La horrible realidad de la política de hoy, dentro de Venezuela, y ante ella, por parte de otros Estados que apoyan o adversan a Juan Guaidó, nos pone de manifiesto que los valores éticos poco tienen que ver y que el mero interés ―por más bajo que sea― es el que, en definitiva, guía las acciones de los actores del drama, los buenos y los malos.

En efecto, queda ya visto y demostrado que a aquel militar que acoja el llamado de “ponerse del lado de la Constitución”, seguramente le espera la prisión, la tortura salvaje, como al capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo, pasar hambre en Cúcuta o el “suicidio” como al concejal Fernando Albán. A las pruebas me remito. Tampoco se necesita ser militar para que lo torturen: pregúnteselo al joven diputado Juan Requesens.

Por el contrario, quien haya sido partícipe ―y peor aún, director― de los organismos del Estado en los que se practican las más aberrantes violaciones de los derechos humanos, que, además, haya merecido la “sanción” de los Estados Unidos, puede aspirar a que con inusitada prontitud se le levanten, si es que arregla con eficiencia su salto de talanquera y lo vuelve interesante para empezar una intensa “colaboración” con las agencias especializadas de Washington. El caso más significativo es el del general Manuel Cristopher Figuera, cuyo cambio de lealtad lo llevó a resolver su destino de “villano número 1” a cooperador en la lucha contra la violación de los derechos humanos y la restitución de la democracia y, en coincidencia, cuando el fiasco del 30 de abril lo dejó al descubierto.

Casos similares abundan como el de la fiscal general Luisa Ortega Díaz, quien, sin contemplación alguna, utilizó la acción penal de la que es titular su despacho para judicializar a cuantos se le indicó, desde Leopoldo López y tantos más. No olvidar al “magistrado exprés” del Tribunal Supremo, Christian Zerpa, quien se fue de vacaciones para Disneyworld y terminó cantando más que Pavarotti, o el general Hebert García Plaza, quien ni siquiera saltó la talanquera, sino que apareció como un fantasma en el “imperio”, pero con algunos cobritos que consiguió ahorrar en el desempeño de altos cargos revolucionarios.

Ahora que la nave parece estar cerca de naufragar, no sería extraño que leamos que Maikel Moreno y sus secuaces sean alcanzados por la iluminación divina que les señale de pronto cuál es la senda más segura, o que el venerable abogado Hermann Escarrá nos deleite con su enésima pirueta política, más propia del Cirque du Soleil que de un engominado letrado heavy weight.

Sin embargo, aquello que llaman “real politik” (que es el nombre culto del asco vuelto política, porque así conviene) aconsejará tener a mano suficientes pañuelos y perfumes para ponerse en la nariz cuando llegue el momento, a menos que alguno de los bandos consiga someter total y definitivamente al otro. Veamos el caso de Argentina, que después de setenta años de batallar contra el peronismo, hoy se encuentra a un paso de que la peor versión de ese flagelo (Kirchner & Cía.) se vuelva a instalar por la vía electoral en la Casa Rosada.

El mayor deseo de este servidor es poder ser testigo del proceso de recuperación que indefectiblemente seguirá al cambio de régimen. La república del futuro, no la del pasado. Quisiera ver a todos los culpables, presos, preferiblemente en Venezuela o en cualquier otro lugar. A falta de ese ideal, nos anotamos con algunas concesiones (las menos posibles) que permitan que el deseo de lo perfecto no impida la concreción de lo posible. Por eso, se necesitarán los pañuelos en la nariz.


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