Si algo tenemos en Venezuela es un largo historial de dictaduras cada una con su propio perfil, pero nunca habíamos tenido una que, en un solo cuerpo, reuniera la intolerancia ideológica, el dictamen populista en su más abusiva expresión, el exacerbado sentido de propiedad sobre la cosa pública, la alevosía y el ensañamiento contra todo aquello que la adverse, un sentimiento macabro en estado de ebullición permanente, el goce por la represión, la hipersensibilidad hacia la crítica, una magnificación y dependencia del culto a la personalidad, y todo eso sin contar que convirtieron gobierno y Estado en una misma cosa, a los disidentes en enemigos y a sus pocos partidarios en “pueblo”.

Esta es una realidad tan evidente que nos permite decir: No, señores, el régimen no está desquiciado, lo que tiene es una estrategia destinada a desquiciar a la sociedad venezolana. Una estrategia por demás macabra dirigida desde laboratorios especializados en controlar la psique colectiva. De eso los cubanos saben algo y, antes que ellos, la KGB que son sus maestros, si no revisen la literatura especializada y sacarán conclusiones que no diferirán de estas mías. El terrorismo de Estado, que es la etapa prebélica en la que está el gobierno, tiene formas muy pocos sutiles, pero igualmente las usa por aquello de que el fin justifica los medios y esos medios abarcan desde un despilfarro de bombas lacrimógenas, la exhibición de los colectivos en acción, los guardias arrollando jóvenes con las tanquetas, el uso de metras en sustitución de los perdigones, y todo ello acompañado de una propaganda negra y macabra como el alma de quienes la dirigen.

El gobierno actúa no como si tuviese en frente a un pueblo reclamando sus derechos constitucionales, sino a un invasor extranjero con malas intenciones. Pero ese invasor, en modo alguno, es ese que después de Machurucuto entró a Miraflores con patente de corso para trastornar el destino del país más bello del continente. No. Para este gobierno los invasores somos ese 90% de venezolanos que todos los días sufrimos los despropósitos del régimen y reclamamos nuestros derechos en la calle, entre asfixias de gases de los malos, baños de Guaire, fractura de huesos y una pila de muertos que va creciendo todos los días. Y todo por la obsesión de permanecer en el poder a como dé lugar porque, de lo contrario, las llamas de la justicia terrena les pasarían su factura.

Para el régimen, a estas alturas del juego, mantener la máscara democrática ya no es una opción, y perder la compostura ante los ojos del mundo no le preocupa; esa línea no está marcada en el libreto cubano y, por tanto, la utilizarán hasta el cansancio. Llevan un saldo macabro que sobrepasa los 40 muertos, millares de heridos y centenares de detenidos, a cuenta de la represión ordenada y dirigida por un minúsculo grupo de psicópatas militares y paramilitares expertos en masacres. Sin embargo esa propaganda negra vocifera que actúa contra la derecha terrorista, cuando la realidad, tal como lo afirma Ramón Hernández, es que “94% de la población está en la calle porque no acepta la paz de la servidumbre, ni la mansedumbre de la esclavitud”.

Pero como si fuera poco, en medio de todo este cuadro enfermizo que tiene como único responsable a la mafia gobernante, el tinte macabro crece con el caso del preso más emblemático del mundo, léase bien: del mundo, como es Leopoldo López de quien pasamos muchos días sin saber la verdad de su encierro, secuestro, desaparición o de la sospecha de algo peor, y no era para menos si tomamos en cuenta que el régimen suele actuar siempre en los terrenos de la mala intriga de manera más que habitual, porque es parte de su naturaleza, en su afán de distraer la atención sobre la ingobernabilidad dominante, que es el verdadero problema que nos impide avanzar.

El caso Leopoldo, de por sí injusto y tenebroso, le sirvió a su carcelero para invadir criminalmente otra vez el camino de la incertidumbre. Eso de ver a la esposa y a la madre del prisionero pidiendo explicación, preguntando en mitad de la noche frente a una reja cerrada ya en Ramo Verde, ya en el Hospital militar, sin tener más respuesta que el silencio negro de los centinelas, es un capítulo de la infamia más macabra que se pueda imaginar.

Porque, ¿de qué se trata? ¿Será acaso una manera de medir la reacción de un pueblo ante la posibilidad de que un castigo físico infligido con el odio habitual de su carcelero, cause un daño irreparable en el prisionero? ¿Por qué Cabello exhibe un video que a todas luces es un montaje? ¿Qué está pasando allí? Si todo esto no es una contribución más para que esto, que han llamado revolución, sea llamada la revolución macabra, dígame querido lector, ¿qué es?

Hay que ver la ola de rumores, trapos rojos, supuestas confidencias, afirmaciones de supuestos testigos presenciales y otras perturbaciones aparecieron en la red antes y después de que el carcelero mayor mostrara un video mal montado, con la sádica intención de crear miedo y zozobra. Aun cuando de ese personaje nada podemos esperar y tampoco del estado prebélico decretado por la dictadura castrocomunista, resulta inadmisible que la cúpula oficialista, representada en este caso por el Ministro de la Defensa, el ministro del Interior y el propio presidente, no haya hecho una declaración oficial sobre la verdadera situación de Leopoldo, prefiriendo más bien guardar silencio, lastimando el sueño de paz de la gente.

Vuelvo e insisto en plantear que si bien es cierto que nuestro pueblo pudiera tener temores sobre lo que ocurriría en Venezuela de darse el cambio que 90% de ese pueblo está pidiendo, tiene mucho más miedo de que el cambio no se dé y permanezca en el poder una revolución macabra.


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