El indetenible y evidente deterioro y la precariedad del prestigio del liderazgo de Maduro que, a juicio de una creciente mayoría de sus seguidores, comprometen la plena realización y continuación del proyecto político chavista, aunado a la certeza de que su permanencia en el poder se aproxima aceleradamente a su fin definitivo, han venido engendrando, al interior del PSUV, fuertes luchas grupales para tratar de convertirse en la opción que habrá de sustituirlo en el mando y que intentará mantener, radicalizar y profundizar las características de un régimen de gobierno que, bajo la conducción del inepto de Miraflores, se desmorona estrepitosamente, debido al oneroso y escandaloso despilfarro de los recursos humanos y materiales de los que dispone y que el balance de su gestión administrativa significa más un gran fracaso y colapso colectivos que una recompensa y reivindicación social.

Estamos asistiendo a la actuación de movimientos organizados, dentro del chavismo, que están esperando el momento que más les convenga para arbitrar las opciones que conduzcan al relevo político de un líder que se desgasta aceleradamente. Esos grupos están acicateados por motivaciones de diverso sentido, pero son convergentes en la noción de la necesidad de preservar el poder que tangencialmente detentan, sin importar el costo económico y social que tal empeño signifique. La cuestión es comprender que en el chavismo-madurismo se extiende una pérdida de la confianza en las virtudes y en la potencia del discurso de un dirigente irresponsable, mediocre y decadente que ayer tenía la imagen de representar una fuerza inclusiva y que hoy sus actuaciones son percibidas por sus seguidores como los rasgos relevantes de una premeditada exclusión política y un delirante personalismo que se inspira en la segregación y ostracismo de los que no le son incondicionales.

Estos grupos saben que sus zonas de convivencia con el régimen no son compatibles con los delirios del líder ni con los enormes errores de su gobierno, y mucho menos asimilables a una sumaria tesis de responsabilidad colectiva del genéricamente llamado chavismo. Por el contrario, la abundancia de situaciones, la multitud de motivaciones que, en su momento, generaron complicidades atenuadas del PSUV en relación con el régimen y sin las cuales este no hubiera podido sobrevivir tanto tiempo, son los argumentos que le confieren fuerza a los grupos disidentes del chavismo para tratar de evitar verse compelidos a actuar en un ambiente de cinismo colectivo y, por tanto, exigir y prohijar un relevo profundo en el liderazgo del gobierno.

Sin embargo, los diversos grados de adhesión al régimen, que sin duda han mantenido hasta ahora los grupos que coexisten dentro del chavismo, no pueden separarse de la responsabilidad que tienen con el engaño, las frustraciones y la forma perversa como el régimen ha presentado las esperanzas de redención en tiempos de desintegración social a un pueblo necesitado y que han llevado al país como un todo a una verdadera y profunda crisis. Eso lo saben estos grupos y han comprendido que su supervivencia política demanda mayor cohesión entre ellos y una actitud abierta y proclive a la búsqueda de alternativas para la sustitución de un gobierno que ha demostrado hasta la saciedad su incompetencia e incapacidad para el manejo de la cosa pública y la acertada conducción del país. Estos grupos trabajan abiertamente para remover del cargo a un Maduro agotado en su mandato y generador de un rechazo creciente e indetenible en todo el país, que necesariamente afecta negativamente al chavismo, en su pretensión de mantenerse en el poder.

Vistas así las cosas, debemos concluir que si el gobierno habla de conspiraciones, ciertamente estas existen, pero los conspiradores y sus planes desestabilizadores hay que buscarlos en el PSUV y sus satélites; allí trabajan abiertamente quienes esperan la ocasión para dejar de lado al líder que irremisiblemente tiene que irse.


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