Cuando se planteó la creación de UrbanoCity, se hizo sin tener un horizonte de vida claro y ni siquiera se previó la transformación que iba a sufrir el proyecto en tan poco tiempo. Nació en 2013 de la inquietud de dos ingenieros civiles, Alcides Palma y un servidor. El primero es todo un fotógrafo profesional y un consagrado comediante, lo cual le roba tiempo para continuar con su aporte, y ha contado con las colaboraciones temporales de personas con el gusto por lo digital y lo urbano, como es el caso del ingeniero Radomir Stojanovic, la arquitecta Nathalie Naranjo, y en algunos momentos específicos hasta con el privilegio de opinar sobre dos grandes de la arquitectura venezolana: Alessandro Famiglietti y Franco Micucci, para algunos concursos fotográficos que se hicieron de forma conjunta con Arquitectura Venezuela –página digital dirigida por brillantes jóvenes que han podido recopilar una vasta colección a manera de cronistas, del patrimonio gráfico y descrito de la arquitectura en la nación–.

Nos aprovechamos de la red social Instagram, que recién empezaba, para mostrar imágenes urbanas y lo cotidiano de forma diaria respetando los créditos de los autores; luego se comenzó a explorar la posibilidad de que sin abandonar lo gráfico y lo narrativo –en las que se han contado historias urbanas soportadas en fuentes confiables de información–, se tuviera un espacio para la publicación de artículos referidos a temas de ciudad, de transporte urbano, de tránsito, de vialidad, y en general de movilidad integral e inclusiva. Se abordaron temáticas como la de las smartcities como tendencia global y la intención de mostrar experiencias y buenas prácticas urbanísticas en general y, además, aprovechar la plataforma para servir de canal de denuncias de lo malo que al respecto se hace en el país. El prestigioso periódico El Nacional, en su versión web, dio cabida a esta nueva idea para contar hoy con una columna para la que escribo y que procuro que se cite siempre el nombre de este emprendimiento que nació de la afición amateur por la fotografía, que cuenta ya con casi 12.000 seguidores de todas partes del mundo, entendiendo que se pudiera considerar una tendencia más en esa red social –acumulando muchos likes y publicaciones etiquetadas con el hashtag de la cuenta #UrbanoCity– y también con un espacio a través del Twitter, en el que se replica el trabajo que se hace, sembrando cápsulas de conocimiento y promocionando el bien hacer por las ciudades, con la intención de generar matriz de opinión a favor del país para ir sentando las bases para los cambios que tanto esperamos, apostando por ser “la ventana en positivo de las ciudades”.

Debo confesar que en estos tiempos de crisis y de diáspora ha sido cuesta arriba seguir empujando el proyecto, incluso postergando algunos complementos que se habían delineado como conceptos y hasta su propio crecimiento y diversificación, pues aparte de que se lleva adelante sin ningún tipo de apoyo económico ni logístico, debe compaginarse con las responsabilidades propias del ganarse la vida y los compromisos personales. Ha habido momentos en los que he pensado que quizás el aporte que inicialmente consideraba no está siendo tal; sale a relucir el cuestionamiento de que no vale la pena seguir escribiendo y mostrando por no tener a veces –que uno quisiera– la retroalimentación suficiente de quienes hacen ciudad ni tampoco de los que la habitan, entre otras tantas cosas que pasan por la cabeza. Pero lo cierto es que hablar de movilidad, de ciudad, de sostenibilidad y de nuevas formas de ejercer los derechos ciudadanos urbanos, uno lo siente como ir en contracorriente de los acontecimientos que suceden en el país. Introducirse en una burbuja que pudiera obviar lo que es evidente y que capta la atención de todos, que no es más que la lucha por lo básico y por la supervivencia ante la depravación de un régimen despiadado que hasta nos ha puesto a pelear entre los que lo adversamos por confrontar las visiones de cómo encontrar solución a este despeñadero histórico. Es allí cuando se corre el riesgo de entrar en parálisis y eso definitivamente es contrario al espíritu de lo que se quiere transmitir.

Ahora bien, el derecho de opinar no nos lo podemos dejar quitar y mucho menos el derecho de soñar. Yo al menos visualizo, proyecto y decreto todos los días que esta situación tiene que cambiar más pronto que tarde porque tengo muchas ganas de aportar algo más allá de que lo que pueda caber en los caracteres de una columna en un medio digital. Pero para llegar a ese estadio debemos insistir, persistir y nunca desistir, cada uno desde su espacio, con sus recursos y herramientas, sin perder la dignidad, la honestidad ni la objetividad. Difícil tarea la que nos ha tocado, pero debe convertirse en un lema porque en caso contrario, claudicar es lo que toca y debemos bajar la santamaría en esta taguara.

Estamos en presencia de la paralización generalizada, de la anomia, que en materia de ciudad es aún más evidente, pues los pesares de la gente ante los acontecimientos atroces se dan mayormente en ellas. Cabe destacar que la mayor parte de la gente en nuestro territorio habita en ciudades y eso, además, mucho antes de que sucediera en el mundo, cuando en 2007 la población urbana superó la rural en cantidad de habitantes. Por lo cual la tragedia de no poder tener ciudades para una vida digna es incalculable, es devastador.

¿Cómo combatir este mal? No lo sé, pues nadie nos enseñó esta receta en la universidad. Nunca nadie nos dijo cómo se vive en estas situaciones adversas. Se dice que nadie tiene la verdad absoluta, pero en esta oportunidad ninguno de los venezolanos, al menos con sensatez, pudiera tener la fórmula mágica porque hasta los creadores del desastre se les fue de las manos el asunto y crearon un Frankenstein sin instructivo.

¿Qué podemos hacer? Mi sugerencia es no caer en el juego maquiavélico de inmovilizarnos, de no querer cambiar, o de creer que no tenemos derecho de vivir en un país lo más parecido a lo normal, en el que podamos ejercer nuestros derechos ciudadanos. Hagamos lo que sabemos hacer –lo bueno– sin desfallecer. Intentemos, aunque caigamos muchas veces, levantémonos y sigamos adelante que de seguro obtendremos la recompensa de un país mejor. Todos somos la solución y debemos concientizar eso porque no hay varitas mágicas, lo que hay es la opción de programarnos para el cambio.

Una disculpa por no escribir esta vez de algo más interesante, pero esta ventana también me sirvió para dejar plasmada mi opinión sobre lo que vivimos, sobre lo que padecemos y sobre lo que creo puedo hacer ante la realidad que nos aturde, en la que seguir inmóvil no es mi opción. ¡Hasta la próxima entrega!

UrbanoCity –la ventana en positivo de las ciudades-

Twitter: @Urbano_City / @juzcategui29

Instagram: @UrbanoCity


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