El mundo está viendo con asombro, pero sin actuación eficaz la tragedia humanitaria venezolana. Además del horror de la represión mortal y mutilación de libertades, los países vecinos sufren por una emigración masiva que les colapsa los servicios públicos y genera conflictos internos. La crisis recorre todos los foros de interacción internacional, pasa por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en Costa Rica y toca las puertas de la Corte Penal Internacional en La Haya previo pase por la Organización de Estados Americanos y la Unión Europea, pero nada va más allá de la retórica y sanciones que limitan pero que no mata a la dictadura. Muchas condolencias, pero nada de lo que en realidad se necesita.

Un régimen criminal amparado en la fuerza militar, policial y paramilitar que saquea uno de los países más ricos del mundo en perjuicio de millones de seres humanos indefensos que claman por la ayuda internacional, más que pan, más que cobijo, necesita ejércitos vecinos que correspondan a cuando el nuestro recorrió Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia ofrendando vidas para echar tiranos.

Los demonios instaurados en el poder en Venezuela se escudan en la farsa de la soberanía como si tal concepto, en vez de significar supremacía de la voluntad popular expresada en comicios libres, implicara el derecho irrestricto al ejercicio del despotismo.

Dictadura no ejerce soberanía

La soberanía reside en el pueblo dice el artículo 5 de la Constitución de 1999 y el 4 de la que le precedió, la de 1961. Todos y cada uno de los textos constitucionales de la región contienen similares dispositivos. La de Estados Unidos se dictó con el título “Nosotros el pueblo”. Las constituciones de España y de Francia, así como las del resto del mundo democrático moderno, proclaman igualmente que la soberanía reside en el pueblo y para ejercerla se diseñan procesos electorales libres, transparentes. Cuando un gobernante se aparta de tal lineamiento fundamental ya no es representativo de la soberanía, por el contrario, la usurpa.

El mundo no puede seguir tolerando esa farsa de la soberanía ejercida por un dictador y debe dejar de hacerlo no solo por razones altruistas, sino por su propia seguridad ya que la impunidad en el abuso del vecino que se eterniza en el poder, que roba, hace y deshace sin control, es como un cáncer contagioso al que hay que extirpar por razones éticas como también por propia necesidad.

Copiar la experiencia africana

En África han creado un organismo multinacional que se denomina Comunidad Económica de Estados del África Occidental (Cedeao), el cual regula el proceso de integración económica y desarrollo de los países del área y cuenta con un parlamento, un tribunal de justicia, un banco, un grupo de acción contra el lavado de dinero y terrorismo. Este organismo intervino militarmente en Gambia en 2017 con la “Operación Restauración de la Democracia”. Formaron un cuerpo militar integrado por cuatro países (Senegal, Nigeria, Ghana y Mali) que usó la fuerza para echar al dictador Yahya Jammeh, que amparándose en “su soberanía” se negaba a entregar el poder a quien le había ganado unas elecciones. Ese es un modelo que hay que copiar.

Necesitamos una fuerza militar multinacional

Para el presente deberíamos pedir abiertamente la integración de una fuerza multinacional para derrocar la infame dictadura de Nicolás Maduro, restituir la democracia y devolver al pueblo su derecho al ejercicio de la soberanía. Los países vecinos deben actuar por razones humanitarias, pero también han de hacerlo para curar ese mal que se extiende a sus territorios.

Jurisdicción universal para nuestra próxima legislación

Y para el futuro, como lanza clavada de nunca jamás en esta experiencia maldita, en nuestra próxima legislación democrática deberemos establecer el principio de la jurisdicción universal que nos permita hacer por nuestra propia cuenta lo mismo que hicieron nuestros libertadores, perseguir sin fronteras a los delincuentes. Será nuestra ofrenda a la humanidad a estas aciagas horas que vive la patria.


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