Cada cierto tiempo sectores chavistas, entre ellos yo mismo, abandonan el gobierno por contradicciones insalvables con su estilo.

El chavismo, al convertirse en una verdadera e impenetrable rosca de intereses viles y subalternos, con un estilo de gobierno autoritario y represivo, con una economía pulverizada que nos hizo el país más pobre de América Latina, con una hiperinflación que revienta estómagos y corazones, con un control de cambio que sirvió simplemente para llenar las alforjas de los bandidos como Diego Salazar y los otros muchos que aparecen manejando docenas de millones en Andorra y otros paraísos fiscales, obligó a muchos a distanciarse, a poner tierra, trincheras, pensamiento y acción con los jerarcas que van quedando de un régimen que destacará con luces de neón, quizás luces LED de colores brillantes en los rellenos sanitarios del basurero de la historia.

Pero allí las cosas no son iguales, como dicen los españoles: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Unas son de cal otras son de arena. Unas son de magnesia y otras son de gimnasia. Unos nos fuimos por A y otros se fueron por B. Con Henri Falcón y muchos otros hubo con el chavismo una ruptura política: fundamos un partido, Avanzada Progresista, que le disputa el poder a Maduro; y hubo una ruptura ideológica: abjuramos y condenamos todos los rasgos y desviaciones comunistas y dictatoriales del gobierno.

Me cito a mí mismo diciendo que rompí con el gobierno por los muy particulares motivos siguientes. 1. El aumento incesante, prolongado e in crescendo de la represión que llegó al paroxismo cuando el mismísimo Chávez ordenó echarle gas del bueno a los estudiantes universitarios, en ese caso particular a los de la Universidad Metropolitana, donde estudiaba mi hijo Akiro. 2. Una economía alocada que fundamentaba su estrategia en el estrangulamiento continuado de los sectores privados de la producción y una manía esquizofrénica de ir nacionalizando todo a fuerza de confiscaciones y expropiaciones. Con ideas tan estúpidas como la agricultura urbana, el gallinero vertical y el conuco escolar 3. Una reforma constitucional de unos 150 artículos, felizmente derrotada, que colocaba al presidente Chávez como: emir, jeque, rey, presidente, primer ministro, príncipe, conde, emperador, jefe del Estado, jefe de gobierno, cuarto bate, novio de la madrina, dueño de la caja de los machetes, papa, rabino mayor, gurú y chamán principal de toda cuanta vaina tuviera la administración pública, pisoteando de esa manera el orden constitucional, la separación de poderes, la ética y la moral ciudadana, el buen ejemplo y el rosario en familia. En orden celestial y terrenal la reforma era: primero Chávez, segundo Chávez, tercero Dios. 4. La pretensión insensata de declarar a Venezuela como Estado socialista y comunista con toda la secuela de desgracias que ello significa. 5. Y la robadera, la robadera espeluznante. El narcotráfico paseándose por ministerios, embajadas y cuarteles. Un deterioro acelerado de todo el tejido social y el hundimiento de los servicios públicos; agua, electricidad, gas, salud, educación, transporte, recolección de desechos sólidos. Hiperinflación agobiante y criminal y una caída vertiginosa de nuestro producto interno bruto, que lo coloca a menos de la mitad del que teníamos cuando comenzó esta pesadilla.

Por razones más o menos similares rompió con el chavismo don Luis Miquilena, quien estuvo durante sus últimos años denunciando las tropelías del régimen y alertando de sus peligros cuando no declarando su arrepentimiento por haber apadrinado a la criatura. También se encuentran allí Henri Falcón Fuentes y todo su grupo de apoyo; Ernesto Alvarenga, una vez el tercer hombre del chavismo; Ismael García, quien ocupó importantes cargos; gente del MAS como Felipe Mujica, que participó en los primeros gabinetes del Terror de Sabaneta; José Albornoz; en silencio los últimos tiempos; Carlos Melo, el sospechoso habitual; y muchos otros que rompieron claramente sus compromisos y alianzas. Los ministros Felipe Pérez Martí y Víctor Álvarez. Más, hay otros, otros, sí señor, que rompieron de una manera curiosa. Rompieron con el chavismo una vez muerto el eterno. Y todos usan la misma manida frase: alegan que quienes heredaron la batuta del poder y la espada de Bolívar no son exactamente chavistas sino burdas imitaciones; los auténticos, los verdaderos, los ciertos, los seguros, los representantes en la Tierra del extinto son ellos y no Maduro, ni Cilia, ni Jorge, ni El Aissami, ni Jaua, ni Delcy, ni José Vicente, ni Diosdado, y mucho menos Aristóbulo y demás compinches y compadres.

Veamos un rápido inventario. Empezamos con Héctor Navarro, Gustavo Márquez y Ana Elisa Osorio. Se fueron jurando que ellos son la imagen y semejanza del impoluto y no terminan de arrancarse el ombligo rojo rojito a dentellada limpia. Y nunca terminan de romper. No entienden que Chávez fue el creador de este averno. Dicen que todos los demás son unos bichos de uñas largas y sucias. Que les devuelvan sus corotos y los coronen de pompa y oropel. Que sin ellos el chavismo es estiércol, derrota, fracaso y dictadura. Luego Jorge Giordani, que se asume como el padrino del barinés y que jura y perjura que la economía se jodió cuando Maduro le aplicó la teoría de 40 y para la cola. Para el ex mandamás de Cordiplan él es alma y corazón, sangre y huesos del mismísimo.

Más tarde, un grupo minúsculo pero con cierta capacidad de ruido llamado Marea reclamó para sí la herencia que hoy disfruta Maduro. Algunos militares de alto rango como Cliver Alcalá Cordones y Miguel Ángel Rodríguez Torres hicieron lo mismo. Se plantaron frente al país enseñando sus rostros en búsqueda de que en ellos se reflejara de alguna manera la imagen del absoluto. Todo fue en vano. Nadie vio nada.

Y el último de esta carretilla de herederos guayabéricos (quedaron por fuera) lo representa Alí Rafael Babá Ramírez, quien no solo dícese representar al perpetuo sino que él lo encarna. Que él sabe el secreto de los últimos días. Es en sí mismo el fallecido presidente. Y a pesar de que salen cuentos, historias y chismes sobre cómo su familia, incluida su esposa, primos, hermanos, cuñados, sobrinos, novios, novias, amantes, cercanos, compadres y aliados viejos y nuevos (los cuentos de Douglas Bravo y de Boris Izaguirre son sabrosos y picantes) se hacían con millones y millones de dólares, tiene el tupé, la osadía, el atrevimiento de retar al gobierno, a la oposición y al entorno internacional diciendo que él debe ser el presidente de la República. ¡Dios!

Hasta Luisa Ortega Díaz anda por allí reclamando parte de la herencia. Que ella tiene la llave de la puerta donde reposan los últimos deseos del barinés. Debería distanciarse y romper. Se lo aconsejo. Por eso repito… una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Ramírez, entrégate a la justicia. Haz patria.


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