En 2016 Robert Reich escribió un libro titulado Saving Capitalism: For the Many, Not the Few que, posteriormente, sería adaptado al mundo audiovisual a través de un documental homónimo. Reich es un conocido profesor y político estadounidense, afiliado al Partido Demócrata, que tuvo oportunidad de fungir como ministro del trabajo en la administración de Bill Clinton durante los años 1993 a 1997, y dictar cátedra de políticas públicas en universidades tan prestigiosas como Harvard o Berkeley.

En este mundo en el que es tan común usar el capitalismo como el chivo expiatorio de todos los males del planeta, la obra de Reich tiene varios aspectos que ameritan comentarios y reflexión. Con sus propios sesgos ideológicos, este autor pone de relieve una premisa fundamental: el capitalismo debe reinventarse de forma tal que se evite a toda costa la proliferación del llamado “capitalismo de amigos” (crony capitalism) que destruye la confianza en el sistema de libre mercado.

No cabe duda: el libre mercado ha sido el principal motor de la evolución humana. Sin embargo, en el momento en que el empresariado tuerce su rumbo y se acerca al poder político, se comienza a desarrollar un ciclo destructivo de la iniciativa individual. El poder del Estado se emplea para conceder favores, hacer excepciones regulatorias para los lobbies que desarrollan labores cortesanas por millardos de dólares al año; el apalancamiento de la fuerza y la coacción gubernamental terminan por pervertir el Estado de Derecho y la premisa fundamental de la igualdad formal ante la ley.

Indudablemente, es lógico que semejante sistema de prebendas y favores cause hastío en la población, porque el gobierno, lejos de cumplir su cometido de administración de justicia y de establecimiento de reglas claras para el desenvolvimiento de la actividad económica, se convierte en cómplice de la opacidad. Sin embargo, hay un tema más preocupante aún. Como consecuencia de esa sensación de hartazgo, los ciudadanos comienzan a ser tentados por vendedores de quimeras igualitarias que, cuales vendedores ambulantes de ferias del lejano oeste, prometen soluciones redentoras para los males de la sociedad.

Ha faltado una enorme vocación educativa para ponerse en pie y defender las virtudes del mercado libre, así como de los empresarios y sus contribuciones para el desarrollo de las naciones. En el mismo sentido, se ha sido presa de ese engaño simplista que confunde el sistema de libre empresa con el más vil mercantilismo, y se ha permitido que se convierta en lugar común el ataque a las ideas de libertad sin mayor capacidad de respuesta.

Ante ello, la mesa está servida para el surgimiento y el asentamiento de sistemas totalitarios. Como bien plantea el profesor Reich, el gobierno tiene que replantear su papel dentro del funcionamiento del mercado. O contribuye a desmontar las bases regulatorias que permiten el llamado “capitalismo de amigos”, o el llamado mundo libre dejará de existir. Nadie quiere que se repitan experiencias destructivas como el drama de Enron, la controversia de Valeant Pharmaceuticals o el escándalo de las emisiones de Volkswagen, al tiempo que nadie desea terminar en experiencias disfuncionales como la de Zimbabue, Corea del Norte o Venezuela.

La defensa de las ideas de la libertad pasa por la aceptación de que el gobierno existe, y nuestro deber debe ser limitarlo, someterlo a sus funciones prioritarias y esenciales. Es un ejercicio difícil; sin embargo, es imperativo realizarlo sin caer en fanatismos que nos llenen de soberbia y que terminen por obstaculizar cualquier posibilidad de cambio.


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