Con creciente preocupación constatamos que en el seno de las organizaciones opositoras, sus cavilaciones y análisis no están en sintonía con las expectativas y temores de un importante y numeroso segmento de la población venezolana que percibe que la terrible situación por la que atraviesa el país tiene graves connotaciones, abre un serie de interrogantes y diversos escenarios, a cual más caótico, y que es indispensable tener una hoja de ruta que establezca, con meridiana claridad, las acciones a realizar para participar activamente en las discusiones y en las decisiones que habría que adoptar sobre la suerte inmediata de la nación. Por lo pronto, ellas solo discuten sobre temas que únicamente incumben a los dirigentes de esas organizaciones opositoras y que carecen de importancia para un pueblo famélico y hastiado de las iniquidades del régimen; discuten la inminencia y gravitación de la necesidad de relevo de sus mandos, reacomodos organizativos y de actores con miras a objetivos fundamentalmente electorales, evaluación de las estrategias a seguir para no perecer como organizaciones políticas y cada una de ellas enfrascada en sórdida e inútil lucha con las otras, para tratar de establecer ante los ciudadanos y sus seguidores la utilidad de su existencia siempre que ello redunde en su propio beneficio y le permita trascender como fuerza mayoritaria en el universo opositor.

Desafortunadamente, las organizaciones políticas que se ufanan de ser opositoras no reflexionan y elaboran directrices concretas para el común de la gente sobre las opciones de acción política que en forma inmediata tiene que asumir la oposición para evitar que las vicisitudes por las que atravesará el gobierno para ejercer el poder en lo adelante, no profundicen la secuela de males que le ha causado a una población inerme y se pueda aprovechar racionalmente su incapacidad e incompetencia para resolverlas, de tal modo que se abra un proceso de transición para ponerle punto final a la más dañina forma de gobernar que conoce nuestra historia.

Hasta ahora no se conoce que las referidas organizaciones políticas disidentes hayan establecido los probables escenarios frente al posible e inminente naufragio del régimen y mucho menos cómo piensan encarar los pormenores y transcendentales actos que demandará la sustitución del fatídico jefe del régimen y a su cohorte de inútiles y corruptos. Las circunstancias políticas nacionales e internacionales han excedido por completo las posibilidades que el actual régimen se mantenga incólume, los vaivenes del manejo público se le han tornado insostenibles y los escombros de su catástrofe no pueden seguir martirizando a los ciudadanos; por ello lo más conveniente y aconsejable para el país es la pronta e irreversible retirada de los que mal gobiernan.

En lo adelante, los sufrientes de este mal gobierno debemos tener muy claros varios aspectos:

En primer término: la enorme responsabilidad que tienen las organizaciones políticas opositoras de reconectarse con una sociedad que perdió la fe en la capacidad conductora de ellas.

Segundo: que sin una adecuada concertación con la sociedad civil en cuanto al proyecto nacional de rescate de Venezuela, no hay posibilidades reales de crear una mayoría decisiva, que incluya también a los disidentes no militantes y chavistas descontentos, sin cuyo decidido concurso no sería posible derrotar políticamente al chavismo-madurismo.

Tercero: se debe entender que el país atraviesa por graves circunstancias y que es difícil prever con exactitud la evolución y el desenlace de las mismas; por tanto, la disposición al entendimiento entre las fracciones opositoras, el mantenimiento de la unidad y la visión democrática es fundamental para prevenir el caos y la violencia ante los desafíos que tenemos por delante.

Igualmente, con seriedad y responsabilidad hay que mantener y ganar espacios políticos para la oposición, que rompan la hegemonía política gubernamental y le obliguen a respetar la Constitución y las leyes.

Cuarto: la oposición debe elegir, de la manera más idónea y transparente posible, un líder que represente la voluntad unitaria y conduzca el difícil proceso de transición que es menester abordar de inmediato para el relevo del régimen.

Quinto: el país debe conocer cabalmente la debilidad, por no decir la inexistencia, de la fuerza institucional del Estado para conducir y garantizar un ordenado y pacífico proceso de relevo del presidente. Nuestra plena participación es lo único que podría evitar la anarquía y la aparición de apetitos voraces que procedan a enturbiar una eventual sucesión de poder y atentar contra la democracia y contra la posibilidad real de la oposición de hacer que los destinos de Venezuela sean conducidos por otras manos.

La participación es el mejor antídoto para controlar los efectos negativos de las argucias y trampas que podrían desarrollar los aventureros que nunca faltan en estas circunstancias.


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