La composición política de la población venezolana votante –luego de la muerte de Chávez, del inicio del desbarajuste proveniente de su desatinada gestión y la agudización de la crisis económica, política, social y humana mayor de la historia del país, por la aún más errónea acción de su heredero Maduro– quedó integrada de la siguiente forma:

a) La oposición organizada alrededor de la Mesa de la Unidad Democrática.

b) El régimen chavista representado por su instrumento oficial, el Partido Socialista Unido de Venezuela.

c) Los realengos, llamados Ni-Ni, independientes, abstencionistas crónicos, etc., huérfanos de toda pasión política, incrédulos totales o frustrados socialmente tan profundamente que ya no cuentan como actores válidos para ninguna acción política. Allí está ese porcentaje de venezolanos que se abstiene de participar en todas las elecciones, incluidas las presidenciales.

Estos grupos constituyen, aproximadamente, cada uno de ellos, una tercera parte del registro electoral de 18 millones de venezolanos, menos los 1,5 millones, también aproximadamente, de expatriados que no han regularizado su voto en el exterior. Ello significa un contingente de 5,5 millones, para cada uno de esos sectores, actuantes en el país.

En las elecciones parlamentarias de 2015, 1 millón de votantes que sufragaban regularmente por el chavismo se desprendió de él y votó por la MUD, lo que le dio una ventaja de 2 millones de votos por encima del PSUV (7,7 millones versus 5,6 millones). Esto permitió que la oposición sacara una mayoría calificada de 112 diputados para la Asamblea Nacional.

¿Por qué se perdió ese millón de votos disidentes del chavismo en las elecciones regionales del pasado 15/10 y de otros 700.000 votos adicionales provenientes del núcleo duro de la MUD?

Por tres razones principales, entre otras:

1)    La MUD dejó de ser la MUD para convertirse en partidos independientes que acudían a las elecciones con un fin común, lo cual convenció quizás a sus militantes y simpatizantes, pero no a los chavistas disidentes. El régimen logró este objetivo al obligar a los partidos políticos agrupados en la Mesa de la Unidad a revalidar su inscripción ante el Consejo Nacional Electoral (brazo ejecutor de todas las vagabunderías oficiales), para luego presentarse a las regionales en forma separada, sin el logotipo unificador de la MUD. La oposición no debió caer en esa trampa, a costa de lo que pudiera sobrevenir.

2)    La fuerte tendencia abstencionista dentro de la oposición, por razones absolutamente valederas, después de la larga, dolorosa y sangrienta lucha librada contra el régimen en los cuatro meses anteriores al evento electoral. Por eso el gobierno las adelantó. Eso le restó a la oposición unos 700.000 votos adicionales provenientes de su propia militancia. Aquí, también, la oposición debió asumir una posición principista a favor de la abstención a costa de dejar en manos del régimen todas las gobernaciones. Eso hubiera sido más comprensible para el contexto internacional y para el secretario general de la OEA, que se la había jugado a favor de la oposición venezolana. Quizás eso era más valioso que cinco o seis gobernaciones que serán neutralizadas por el régimen.

3)    La acción perversa del régimen que con los recursos públicos y el poder del Estado hizo de estas elecciones uno de los más sucios eventos comiciales de toda la historia nacional.

Si estos mismos factores siguen gravitando en la escena política nacional para el futuro inmediato (lo que le queda a Maduro de su gestión), la salida del problema nacional, definitivamente, no podrá ser por la vía democrática.


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