Seguimos en una oposición sin timón. Cada grupo interpreta los eventos y decide cómo enfrentar al gobierno. En lo único que, aparentemente, estamos de acuerdo es en no convalidar el 20-M; sin embargo, seguimos sin camino definido posterior al proceso electoral. A inicios de mayo, montamos una alharaca con lo que fue el pronunciamiento del TSJ en el exilio, y después con la autorización de la Asamblea Nacional del antejuicio de mérito. ¡Y allí quedó eso! El Parlamento debió ser consecuente con esa autorización y seguir el proceso contra Nicolás Maduro, y evadió el problema, no decidió, aunque –dicen– llegará el momento de hacerlo.

Todos sabemos de un precedente, nefasto o no, circunscrito a las particulares circunstancias históricas –que no son las de ahora– con Carlos Andrés Pérez, quien, luego de aprobado por el Congreso su enjuiciamiento, renunció y le evitó al país el trauma de una suspensión a la que pudo resistirse, y fracturar así la institucionalidad democrática. Se decidió proseguir el camino de la Constitución de 1961. Así de sencillo y, a pesar de las conspiraciones, sobrevivió la democracia en 1993.

En este momento las cosas son diferentes. No se trata de los gastos de  la partida secreta que, mal que bien, fueron gastos efectuados para la seguridad del Estado, ni de un  presidente de inequívoca legitimidad. Ahora se  trata de algo más burdo, vulgar y obsceno, como el pillaje que promovió Odebrecht y encontró cabida en el país y en otros países del continente que sí han encarado el problema. Además, con toda razón cuestionada, este gobierno es una dictadura a la que se resiste un Parlamento que le ha sobrevivido, a duras penas, por la presión internacional ejercida.

Se dirá que ser realista es hacerse el loco con la decisión del TSJ, porque no hay fuerza alguna para ejecutarla. Pero ser realista también es hacer las diligencias necesarias para ejecutar una acción, aunque no haya una respuesta o desenlace inmediato, pues, peor es no hacerla. Y en fin, relativa la idea del realismo, si fuese el caso, nadie más realista que Falcón que se inscribió y hace campaña superaventajado por un gobierno que ni siquiera respeta las leyes electorales. Y todos sabemos cuán equivocado está un candidato  que, junto a  un pastor de quien nadie sabía, solo está destinado a convalidar un fraude.

Si de realismo hablan los tercos, lo más realista hubiese sido dejar en paz a Pérez Jiménez que, al fin y al cabo, había ganado el plebiscito de diciembre de 1957 y gozaba del apoyo de las Fuerzas Armadas y de las entonces llamadas fuerzas vivas del país. Pero no había culminado el mes de enero cuando ocurrió lo que todos sabemos, como pudo no ocurrir de acuerdo con los historiadores. En cualquier caso, lo más realista es no dejarse intimidar por este régimen, seguir adelante y, en lugar de inventarse giras internacionales que nadie sabe quién paga, la acción más coherente es salvaguardar al Parlamento y reivindicarlo día a día con la efectiva asistencia y acción de sus miembros.

@freddyamarcano


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