¿Cuánto hemos retrocedido? Esa es la pregunta que nos hacemos muchos de los venezolanos nacidos en esta Tierra de Gracia. Nos asombraríamos si nos dijeran que cien años. Para ese momento (abril de 1919), Juan Vicente Gómez ya tenía diez años en el poder y su ejercicio del mando supremo lo mantendría hasta diciembre de 1935. Pero más desconcierto nos produciría enterarnos del estado en que nos encontramos hoy, en el específico campo de suministro de luz y agua, si nos comparamos con otros países o lugares del mundo. Para no adentrarnos en épocas y escenarios extremadamente remotos, nos limitaremos al período que se inicia con el cristianismo.

Crucificado Jesús, sus discípulos comienzan el proceso propagador de la nueva religión que con los años terminará por imponerse al paganismo. Pero esos inicios fueron difíciles para sus seguidores. Un hecho marcador fue la muerte de Esteban, gran conocedor de la Biblia. El drama se inicia en una de las numerosas sinagogas de Jerusalén. Con la presencia de Pedro y Juan, quienes miran la escena detrás de una columna, allí se enfrentan dos grandes caudillos de la naciente iglesia: Esteban y Saulo (Pablo).

El primero era contrario a las sutilezas de la ley, razón por la cual hizo una exposición apoyada en los aspectos históricos. Por esa vía puso de manifiesto, a través de las enseñanzas de los profetas, que el Mesías era el mismo siervo de Dios descrito por Isaías, y que Él había tenido una muerte de esclavo en el madero (la Cruz). Tal afirmación era inconcebible para Saulo, quien, al igual que la mayoría, se apoyaba en la pura letra del Deuteronomio (21, 23), contentivo de tres grandes discursos de Moisés: “Maldito de Dios el que está colgado del madero”.Ante esa situación, a Esteban no le quedó más alternativa que refutar la interpretación judía de la ley, señalando que ella no era más que una etapa transitoria del orden establecido por Dios que no podía suspender en su curso la misericordiosa dirección del mismo Creador.

En el instante en que la comunidad judía ortodoxa que estaba presente -y era mayoría- oyó aquello, el escenario se transformó en tribunal. Esteban es tomado de los brazos y llevado a la sala de sesiones del Consejo Supremo (sanedrín), presidido por el indoblegable Caifás. También acá el cristiano ratifica su posición y da un paso más cuando les dice: “Ustedes son los que han hecho traición y dado muerte”. Esa acusación selló su condena y muerte por apedreamiento.

Poco después del acontecimiento anterior, Saulo fue designado inquisidor general, función que cumplió con gran ferocidad, hasta que camino a Damasco el rostro ensangrentado de Jesús se le aparece y le dice: “¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues?” Su respuesta fue de conversión inmediata: “¡Mi causa está perdida! ¡Esteban tenía razón! ¡Jesús vive!”. Años más tarde, a Saulo le corresponde la tarea de llevar el mensaje de Jesús por otros rincones y dos grandes ciudades se incorporan a su periplo evangelizador: Antioquia y Roma. Para el propósito que esbozamos al inicio de este artículo nos detendremos entonces en la primera.

La señorial ciudad (en turco Antakya), ubicada al sur de la actual Turquía, fue fundada hacia el año 300 a.C. Estuvo habitada por colonos griegos, macedonios y judíos. Durante el período helenístico y del Alto Imperio romano, Antioquía llegaría a tener unos 500.000 habitantes, convirtiéndola en la tercera ciudad del Imperio romano después de la propia Roma y de Alejandría. Las hermosas calles de la ciudad, construidas con munificencia, eran particularmente admiradas por los visitantes. Varias de ellas estaban adornadas con hermosas obras del arte griego.

Eso no era todo. Motivo de orgullo de sus habitantes eran la cantidad de baños públicos y privados de la ciudad, y la red de canales y tuberías que llevaban las aguas del río Orantes a los palacios y viviendas más humildes. Pero había un motivo más de alegría: Antioquía era conocida por su célebre alumbrado. Libanio, conocido profesor de retórica, escribió sobre el tema lo siguiente: “Al atardecer, en Antoquia, la luz del Sol es relevada por otras luminarias. El día y la noche únicamente se distinguen por el diferente sistema de iluminación (…) Y el que lo desee, puede cantar y danzar durante toda la noche, pues aquí Hefesto y Afrodita se reparten las horas de la noche”.Sin duda, fue esa una época sin revolución bonita o monserga que se le parezca.

Al rememorar lo anterior somos conscientes de que el proceso revolucionario encabezado por Nicolás Maduro no pretende ir tan atrás. Él y sus adeptos se conforman con hacernos vivir las paradisíacas experiencias de nuestros indígenas en tiempos previos a la Conquista. Hacia allá quieren ellos avanzar, si es que se lo permitimos.

@EddyReyesT


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