apartados del mundo democrático, neoliberal, socialdemócrata y socialista, no solo por el retraso de la visión política y las condiciones económicas y sociales, sino como referencia y como espuela para la contra acción.

Ya que el poder tiene sus raíces en la independencia tecnológica y financiera, amén de la supremacía militar, se puede pensar solo que una ambición como la postulada presume la primacía del factor ideológico, que aunada a la capacidad destructiva del sistema del centralismo democrático adoptado, ha reducido a Venezuela a ser el país del mundo en el cual en las dos primeras décadas del siglo se ha determinado la mayor mortificación del “Ser” del hombre.

A la pregunta de justicia y de paz entre los distintos Estados, Emmanuel Kant señalaba que pueden tener sentido de una “utopía filosófica”, de un orden político trasnacional, pero que podían asumir también el significado de “paz perpetua” de enterramiento de la humanidad. Cuando, como en el caso en referencia, se perturba el equilibrio regional y se crean problemas de distinta naturaleza, emerge en primer lugar lo relacionado con el vínculo emocional de los ciudadanos postrados en condición de necesitar la solidaridad de la ayuda humanitaria internacional para su supervivencia.

Todavía el Estado-nación no ha desaparecido, y el nacionalismo y el patriotismo mantienen en el mundo globalizado una identidad que no se puede confundir con “fusiones nacionales”, ni en los procesos de integración más avanzados, ni con las posibilidades de buscar tradiciones cosmopolitas en distintos espacios culturales. De modo que por una nación como Venezuela, que ha conquistado su identidad y emancipación del colonialismo con una guerra de independencia, el neocolonialismo al cual ha sido sometida por Cuba no se puede identificar como solidaridad, cuando 2.300-2.500 soldados cubanos ocupan el territorio nacional.

Tampoco el discutible factor ideológico esconde el pasaje de un “imperio” a otro, cuando los factores económicos y financieros condicionan las relaciones con China y con Rusia. La debilidad económica y financiera a la cual ha sido reducido el país ofrece la oportunidad a Rusia y China de ampliar las respectivas áreas de influencia.

Pero al contrario de muchos analistas, no pensamos que en Venezuela se repiten las condiciones históricas de los años sesenta con la famosa contraposición USA-URSS por los misiles puestos en Cuba: en primer lugar, porque desde la caída del Muro de Berlín en 1989 han pasado 30 años y las relaciones bilaterales entre los 2 protagonistas han evolucionado en un contexto de sustancial coexistencia pacífica; segundo, porque las condiciones socioeconómicas de Rusia y China han mejorado sensiblemente por el sentido otorgado por la aceptación de la economía de mercado; tercero, porque las 3 superpotencias, USA, Rusia y China, están interesadas en problemáticas superiores del perjuicio que podría aportar al riesgo mundial un conflicto dimensionado al comienzo de una ilustración pragmática de un proyecto político social comunista obsoleto que estorba las perspectivas del mutuo crecimiento programado tanto política como geoeconómicamente.

Derivan consecuencias que pueden comprometer ulteriormente las condiciones de vida del pueblo venezolano, tanto desde un punto de vista institucional, como en lo económico y lo social. Por cierto, la presencia y la organización por parte del Ejecutivo de fuerzas irregulares de cualquier orientación política, desde la guerrilla colombiana a los hezbolás, a los mercenarios pagados por el gobierno, pone en tela de juicio el comportamiento de las fuerzas armadas nacionales llamadas al desempeño institucional definido en la Constitución para la defensa de la identidad y gobernabilidad de la nación.

En la era global, la democracia venezolana, primordialmente ligada a lo nacional y al Estado de derecho, ha sido forzada hacia una dictadura de un régimen social comunista bolivariano que muestra sus límites en la configuración y en las pretensiones que ahora, sin recursos, excluyen una expansión fuera del patio venezolano y cubano: la dimensión viene socavada por su base de legitimación en los escenarios políticos del sufrimiento de los ciudadanos venezolanos.

Estos están obligados a defender sus derechos de soberanía, identidad y gobernabilidad en el ámbito nacional en tres direcciones: hacia dentro, es decir, hacia la sociedad entera que desea recuperar su identidad, su dignidad, sus posibilidades de desarrollo; hacia abajo, es decir, a nivel local para expandir el sistema democrático ampliando la base participativa y crítica y de asunción de responsabilidades, eliminando las estructura y la influencia del ejercicio del poder de los diversos cogollos dominantes, causa primaria de la crisis político estructural que vive el país; y hacia fuera, es decir, hacia las nuevas configuraciones de redes de decisiones políticas, económicas y militares que controlan los escenarios políticos trasnacionales y las decisiones que puedan derivar en defensa de los equilibrios constituidos y de la paz. Es un estatus de necesidad: es la imposición de “la tendencia a una integración operativa” de los Estados para perseguir las ventajas de un mercado ampliado tuteladas y protegidas por el rol del poder militar que salvaguarda los intereses vitales relacionados.


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