En nuestro país el grupo en el poder ha secuestrado el Estado y sus instituciones, imponiendo un modelo de hambre, empobrecimiento y violencia, generador de colapso y caos. Nuestros derechos más básicos han sido quebrantados. Para continuar gobernando, a pesar del rechazo de la inmensa mayoría de los venezolanos, explotan nuestras necesidades (alimentarias, de salud, económicas) e impiden, obstruyen y desconocen los esfuerzos de la gente para superar las dificultades. Ante este avasallamiento del poder, y su imposición de antivalores, los venezolanos debemos encontrarnos y organizarnos para resistir y lograr las condiciones para el cambio.

En días pasados fuimos expresión de esta realidad.

En algún momento de la madrugada del martes Primero de Mayo, violentaron las instalaciones del colegio Andy Aparicio y nuestro comedor en la comunidad de Las Casitas de La Vega. Robaron implementos que usamos para preparar los almuerzos y algunos insumos. Los antisociales también vandalizaron las instalaciones.

La rabia y la indignación nos sacuden en un primer momento. ¿Cómo puede explicarse que alguien se robe la comida de los niños? ¿Cómo se puede atentar contra los bienes que han sido adquiridos por la comunidad con tan duro esfuerzo para alimentar a hijos, hermanos, nietos?

Este robo, que habla de la pérdida de mínimos valores humanos y de convivencia, afecta a más de 120 niños de Las Casitas. Vulnera las instalaciones de un colegio de enorme valor para la vida social y educativa de la comunidad. Puede atribuirse a la ola de crímenes por hambre que viene sucediendo en el país en los últimos tiempos, resultado de la extrema agudización de la crisis que vivimos. Pero también es cierto que es una muestra de la impunidad y, sobre todo, de la falta de conciencia hacia el otro, que el grupo en el poder tanto ha promovido. De la continuidad de una idea de país que se divide entre víctimas y victimarios.

Pero la respuesta de la comunidad no responde a esos antivalores oprobiosos. No agrega otro eslabón a esa cadena de odio, rencor, egoísmo y desgracia.

En respuesta al robo nos movilizamos a la calle para manifestar de manera pacífica nuestro rechazo al hecho y convocar el apoyo de instituciones y colectividad. Martes, miércoles y jueves, junto con las madres, vecinos y líderes de la comunidad, protestamos y llamamos al respeto y a la ayuda para el comedor y el colegio. Las personas lo han asumido como propios con su participación e involucramiento. Los logros obtenidos, junto con ellos, enfrentan los problemas de la crisis social en lo alimentario y lo educativo, y benefician a todos en la comunidad. Salimos en su defensa, pero también de los valores que los hacen posibles.

Este robo es un golpe duro. Significa detener operaciones por una semana y redoblar esfuerzos para retomar actividades de inmediato, recuperando materiales e insumos que nos ha costado tener en un primer momento. Su efecto cae sobre 120 niños y sus familias, a los que atendemos mientras recuperamos el comedor.

Y así lo hacemos. Junto con grupos aliados, con voluntarios y beneficiarios, nos volvemos a levantar. Las madres transforman la rabia en ímpetu y vuelven a organizar el comedor y reanudar los almuerzos.

Pueden robar unas sartenes y una planta eléctrica. Llevarse la comida de unos niños. Pero no pueden llevarse el esfuerzo y las ganas de superación. No pueden robarle a la gente su compromiso para ayudarse entre sí, apoyarse entre sí y luchar y superar las dificultades en conjunto.

No pueden robarse la solidaridad.

Este ha sido un duro golpe, sí. Da rabia e indignación que alguien arrebate la comida de los niños, que destruya el lugar en el que estos se alimentan y aprenden. Pero también da esperanza, refuerza la fe en el otro. Confirma lo mejor de las personas cuando vemos a los vecinos organizándose para recuperar lo más pronto posible el comedor, cuando salen a protestar a la calle para defender sus logros sin violencia, organizados y en comunidad. Cuando desde otros sectores de la ciudad se manifiestan palabras, insumos y acciones para ayudarnos a levantarnos.

La solidaridad no se roba. Se crece en la adversidad, se multiplica en los corazones de las personas. Se vuelve fuerza para resistir a las dificultades y base para la verdadera transformación.


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