En todo momento histórico el liderazgo de una sociedad debe asumir su rol con una responsabilidad superior a la de cualquier otro segmento de ella misma. En general, el liderazgo (político, intelectual, comunicacional, religioso, militar o económico) tiene un papel pedagógico y definidor en el desarrollo de la vida social.

El liderazgo político, por ser el relativo al todo social, posee una responsabilidad superior a la hora de actuar en una nación o región determinada. Sus decisiones tienen un impacto directo sobre la calidad de vida de millones de seres humanos.

Un liderazgo educado en valores morales positivos, con honesto compromiso hacia el bien común de sus conciudadanos, con una adecuada formación académica, con coraje para asumir sus responsabilidades, puede conducir a su pueblo a un estatus de paz, prosperidad y dignidad que le enaltece.

Un liderazgo sin valores, ambicioso, mediocre, que pone por encima del bien común su bien individual o parcial, conduce a su pueblo a la ruina, a la violencia, a la muerte y a la desesperanza.

La dramática situación de Venezuela, el duro padecimiento de nuestro pueblo como consecuencia de la violencia y de la ruina económica, a manos del más corrupto y mediocre liderazgo de gobierno que haya conocido, obliga al liderazgo opositor a demostrar una responsabilidad mayor y un verdadero compromiso de amor a Venezuela, así como al pueblo que se aspira a dirigir hacia un nivel superior de vida y desarrollo.

La hora presente de Venezuela constituye un desafío único para el liderazgo democrático. Estamos frente a una sociedad afectada por una crisis humanitaria de grandes dimensiones. Ya no se trata de la crisis política y del déficit democrático, que hemos venido denunciando desde la entronización del militarismo chavomarxista en 1999. Se trata de algo más que una crisis económica, a la que se enfrentan los países en diferentes momentos y circunstancias. La nuestra es una catástrofe en términos sociales, de impactos aun superiores a muchas catástrofes naturales. Hay países que pueden ser afectados por un fenómeno natural que tiene impactos focales en lo territorial y en lo humano. Pero la crisis venezolana es de una dimensión mayor, por eso no podemos dudar en catalogarla como una catástrofe social.

En efecto, una sociedad que es capaz de producir en dos años una estampida de más de 2 millones de seres humanos, aventados por el hambre, la falta de asistencia médica, la violencia criminal, la imposibilidad de acceder a los bienes materiales y espirituales básicos a que toda persona tiene derecho, debe producir en todo su liderazgo una reflexión y un plan inmediato de acción.

Una sociedad donde hay una deserción escolar y universitaria en el orden del 50%, donde la mortalidad por falta de asistencia médica y de medicamentos se ha disparado alarmantemente, en la que 80% de la población ha perdido peso por falta de proteínas, es una sociedad enferma.

Que el mediocre liderazgo del socialismo del siglo XXI se haga el disimulado, esconda la magnitud del desastre, manipule la crisis y busque asignar la responsabilidad a otros, es parte de su naturaleza, que ya raya en una deshumanización e irresponsabilidad absolutas.

Pero ese no puede ser el comportamiento de un liderazgo que aspira a lograr un cambio político, y a establecer un sistema de vida y de gobierno de signo democrático, humanitario y moderno.

La responsabilidad del liderazgo democrático en esta circunstancia es de mayor dimensión. Hasta ahora no hemos estado a la altura de la circunstancia. Así se evidencia en la triste realidad que vive la oposición venezolana. No hay derecho de continuar el proceso de deconstrucción de la unidad política, y de perder miserablemente el tiempo en diatribas subalternas entre los dirigentes, dejando de lado el sufrimiento de todo un pueblo, por pretender colocar como prioritaria la vanidad de cualquier actor político o la primacía de un partido en específico.

Por eso he planteado la urgencia de un diálogo entre los diversos liderazgos y partidos que constituyen la oposición venezolana, renunciando a nuestras legítimas o ilegítimas aspiraciones o a nuestros apetitos de dominación. Por eso he dicho que es “la hora del desprendimiento”. Es la hora de construir una verdadera unidad y mostrar ante nuestro pueblo y el mundo la verdadera responsabilidad que tenemos.

Si no actuamos de esa forma, la dictadura se va a perpetuar y no seremos merecedores de la confianza ciudadana.


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