“Una promesa es un concepto vago hasta el momento en que entra en juego el concepto de lealtad”. Yukio Mishima.

A mis 52 años, si echo la vista atrás y soy un poco objetivo, he de decir que he cometido no pocos errores. No en vano titulé así mi primer libro, Errores y faltas, ambos conceptos inherentes a mi personalidad.  Como dice Fito Cabrales, “este mar, cada vez guarda más barcos hundidos”. Es cierto.

No es un lamento, no es una confesión; es la constatación de una realidad. Forma parte de mi yo. Nunca me ha preocupado, en absoluto, en primer lugar porque lo hecho, hecho está y en segundo lugar porque soy un convencido de que el ser humano, sobre todo en la medida en que va adquiriendo experiencia, aprende bastante más de sus errores que de sus aciertos. Los aciertos, en ocasiones, devienen solos, como el gol que este domingo le marcó el Osasuna al Real Madrid. O Kike García tiene ojos en la nuca o ese gol lo intenta otras mil veces y no le vuelve a salir. Sin embargo, los errores suelen ser resultado de acciones bien meditadas, que sobre el papel funcionan, pero luego no.

Es verdad que también hay errores fruto de la precipitación, como cuando te pones a colgar un cuadro con una broca del siete y luego resulta que tus tacos son del cinco. No hay arrepentimiento posible que achique ese agujero. Ya saben, zapatero a tus zapatos.

Esto de la precipitación se da mucho en Twitter. Hay muchas cuentas que pasaron a mejor vida por precipitarse en la respuesta, o incluso en la afirmación. Sucede mucho en las cálidas madrugadas del fin de semana, cálidas por dentro, quiero decir, en las que actúas por instinto. No sé si les habrá pasado, pero mirar el Twitter cuando te levantas un domingo un poco perjudicado y encontrarte con una pléyade de respuestas más bien poco amigables por un tuit un poco o bastante pasado de tono que pusiste de madrugada es una situación escalofriante.

Eso o darte cuenta que ayer a las 2:00 de la mañana, le escribiste un whatsapp, no sé, a David Summers para decirle que estabas en un garito oyendo a los Hombres G. “Como mola, tío!!!”. Así pasa, que luego David me dice que soy “demasiado intenso”. Gracias a Dios que es un hombre educado, de buena familia y no te dice lo que en realidad está pensando. Desde aquí, mil gracias.

Así, pues, la precipitación no es buena, sobre todo si por cualquier motivo no te encuentras al cien por cien de tus capacidades cognitivas. Enajenación mental transitoria, se llama esto. Y luego, a borrar el tuit de turno, aunque en la mayoría de las ocasiones habrá alguien que se habrá encargado de guardarlo, para luego perpetuar el error. Si no quieres que la gente sea partícipe de tu error, no lo cometas. De cualquier otro modo, estás jodido.

Y he de decir que en esta línea, esta mañana me he encontrado con un tuit de un medio en el que colaboro, en el que se ponía en entredicho la profesionalidad de alguien que en los últimos años ha estado consagrado en cuerpo y alma a este medio, pero que, merced a los normales movimientos profesionales, lo ha abandonado para comenzar un nuevo camino. Desconozco los motivos ocultos del asunto, pero hasta hoy, la elegancia había presidido su despedida, por ambas partes.

No tengo que decir que el tuit ha sido borrado enseguida, cuando se ha constatado su improcedencia, pero ya alguien había hecho una captura que circula por las redes. Y como decía un cuñado que yo tenía, la mierda flota, así que dicho medio se ha apresurado a poner de manifiesto que de lo dicho, nada, y que tal profesional ha desarrollado su labor con competencia y lealtad, por si había dudas.

Miren ustedes, en este mundo tan bello y tan retorcido del periodismo concurren muchos factores; el primero y desgraciadamente más importante, las líneas editoriales. La  “línea editorial” es un subterfugio para no decir “la ideología”. No es que no sea normal que los medios, públicos y privados, tengan una tendencia, en unos casos muy marcada y en otros disimulada, hacia alguna ideología política, pero esta línea ideológica puede afectar a la parrilla o a la edición de tal medio cuando estamos hablando de opinión, medio en el que yo me muevo, por fortuna. Incluso entretenimiento. Es ahí donde puedes permitirte ser subjetivo, doctrinal, en definitiva, dar tu opinión. Sin embargo, estamos asistiendo a un  fenómeno cada vez más evidente, que emponzoña la esencia misma del periodismo; la mediatización de la información. La información ha de ser objetiva, limpia y clara. Cualquier otra cosa, es incorrecta. Una verdad no admite matices. Si maquillamos la verdad, si la orientamos, ya no es verdad, es una verdad a medias, la peor de las mentiras.

Por eso, y porque evidentemente me muevo en determinado ámbito, siempre me han gustado aquellos medios en los que no se te impone una línea editorial. Para que ustedes se hagan una idea, si yo tuviera que vivir del columnismo, ya estaría muerto e incinerado hace tiempo, pero si algo bueno tiene esto, es que yo escribo lo que me sale de tal parte. Y tengo la fortuna de escribir en medios que nunca me han cuestionado, que nunca me han puesto barreras y trabas, más allá de las que impone el sentido común.

Solo en una ocasión, una publicación trató de orientarme políticamente, así que cogí mi sombrero y pedí un taxi para la estación.

Por este motivo, yo soy fiel a los medios en los que colaboro, y seguiré siendo fiel cuando me den el Pulitzer o el Nobel de Literatura, cosa que, con toda probabilidad, sucederá, independientemente de si me pago las cañas, o los vinos blancos, de los cuales soy devoto, con lo que me pagan por mis colaboraciones o no. Así he respondido y responderé a la confianza que ciertos profesionales, que no voy a nombrar ahora, han depositado gratuitamente en mí.

Así pues, lealtad. Lealtad para aquellos que nos ayudaron, independientemente de si nuestros caminos se separan, rumbo a nuevos horizontes.

Semper Fidelis.

@elvillano1970

 


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