Nada que ver con el mundial de Rusia y esa instancia que mantiene vivas ilusiones y esperanzas en aquellos que no les fue bien, pero no del todo mal, en la fase eliminatoria.

En este caso está referida al tema económico y más específicamente al crecimiento anunciado para este año para América Latina. Es quizás la palabra que mejor define ese proceso positivo para el hemisferio que pronostica el Fondo Monetario Internacional.

El cambio de signo que se anuncia para Brasil y Argentina es el que fundamenta el análisis a partir de la herencia de los gobiernos populistas y progresistas que desaprovecharon y despilfarraron los inmensos beneficios derivados de un largo e inédito ciclo económico, harto favorable para los países en desarrollo.

La gestión del Partido de los Trabajadores del propio Lula y de su delfina, Dilma Rousseff, llevó a Brasil a una recesión como nunca la había sufrido desde mediados de los años treinta del siglo pasado. El clientelismo sin límite, el uso de subsidios con fines electorales más la corrupción malograron todo lo que esos buenos tiempos implicaron. Brasil sale de la recesión (caída de 3,6% del PBI en 2016), según el FMI, con un magro + 0,9, pero que implica el retorno por la buena vía: se calcula para 2018 un crecimiento de 1,5%. Hay quienes afirman que estas buenas cifras explican la permanencia del presidente Michel Temer –compañero de fórmula y sustituto de Dilma– muy involucrado e investigado por casos de corrupción. Los cambios en Brasil exigían gobiernos que no estén pensando en elecciones, que es el caso de Temer a quien sostienen las grandes fuerzas que deciden en Brasil (industriales y militares). Al actual presidente le resta aún implantar una de las reformas más difíciles: la laboral. Ese es su sacrificio, pero a la vez su suerte.

En Argentina ha pasado lo mismo que en Brasil: el gobierno de Mauricio Macri se ha encontrado con el “desastre” que dejó el kirchnerismo y con la obligación de “repechar” a la economía con la dificultad extra de terminar con la maraña de subsidios con que Cristina Kirchner alimentó su popularidad, al tiempo que ocultó la corrupción y desbarrancó la economía. Luego de casi 12 años de bonanza en Argentina, increíblemente aumentó la pobreza.

Los números del FMI dicen que la Argentina de Macri, con una contracción del 2,2 % el año pasado, salta a un crecimiento del 2,5% para este año. El cambio se nota, pero habrá que ver cuánto en el grueso de la población lo que se sabrá el próximo 22 de octubre con las elecciones legislativas, para la renovación de la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. En el ámbito nacional todo hace prever que ganará el oficialismo, pero el duelo grande será en Buenos Aires donde Cristina Kirchner se presenta para una banca en el Senado. Ella necesita ganarle al candidato de Macri. Si este sale primero es el espaldarazo que precisa el presidente para mejor abonar sus próximos dos años de gobierno. Si en cambio gana Cristina, sería una reafirmación de su liderazgo en la oposición y además ello se constituiría en el “mejor abogado” para los juicios a que está sometida por corrupción, y por traición y encubrimiento de una atentado terrorista.

En Argentina parecería que solo hay unanimidad en acusar a los jueces: Cristina y su gente les censuran por inventar causas, y buena parte de la población, porque todavía no la han metido presa.

Y para terminar, por si alguna duda cabe en cuanto a herencias económicas, está el elocuente ejemplo de Venezuela en donde no hubo cambio de línea y se prosiguió con el socialismo del siglo XXI: se calcula que la contracción será de 12%, con una inflación de 650%, la que para el año que viene sería de 2.350%. Agregar cualquier otra cifra –que las hay y muy feas– sería hasta redundante.


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