En 1998 atravesábamos por una profunda crisis política que exigía realizar ajustes en el sistema político (sobre todo en lo concerniente a la renovación de sus cuadros dirigentes) que le dieran oxígeno e implicaran un cambio en las maneras de hacer política. A pesar de todo, disponíamos de instituciones democráticas y poderes independientes, que aseguraban el cambio de gobierno por decisión libérrima de la soberanía popular cada cinco años mediante elecciones limpias en las que el voto elegía.

Antes, en 1989, se dio un salto político espectacular con una reforma efectiva atinente a la descentralización del Estado, a través de una elección por voto directo de los gobernadores, alcaldes y demás representantes locales y regionales, que sirvió de fuente de renovación del liderazgo.

Por cierto, fue el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez el que ejecutó un golpe de timón para el despegue económico, político y social, con un gabinete joven y competente al frente, pero la crisis que arrastrábamos aún mantenía el peso de factores de poder constituidos por bueyes cansados, miopes, reticentes a cualquier cambio, unido a los llamados notables, solo pendientes del cobro de vetustas facturas históricas; todo ello impidió la comprensión del correcto viraje emprendido y provocó el advenimiento de un iluminado ignaro, carente de escrúpulos y mitómano. Asistimos entonces al gran parto de los montes y al nacimiento del socialismo del siglo XXI, con rimbombante nombre incluido.

Así comenzamos a lidiar con una nueva-vieja casta militarista prosternada al régimen cubano, caracterizada por una jerga cantiflérica y patriotera que devino la más vil estafa. A la vuelta de 20 años, los misterios del hipermentado socialismo del siglo XXI quedaron revelados en su significado: “monumental saqueo a una nación”.

Signos auspiciosos destellan en los estertores de un régimen forajido. El 14 de noviembre se verificó una gran victoria que revela vigor en la sociedad y que la fibra democrática no se ha perdido. Los estudiantes de la Universidad de Carabobo al fin pudieron realizar elecciones, después de 11 años, que resultaron en una contundente victoria redonda de la plancha de la Unidad, la cual obtuvo la federación y otros 21 centros. Drácula no pudo impedir el sufragio con palos, piedras ni cachazos. Quedó muy claro quién es, fracasó con la plancha que auspició. Algunos crédulos lo llegaron a ver como posible mediador. Otra vez el ominoso TSJ desconoce la voluntad popular, lo cual ratifica el cierre de la vía electoral hasta tanto sea abierta por un nuevo gobierno de transición.

Los estudiantes de Carabobo, unidos, no se van a dejar quitar el rotundo triunfo obtenido por la voluntad estudiantil. Constituyen un ejemplo a seguir por el país sobre cómo lograr la unidad superior que demanda esta hora aciaga.

¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni exiliados!


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