El lunes 21 de agosto de 2017, después de 39 años, un eclipse total de Sol pudo ser observado en el territorio continental de Estados Unidos. Cruzando de costa a costa, la sombra lunar pasó, casi en diagonal, por trece estados de ese país, entrando por la costa del Pacífico, a la altura del estado de Oregon, y saliendo al Atlántico por el estado de Carolina del Sur. Invitado, como investigador asociado al Departamento de Astronomía del Williams College (Williamstown, Massachusetts), a participar en la expedición (financiada por la National Geographic Society y la National Science Foundation, entre otras) que se trasladó a Salem, Oregon, para la observación científica de ese eclipse, pude presenciar y experimentar, por quinta vez en mi vida, el maravilloso espectáculo planetario de la ocultación total del Sol por la Luna.

La emoción que uno siente es, hasta cierto punto indescriptible, pero síntomas como taquicardia, ojos humedecidos por lágrimas, temblor, etc., acompañados por sentimientos de asombro, belleza, perfección, exactitud, precisión, etc., afloran a la mente. Me asignaron la responsabilidad de llevar a cabo, con la ayuda de dos estudiantes de pregrado de esa prestigiosa institución norteamericana de educación superior,  mediciones para estudiar la respuesta micrometeorológica local, antes, durante y después del fenómeno (“The shadow of shadows: A scientist waits to take the measure of a full solar eclipse”, Los Angeles Times,  August, 20, 2017 & “Los ojos del mundo tras ‘el gran eclipse americano», El Nacional, 20 de agosto de 2017) además, de mediciones fotométricas del brillo del cielo, durante la oscurana, desde que el disco lunar hiciera contacto tangencial (aparente) con el disco solar (primer contacto) hasta el cuarto (y último) contacto, cuando ambos discos se tocaron tangencialmente también, antes de separarse.

El traslado de Massachusetts a Oregon (vía aérea) se debió a la alta posibilidad de tener cielo despejado en esa fecha, lo cual ocurrió. Mi primera escala, fueron tres semanas en Massachusetts para los preparativos de la expedición. Luego, 10 días en Oregon fueron suficientes para los preparativos finales de la observación y cumplir la misión. En mi viaje de regreso estaba pautada una visita privada a Tampa y Miami, en Florida, lo cual me trajo más emociones esperadas e inesperadas. Por ejemplo, el sábado 26 de agosto visité por primera vez en mi vida, acompañado de familia y amigos, el Centro Espacial Kennedy en Cabo Cañaveral. Ver con mis ojos las plataformas de lanzamientos desde donde salieron las misiones Apolo a la Luna, y otras desde donde salieron las misiones de los transbordadores espaciales, me revivieron las emociones vividas durante el recién eclipse total de Sol observado. Ver otras cosas como un cohete Saturno V-B a escala real, vector transportador de las misiones Apolo, un transbordador espacial real (el Enterprise), restos, y objetos personales de astronautas muertos, en los accidentes de los transbordadores Challenger y Columbia respectivamente, así como también restos, y objetos personales de la tripulación que murió calcinada en una prueba en tierra del proyecto Apolo, y otras cosas más relacionadas con los programas especiales de la NASA, me avivaron aún más mi imaginación y sentimientos de nostalgia al recordar como, por RCTV, vi en vivo la llegada del Apolo 11 a la Luna en julio de 1969. Agradezco a mis primos en Tampa las atenciones recibidas y el apoyo para realizar la visita al Centro Espacial Kennedy. Por cierto, a aquellos que creen que los viajes a la Luna fueron un engaño o complot de la NASA, para hacer ver que ellos le ganaron la carrera espacial a los soviéticos, les recomiendo leer mi artículo de opinión «El Apolo 15 y Galileo», publicado en la versión impresa de El Nacional, el 18 de septiembre de 2012, en donde demuestro que los astronautas de las misiones Apolo sí pisaron nuestro satélite natural.

Mi escala final fue la ciudad de Miami en donde dos emociones inesperadas se hicieron presentes: CNN en español y el huracán Irma. En efecto, el 4 de septiembre de 2017 fui invitado a una entrevista en vivo sobre huracanes y eclipses solares, en el programa estelar de la noche, el show de Camilo de CNN en Español. Por ausencia del Sr. Camilo Egaña, conductor titular de ese programa, me entrevistó el periodista Guillermo Arduino. En Venezuela esta entrevista solo pudo ser vista por Internet, dado el veto a esta cadena de noticias aplicado por el gobierno neodictatorial chavista populista-fascista, que no sabe cómo defenderse sino cerrando, clausurando, hostigando, persiguiendo, etc., a medios de comunicación nacionales e internacionales. No obstante, esta entrevista está disponible en Youtube. Allí, yo hice algunas declaraciones que causaron «estupor» entre mis colegas venezolanos, afectos al cambio climático ortodoxo y clásico-tradicional, al cuestionar ciertas cosas dudosas que se plantean sobre el cambio climático de origen antrópico y los huracanes.

Y si estas emociones no fueron suficientes, la última, la amenaza del huracán Irma comenzaba a pisarme los talones. Mi vuelo de regreso a Barcelona-Valencia (Venezuela), estaba pautado para el viernes 8 de septiembre de 2017. El miércoles 6 tuve que dejar mi hospedaje privado, cortesía de la familia anfitriona De Lisio, Fabiano, Patricia e hijos (cuya hospitalidad y generosidad agradezco públicamente) ya que esa familia tenía que tomar previsiones de acuerdo a las recomendaciones emanadas de la gobernación del estado de la Florida. Así, tuve que trasladarme un día antes de lo previsto a un hotel cercano al aeropuerto. Pude ver el nerviosismo público en la calle ante la eminente llegada del huracán. Mi corazón volvía a «taquicardear» otra vez y respiraba con nerviosismo. ¿Será que además de ver un gran eclipse total de Sol, voy a vivir la experiencia de un huracán? Mis colegas americanos de expedición en Massachusetts estaban preocupados por mí (ellos pagaron todo mi viaje) y yo los mantenía informados de mi situación. Ya instalado en el piso 10 del hotel Hilton (aeropuerto), podía ver desde mi habitación la parte sur de este terminal aéreo, donde precisamente se estaciona el avión venezolano que me llevaría de regreso a Barcelona. El jueves 7 por la mañana, en el shuttle del hotel al aeropuerto, fui hasta el mostrador de la compañía aérea para averiguar qué pasaría con mi vuelo al día siguiente, ante un eminente cierre del aeropuerto de Miami. «No se preocupe señor, el vuelo de mañana viernes va, y es el último a Venezuela antes de que cierren el aeropuerto», me dijeron, pero aun así mi nerviosismo no me abandonaba.

Llegó la noche de ese jueves. Muchos despegues de aviones vi por la ventana de mi habitación, en un aeropuerto siempre full de ellos todo el tiempo. La TV aumentaba la tensión y la alerta. Y al fin, ahí estaba estacionado el pequeño avión comercial venezolano que ya había llegado de Barcelona, con su cola iluminada por la luz de popa. Pero, de nuevo, no podía dormir pensando en el huracán que se nos venía encima, como tampoco pude dormir la noche anterior al eclipse; este, por ser silente, bello, espectacular y el otro por ser violento y destructor. Las recomendaciones de la gerencia del hotel era que lo dejáramos, porque no nos garantizaban servicios básicos.

A las 5:30 de la mañana del viernes 8 de agosto ya estaba entre los primeros pasajeros para el check-in del vuelo. Hecho esto, fui al baño antes de pasar por el punto de control y seguridad al salón de embarque. Vi muchas personas que amanecieron durmiendo en las alfombras (cerca del baño), con sus morrales y maletas usados como almohadas, seguramente varadas, sin posibilidad de hospedaje en hoteles, etc. Habiendo amanecido, el aeropuerto, ya lo podía ver casi vacío de aviones y de público; nunca había visto un aeropuerto así, como abandonado. Solo algunos aviones para vuelos domésticos que, seguramente, saldrían ese mismo día, más otro, comercial venezolano, que salió a las 8:30 am a Maiquetía (el penúltimo a Venezuela). Un vuelo a México retrasado era esperado para retornar nuevamente, más tarde, a ese país. Por los pasajeros en el salón de embarque de ese vuelo, nos enteramos que ese mismo día más temprano, hubo un terremoto muy fuerte al sur de México (previo al otro de ciudad de México, días después), etc.

A punto de abandonar Miami, hice la siguiente reflexión. Esta ciudad ha sido blanco, y lo seguirá siendo, de huracanes hasta de categoría máxima (1-5). El último, antes de Irma, fue Vilma, cuyos coletazos la castigaron el 24 de octubre de 2005, con categoría 2 (vientos entre 153 y 178 km/h). Pero siempre vemos a Miami igual, como si no le hubiera pasado nada, ¿por qué? O mejor, hagamos esta pregunta: ¿por qué Vargas, después de la «vaguada» de diciembre de 1999, se sigue viendo igualita, o sea, destruida? Las respuestas no son difíciles de imaginar; saquen sus propias conclusiones… Por cierto, dicho sea de paso, una investigación de Kiju Jung y colaboradores, publicada en Proceedings of the National Academy of Science de Estados Unidos. (vol. 111, Nº 24, 2014)  ha revelado que los huracanes con nombre de mujer son más mortíferos que los que llevan nombres masculinos. ¿Por qué?, la explicación que ellos dan no es oportuna

Salimos puntual, a las 10:30 am. El último vuelo a Venezuela, antes del cierre del aeropuerto, por la llegada del huracán Irma a Miami al día siguiente, sábado 9 de agosto. Por la trayectoria del huracán, el avión, al despegar en sentido oeste-este, debía virar bien hacia a su derecha (para tomar sentido oeste) con el fin de sacarle el cuerpo al huracán; y así fue. No sé cuánto tiempo volamos en ese sentido para luego bajar hacia el sur y, después, virar hacia el sureste, rumbo a la costa venezolana. Mientras íbamos por ahí, mi curiosidad me llevó a cambiarme de asiento, al fondo del avión, para mirar por la ventanilla, hacia mi mano izquierda (algunos puestos venían vacíos, seguramente por pasajeros que no se presentaron al vuelo por decidir otra forma de salir, huyendo del huracán). Al mirar a lo lejos, una inmensa pared nubosa, de color gris oscuro, sin límites ni por arriba ni por debajo, que parecía estar muy cerca de nosotros, era lo que veía: sin lugar a dudas era la frontera sur del huracán Irma. Al aterrizar en Barcelona, volvía a nuestra triste realidad. La misma realidad que tuve que afrontar para salir de Mérida, el viernes 21 de julio de 2017, rumbo a Valencia, para tomar mi vuelo de ida a Barcelona y después a Miami al domingo siguiente: barricadas, guarimbas, zozobra, angustia, en Mérida, en el páramo, en Barinas, etc. En realidad, esta fue la segunda vez que me sentí amenazado por un huracán. En octubre de 2012, estando residenciado temporalmente en Williamstown, Massachusetts, pude sentir los coletazos del huracán Sandy, que golpeó a Nueva York y New Jersey.

Volviendo a Florida, y ya despidiéndome del Centro Espacial Kennedy, después de haber visto todo lo que arriba describí y otras cosas más, me hice la siguiente pregunta: Si las tripulaciones de las misiones Apolo de la NASA, fueron capaces de llegar a la Luna, ¿por qué yo no puedo llegar adónde quiero llegar, aquí en la Tierra, que está más cerca?

El 14 de marzo de 2018 murió Stephen Hawking, uno de los más importantes astrofísicos teóricos de los últimos tiempos. Murió exactamente en la fecha natalicia de Albert Einstein (14 de marzo de 1879, o sea, 139 años después). La pregunta ahora sería: si Stephen Hawking, llegó adonde quería llegar, es decir, a los huecos negros y al mismo origen del Universo, a pesar de haber estado confinado desde muy joven en una silla de ruedas, y sin poder hablar ni mover un sólo músculo, ¿por qué yo, que sí puedo moverme y hablar, no puedo llegar adonde aún quiero llegar? Hawking nos decía que siempre miráramos hacia arriba (a pesar de que los geólogos, arqueólogos, sismólogos y ciencias afines digan que miremos hacia abajo) y así lo estamos haciendo. Pronto nos dispondremos a regresar a Estados Unidos para la preparación, observación y estudio del gran eclipse total de Luna, del 21 de enero de 2019, invitado otra vez por el Departamento de Astronomía del Williams College, y con apoyo adicional del Instituto Tecnológico de Massachusetts (en donde hemos sido invitado a dar una clase magistral), con el fin de explorar las capas superiores de nuestra atmósfera, y el cual no solamente será visible desde allá sino también desde todo el hemisferio americano (de Alaska hasta la Patagonia). (Es oportuno señalar que, históricamente hablando, en 2019 se cumplirán 100 años de la  primera comprobación observacional de la Teoría General de la Relatividad de Albert Einstein, en la cual se usó el eclipse total de Sol del 29 de mayo de 1919 fotografiado, desde una isla cerca a la costa occidental africana, por el británico Arthur Eddington. Ojalá que podamos referirnos a este eclipse, en esa efeméride, en actividad pública divulgativa preparada para tal fin).

Posteriormente, vendrá el gran eclipse total de Sol americano del 8 de abril de 2024, el cual cruzará territorio estadounidense, entrando por el sur de Texas, después de haber pasado por el norte de México, y saliendo por Nueva Inglaterra, al extremo noreste, por Maine. Seguiremos el consejo de Hawking; a este fenómeno lo observaremos también. Ahora, ¿adónde irá ahora la silla parlante y vacía de Hawking? ¿Qué valor tendrá? Si es una silla muy «sofisticada» desde el punto de vista tecnológico, que pudo haber costado mucho dinero, ¿cuánto costará ahora que ya no tiene el cuerpo de la ilustre y célebre persona que la usó por tanto tiempo? ¿Se subastará o irá a un museo en su honor? ¿Dejó indicado algo al respecto en su testamento? La historia del tiempo lo dirá.

Hace un poco más de 12 años publiqué en la edición impresa de El Nacional (24 de noviembre de 2005) un artículo con el título «La historia del tiempo», dedicado a Stephen Hawking, debido a la celebración mundial del Año Internacional de la Física decretado por la Unesco en 2005. Al desaparecer físicamente este gran científico británico y como un homenaje póstumo a su memoria, a continuación reproduzco ese artículo en su versión completa o más larga, publicada en Mérida en el diario Frontera el 7 de noviembre de 2005. He aquí, entonces, el mencionado artículo de aquella vez:

“La historia del tiempo en los trenes ingleses”

En el Reino Unido los llaman commuters (conmutadores), personas que trabajan en las grandes ciudades, pero que viven en otras cerca de ellas y que viajan todos los días en tren para ir y venir de sus trabajos. Hasta dónde yo sé, aquí en Venezuela ellos no tienen nombre todavía y no viajan en tren, pero donde residen las llaman ciudades “dormitorios”. Durante mi estancia de algunos años en Inglaterra en la década pasada, conocí e hice amistad con dos de esos commuters que aun trabajan en Londres. Uno es pastor protestante que trabaja en la city, en el sector bancario, y el otro, ingeniero de mantenimiento, que trabaja en la famosa tienda Harrods de Knightbridge en South Kensington, propiedad de Al Fayeh, padre del último novio de Diana de Gales.

El pasado año, durante el verano boreal, tuve la oportunidad de visitarlos. Y en un encuentro social en Colchester (condado de Essex, cerca de Londres) Mr Kirk, el ingeniero, me preguntó: Marcos, ¿has leído la Historia del tiempo de Stephen Hawking? Yo le respondí: Sí, pero hace mucho tiempo. Los commuters británicos se caracterizan por entretenerse leyendo mientras van y vienen en los trenes. Y lo hacen con ediciones de bolsillo (paperbacks) de libros que son o han sido best sellers y que, después de leídos, se intercambian unos con otros libremente mientras viajan. Mr. Kirk me contó, después de mi respuesta, que él compró la edición de bolsillo del libro famoso de Hawking, pero que después de haber leído tan solo tres páginas, lo regaló porque no entendió nada y le pareció aburrido. Al tiempo, él recibió después tres ejemplares más de sus compañeros de viaje por la misma razón; ahora los conserva en su casa de Greenstead (Colchester, Essex) sin haberlos leído todavía. Él me preguntó, ¿los quiere? “No, gracias”, le respondí.

Mr. Kirk no estaba errado. Recientemente fuimos sorprendidos por una noticia que le daba la razón (Frontera, Mérida, 18-04-05). El profesor Hawking, heredero de la cátedra Lucasiana de Cambridge que una vez ocupara Newton, anunciaba el lanzamiento de la nueva versión mejorada y revisada (en español) de su Historia del tiempo con motivo del aniversario 25 del premio Príncipe de Asturias en Oviedo en abril pasado. Con el título de Brevísima historia del tiempo, de la editorial Crítica, Hawking admitía que su Historia del tiempo, publicada en 1988, no era asequible al gran público. Y esto prueba que no necesariamente los que más saben sobre una materia en particular son por antonomasia o automáticamente los mejores profesores y los mejores divulgadores públicos de la ciencia; lo pueden ser (como Richard Feyman, premio Nobel de Física), pero, repito, no necesariamente. Aunque fue todo un éxito editorial internacional la mayoría de los lectores encontraron difícil su compresión porque, a lo mejor, Hawking pensó que para esta época ya todo el mundo debía saber un poco de física cuántica, relatividad general y cosmología. Pero resulta que no es así porque no es fácil explicar los conceptos fundamentales involucrados en estas ciencias en términos sencillos. Y tanto es así que en el Reino Unido se edita una revista académica especializada (arbitrada e indexada) de circulación mundial, titulada Public Understanding of Science (Entendimiento Público de la Ciencia) donde los expertos de diferentes campos científicos y periodistas debaten sobre la percepción que tiene el público sobre la ciencia, divulgan las experiencias que estos tienen con el público al tratar de divulgarla y explicarla, etc.

En mi caso particular, en marzo pasado y con motivo del Año Mundial de la Física decretado por la Unesco, me atreví, inspirado por una anécdota de Einstein, a explicar al gran público, por un conocido rotativo merideño (versión larga, Frontera, 14-03-05) y por El Nacional (versión corta, 14-03-05) un poco, en términos sencillos y analógicos, algunos conceptos básicos de la ya centenaria Teoría Especial de la Relatividad. Este trabajo, bajo el título de “Hoy no fío, mañana sí: una manera de entender a Einstein” causó un buen impacto entre los lectores hasta el punto de que un conocido comunicador social de Caracas (el Sr. César Miguel Rondón de Unión Radio) lo leyó en su programa matutino que tiene amplia cobertura y audiencia nacional vía satélite. Sin embargo, quizá por envidia o celos, algunos colegas del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes-Mérida, adscritos al Grupo de Física Teórica, criticaron el trabajo en anónimos pegados en la cartelera a la entrada de la Facultad por no haber explicado la cosa como realmente es. Me imagino a los lectores del gran público venezolano aburriéndose leyendo este trabajo si lo hubieran hecho ellos o lo hubiera hecho yo como estos colegas sugieren. Craso y ridículo error…

Pero, ¿por qué la vieja Historia del tiempo de Hawking se ha vendido tanto si no se entiende nada, en comparación con la igualmente vendida Cosmos de Carl Sagan que sí se entiende? Además de ser un prominente astrofísico contemporáneo, recordemos que Hawking está vivo de casualidad debido a una total minusvalía crónica que lo limita físicamente. Para él, escribir debe ser un extraordinario esfuerzo a pesar de las ayudas electrónicas y cibernéticas que tiene. Su célebre imagen postrado en una silla de ruedas en la portada de su libro es altamente sugestiva. Gribbin, conocido y buen divulgador de la ciencia como Sagan, Asimov, Gamow, Davies y otros, en una biografía de Hawking relata que esto fue bien pensado para el buen marketing del libro. Debido a las condiciones del autor, todo el mundo debe tener la Historia del tiempo de Hawking en su biblioteca particular, aunque nunca lo lea o no lo entienda, si lo hace como un reconocimiento a su esfuerzo. El profesor Dr. E. P. Fischer, de la Universidad de Konstanz, Alemania, en artículo publicado en Interdisciplinary Science Review (vol. 21, 1996: 110-116), afirma que solo 10% de los compradores del libro lo lee… ¡y se han vendido millones de copias! No debe ser extraño que uno encuentre, de repente, en el salón de embarque de algún aeropuerto a alguien leyendo la Historia aunque no la entienda o, por el contrario, para que los demás crean que sí la entiende, como lo narra Gribbin.

Este fenómeno editorial ha sido considerado en mayor detalle por M. Rodgers en un artículo publicado en Public Understanding of Science (vol. 1, 1992: 231-234) cuyo título es precisamente «The Hawking’s phenomenon«, y su impacto ha ido más allá que un simple fenómeno editorial. J. Dunning-Davies (Pub. Understand. Sci. 1993, 2: 85-86) reporta que se ha sabido de investigadores cuyos trabajos científicos han sido rechazados por revistas especializadas internacionales simplemente porque sus resultados finales han estado en desacuerdo con los de Hawking (?).

Siempre quise encontrarme a Hawking en la calle durante mis visitas turísticas a la Universidad de Cambridge, mientras hacía mi doctorado (Ph.D.) en la Universidad de Essex del condado vecino con el mismo nombre, para conocerlo personalmente, como sí le ocurrió a un amigo mexicano que hacía un doctorado en Historia en la misma universidad. ¿Por qué no te le acercaste y te le presentaste?, le pregunté. No obstante, recuerdo a Hawking en una faceta más comercial que su libro. Montado en transbordador espacial, solo y mirando por una ventanilla hacia el inmenso espacio exterior, Hawking aparecía haciendo en la TV británica un simpático e impactante comercial de una conocida cadena de ópticas del Reino Unido. Si querer presumir una comparación, me imagino la lengua de algunos de mis colegas teóricos de la ULA-Mérida si yo hiciera lo mismo aquí en Venezuela. Me gustaría hacerlo para compensar la falta de aumento de sueldo que desde hace tres años no nos hace el gobierno.

Pero no pierdo las esperanzas. Tomando en cuenta que al presidente Chávez le gusta traer a Venezuela celebridades internacionales para promocionar su proceso, como Don King (boxeo), Jessie Jackson (religión) y Danny Glover (cine), y reunirse con premios Nobel, etc., considerando que su hermano mayor Adán es licenciado en Física, egresado de nuestra alma mater emeritense, y considerando que este año es el Año Mundial de la Física, yo le sugeriría a él, al presidente, que traiga a Hawking para que nos dé una conferencia magistral en Aló, presidente sobre el origen del Universo y así contribuir a resaltar esta conmemoración decretada por la Unesco.

Si esto no es aceptado, porque traerlo sale muy caro o complicado, le propongo al presidente que traiga en su lugar al famoso y polémico escritor colombiano Fernando Vallejo para que nos explique personalmente más detalles de su ensayo Manualito de Imposturología Física, en el que demuestra lo inútil que es la Física. Y si esto tampoco es posible, pues, que invite a Sumito Estévez, célebre chef de cocina y también licenciado en Física egresado de la Facultad de Ciencias de la ilustre Universidad de los Andes-Mérida, para que nos diga cómo se aplica la Física en la elaboración de sus platos (no es sarcasmo; una vez él nos dio, en la ULA, una conferencia sobre este tema).

Pero mientras esto ocurre (si ocurre), y en tal caso de que Hawking acepte, esperemos que la nueva versión, mejorada y revisada, de su libro llegue a nuestras a manos y a las manos de los commuters británicos para que no se deshagan de él, como lo han hecho hasta ahora, sino más bien lo lean completo y entiendan, mientras van de aquí para allá y de allá para acá, todos los días, meses y años, leyendo en silencio sin música estridente que los aturda; porque así transcurre la historia del tiempo en los trenes ingleses… los pasajeros leyendo apaciblemente sus paperbacks para satisfacción de quienes hacen el gran esfuerzo de escribirlos, como lo refiere la canción “Paperback Writer” de Los Beatles.

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