A finales de 1819, a la edad de 73 años y cuando ya era reconocido como el más importante pintor de España, así como una de las figuras más relevantes del arte europeo, Francisco de Goya y Lucientes se retiró a su casa de campo, la Quinta del Sordo, donde realizó sus famosas Pinturas negras. No se discute que la obra más emblemática y atroz de esta serie es Saturno devorando a su hijo. En ella quedó reflejado el estado de ánimo que embargaba al artista, así como la situación política y social de su país, desgarrado por guerras y revoluciones que todo lo destruye. En dicha pieza, Goya representa a Saturno (la revolución en nuestro caso) como una figura monstruosa y de mirada exorbitante, en el momento que devora desaforadamente el cuerpo sanguinolento de uno de sus hijos.

Fue inevitable que después de leer el artículo (“Mensaje con destino”) que Rafael Ramírez publicó días atrás en el diario Panorama, viniera a mi memoria la terrible imagen que acabo de comentar. Luego de ser una figura todopoderosa del proceso revolucionario venezolano, Ramírez pasa ahora a la condición de execrado del régimen que preside Nicolás Maduro, en virtud de las críticas que le ha venido haciendo a este después de la muerte de Hugo Chávez.

Pero lo que más llama la atención del espectáculo que ahora se nos presenta, es la ceguera o ingenuidad de la víctima al querer establecer diferencias abismales entre Maduro y Chávez, sin percatarse de que el primero es realmente un clon del segundo.

Todas y cada una de las políticas que ha puesto en práctica o ha mantenido el actual timonel de la revolución bonita llevan el sello rojo rojito del comandante supremo. Así, la nueva Pdvsa que creó Chávez –luego de despedir a un personal calificado y eficiente que posteriormente fue sustituido por revolucionarios incompetentes de variada pelambre– es la misma que ahora con Nicolás Maduro Moros sigue manejándose de manera inadecuada y poco idónea. Ese mal manejo es precisamente la causa de que dicha industria continúe reduciendo los niveles de producción petrolera que se alcanzaron durante el período democrático.

Señala Ramírez en su artículo que después de la muerte del prócer de Sabaneta, el pueblo ha sido sometido a los efectos de un paquetazo de ajuste. La realidad, sin embargo, es que Maduro ha seguido a pie juntillas la política de Hugo Rafael de hacer de Pdvsa y el Banco Central de Venezuela la caja chica del gobierno, generando un proceso inflacionario creciente que se inició en vida de Chávez, cuando le exigió al BCV la entrega –sin contraprestación alguna–   de “un millardito” de las reservas internacionales, que luego se fue incrementando de manera exponencial, bajo el absurdo argumento de que formaba parte de las “reservas excedentarias”. En esa política subyace la esencia de la debacle económica actual.

El señor Rafael Ramírez también nos dice en su escrito que, durante su gestión en Pdvsa, a los venezolanos se les proporcionó “más de 10 años de crecimiento, estabilidad y prosperidad”. El aserto no es más que un escandaloso fuego fatuo. La verdad es que los exorbitantes ingresos que se obtuvieron como consecuencia de los años de bonanza petrolera se dilapidaron durante las gestiones de Chávez y Maduro. La mejor prueba de ello es la incapacidad de la revolución de cumplir con el mandato contenido en el artículo 321 de la Constitución de 1999 que reza así: “Se establecerá por ley un fondo de estabilización macroeconómica destinado a garantizar la estabilidad de los gastos del Estado en los niveles municipal, regional y nacional, ante las fluctuaciones de los ingresos ordinarios”.

Al referirse al proceso que actualmente le sigue el fiscal general de la República, Ramírez destaca dos anormalidades: que el fiscal no mueve un dedo sin instrucciones superiores y que la investigación que se lleva a cabo en su contra es una retaliación por sus posturas críticas. Es una verdadera lástima que ahora él se percate de esa vieja y terrible realidad. Chávez hizo lo mismo durante su gestión presidencial y el señor Ramírez no dijo entonces ni pío. Hugo fue el mejor ejemplo de la judicialización de la política en nuestro país.

La última perla que suelta el antiguo zar revolucionario está referida al tema de la corrupción. Sorprendido, se pregunta: “¿Qué paso en Cadivi, en Cencoex, en los distintos fondos del Estado, en las empresas públicas…?”. Es obvio que esas interrogantes jamás se las formuló a su idolatrado caudillo y ahora Maduro se hace el musiú con él.

Venderle el alma al diablo trae terribles consecuencias: Saturno es siempre el que cobra.


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