El término cleptocracia se utiliza para designar una forma de gobierno que se caracteriza por el latrocinio y proviene del idioma griego: “clepto” significa “robo” y “kratos” “gobierno”. La cleptocracia es el establecimiento y desarrollo del poder basado en la sustracción de capital, institucionalizando la corrupción, nepotismo, clientelismo político y el peculado en sus distintas formas o acciones delictivas, así como malversación de bienes del Estado, apropiación de fondos públicos, todo lo cual pone en evidencia la probidad y transparencia del ejercicio de quienes prestan servicio en los distintos órganos del Estado.

Al régimen de Nicolás Maduro, el término cleptocracia le cabe como anillo al dedo, habida cuenta de los estropicios de todo orden que su gobierno y partido, el PSUV, vienen cometiendo contra el pueblo venezolano desde que el socialismo marxista y mal llamado bolivariano llegó al poder, hace 19 años. Ni el propio Hugo Chávez tenía la menor idea de que llegaría a encumbrarse políticamente, y mucho menos que alcanzaría la primera magistratura de la nación, pues su posición respecto a la democracia era totalmente opuesta, y así lo había demostrado con su intentona golpista del 4 de febrero del año 1992, y posteriormente con su llamado a la abstención en el proceso eleccionario en el que ganó la Presidencia de la República el fallecido doctor Rafael Caldera, líder fundador del partido socialcristiano Copei.

Chávez en 1996, después de haber llamado a la abstención y acuñado términos como “las cúpulas podridas” y manifestar la necesidad de cerrar el Congreso Nacional, reconoció su pasado golpista, el cual manifestó textualmente “mete miedo a la gente”, y pese a ello ganó las elecciones presidenciales. Muchos creyeron que pondría en ejecución el documento que presentó a lo largo de su campaña bajo el título de “Agenda Alternativa Bolivariana. Una propuesta patriótica para salir del laberinto”, una falsa promesa que jamás llevó a cabo durante los 13 años que estuvo al frente de los destinos del país, hasta el mismo momento de su muerte.

La cleptocracia chavista y años después la madurista se instauró desde entonces. Primeramente durante el proceso (¿) de la llamada revolución socialista del siglo XXI, empañada en actividades que implicaron malversación de fondos, expropiaciones de empresas y fundos agropecuarios, así como fraude o adjudicación irregular de beneficios a particulares.

A diferencia de otros sistemas de gobierno, la cleptocracia puede verse representada en diferentes formas de gobierno, desde las democráticas hasta las más autoritarias, porque no tiene nada que ver con la forma de llegar al poder, sino como el mismo se ejerce. Los gobiernos cleptócratas son ilegales e inapropiados por el daño que pueden generar a la sociedad, aun cuando la historia refiere un sinfín de ejemplos de gobiernos que se instituyeron con el nombre de democracia y terminaron convirtiéndose en cleptocracias, debido en parte a que el ejercicio del poder implica justamente el acceso a muchos beneficios que no quieren perderse. La cleptocracia favorece el enriquecimiento ilícito y la suma del uso del poder público en beneficio personal de uno o más funcionarios.

Son muchos los actos ilegales que cometen los cleptócratas, por cuanto contravienen las normas esenciales, y para combatir este flagelo o vicio secular de quienes se engolosinan con el poder es necesario denunciarlos ante los organismos internacionales, tal como está haciendo en los actuales momentos la fiscal Luisa Ortega Díaz, quien entre otras acciones ha denunciado ante la Corte Penal Internacional los abusos, crímenes y desmanes perpetrados por el régimen de Nicolás Maduro, en la seguridad de que ya no podrá ser perseguida o silenciada.

Los autócratas como Maduro se creen infalibles, dueños del poder y de la voluntad de sus gobernados, de tal manera que no tienen empacho alguno en tomar medidas que violan el marco legal constitucional democrático: control de los medios de comunicación; implantación de la Ley contra el odio, aprobada por la írrita asamblea nacional constituyente, y en puertas, la aprobación de una ley que regule las redes sociales como Facebook, Instagram, Youtube, Linkedin, Twitter y otras, a fin de prohibir la divulgación de informaciones, bajo el pretexto de que se agravian y exponen al escarnio al gobierno socialista, marxista y mal llamado bolivariano, y a quienes dirigen el Partido Socialista Unido de Venezuela, Cabello, Jaua, Jorge Rodríguez y su hermanita, Istúriz y otros.

A todo lo anteriormente indicado se suma el sistema monopólico de los medios que el régimen de Maduro instauró mediante la expropiación o aplicación de medidas administrativas a medios radioeléctricos (radio y televisión) de todo el país, con el propósito de silenciar la corrupción mediante la manipulación que encubre situaciones irregulares de funcionarios al servicio del régimen, todo lo cual deja un amplio espacio para que la pillería prosiga haciendo daño y continúe la danza de millones que vacía las arcas fiscales y llena el bolsillo de unos cuantos vivos chavistas, afanados en engrosar la lista de los “bolichicos burgueses socialistas”, que hoy día disfrutan de los dineros robados a la nación.

Los autócratas como Maduro evitan, mediante el uso del poder mediático del que disfrutan, que sonados casos como el de la brasileña Odebrecht no salgan a la luz pública, pese a que desde hace meses la corrupción por el pago de comisiones en los distintos países latinoamericanos en los que operó es del conocimiento público porque en estos funcionan los demás poderes que no están secuestrados como en Venezuela, y también porque medios de comunicación internacionales les han dado amplia cobertura, por la cuantía económica (3.000 millones de dólares). Por este hecho delictivo incluso muchos funcionarios se encuentran tras las rejas. Se trata de un proceso complejo y delictivo transnacional de criminalidad organizada cuyo escándalo ha sacudido los círculos del poder y la política en América Latina, y ha llevado a la cárcel a ex presidentes y otros altos funcionarios en países como Brasil, Ecuador, Perú y Colombia, En Venezuela solo se sabe que altos funcionarios recibieron comisiones por un monto de 98 millones de dólares, pero no ha trascendido absolutamente nada; por el contrario, reina el más absoluto silencio salvo las declaraciones de Ortega Díaz, quien acusa a Maduro de haber recibido dinero de la trasnacional brasileña para cubrir los gastos de su campaña presidencial.

El régimen madurista desde sus inicios perdió la visión de país y se ha alzado de hombros frente a sus responsabilidades, convirtiéndose de hecho en un cenáculo cerrado en el que la voz cantante solo lo lleva Maduro, quien imparte órdenes a los órganos públicos a su servicio, y solo se debaten y aprueban asuntos que le interesa en función política para la preservación de la vida del partido fundado por el comandante galáctico, a quien le rinden honores a diario en sus monsergas discursivas y mensajes televisivos, pese a haber fallecido hace tres años.

Joseph Goebbels, ministro de Información de Hitler, en su decálogo refiere que “es necesario mantener engañado al pueblo mintiéndole hasta el cansancio, y que una mentira repetida muchas veces termina convenciendo que es verdad”. Y esta dolorosa tragedia que vivimos los venezolanos cuenta con el alcahuete respaldo de altos jerarcas militares, fieles al proceso por razones que todo el mundo murmura, pero que algún día deberán responder por su vulgar y descarado ultraje a la nación y a millones de venezolanos.

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@_toquedediana 


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