“¡Todo listo!”, dice la ministra Yelitze Santaella al anunciar el 3 de octubre como la fecha de regreso a clases. Acompaña su anuncio con tres datos: las Brigadas Comunitarias Militares de Educación recuperaron y habilitaron las instalaciones; los maestros arrancaron el 15 de septiembre con la planificación del año escolar; para el 23 de septiembre 91% de los niños estaba ya matriculado. Los padres y maestros, sin embargo, no comparten su optimismo. Las estadísticas tampoco. Son mayores los datos de la realidad y lo que ellos claramente generan: duda, sospecha e incertidumbre.

Los padres se preguntan y se inquietan por el costo de los útiles escolares, el deterioro visible de las instalaciones, el transporte, la alimentación escolar, la precariedad de servicios básicos como los de Internet, la capacidad de dedicación de unos maestros mal pagados y con escaso reconocimiento. Las constantes protestas del gremio docente, tanto de la educación básica como de la universitaria, revelan una condición claramente contradictoria con las declaraciones oficiales y con la valoración misma de la educación. Allí está, posiblemente, la clave: ni el Estado ni la sociedad parecen dar a la educación el valor que le corresponde.

El comienzo del año escolar es el momento para preguntarse por las exigencias para una educación de calidad, a tono con las necesidades y con los cambios, con una visión positiva y realista de país, con la convicción compartida sobre el valor del desarrollo humano como la base indispensable para la construcción de una mejor sociedad. El tema no puede ser más acuciante, tanto por la inmediatez de una urgencia que no acepta postergaciones como por lo que sustancialmente significa: la atención al factor que marca la diferencia entre atraso y crecimiento, mediocridad y excelencia, sometimiento y libertad, dependencia y autonomía.

Pensar en la educación así es plantearse problemas como la formación de los maestros y su reconocimiento social, la actualización de los programas de estudio, su articulación con la realidad, la atención de las necesidades inmediatas de alumnos, padres y maestros, urgidos de una mayor consideración del Estado y de la sociedad. Visto así, el comienzo de año no puede ser simplemente la reiteración de una rutina o la aceptación del calendario. Supone asumirlo como la renovación de un compromiso social con algo fundamental y permanente y, al mismo tiempo, como el comienzo de un nuevo ciclo, más prometedor, robustecido con la experiencia, abierto a las innovaciones. Implica preguntarse por los fines y por los medios: qué se persigue, cómo debería ser, qué se debería corregir, con qué debería contar, qué condiciones debería cumplir, quiénes deberían ser los actores y cuáles sus obligaciones.

Preguntas así podrían conducir a conclusiones sobre la atención prioritaria del Estado y de la sociedad, el ajuste de los presupuestos para cubrir las necesidades, la participación de los padres, de las instituciones y de la sociedad, la aceptación de programas especiales de asistencia humanitaria, cuya oferta parece chocar con una incomprensible postura oficial que los rechaza al mismo tiempo que no deja de pregonar su intención o su promesa de atender prioritariamente a la gente. La explicación de esta paradoja habría quizás que buscarla en una sin razón política que se niega a aceptar porque se niega a ver o en una incapacidad para abordar el tema con realismo, humildad y generosidad.

No cabe hablar de educación sin intención de mejorar, sin cumplir con las exigencias básicas de los 180 días reales de escolarización, sin locales adecuados, sin mejoramiento permanente de los profesores, sin participación de la comunidad. No tiene razón el optimismo cuando choca con alarmantes datos de deserción escolar, de baja de matrícula en las universidades, de abandono de la profesión docente, de improvisación, de aceptación de la mediocridad.

El 3 de octubre marca el regreso de los alumnos a clase. Ojalá sirviera también para retomar el tema de la educación, un tema que las urgencias diarias parecen haber relegado a segundo plano.

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