Promover la integración de rutas seguras de transporte público en las ciudades es tarea inicialmente de las autoridades que regulan la materia, pero también es una acción que puede ser impulsada desde las universidades e instituciones de formación educacional de tercer o cuarto nivel, e incluso desde la empresa privada, sobre todo las aseguradoras y las propias armadoras o ensambladoras de unidades fabricadas para prestar ese servicio.

Tristemente hemos presenciado la involución del transporte público en nuestras ciudades, y es muy común que las llamadas “perreras” (camiones o pick up adaptados para carga de bienes muebles, material o escombros, y hasta semovientes, con una especie de enrejado en los bordes de la plataforma descubierta) o camiones de la Fuerza Armada, estén siendo utilizados para la transportación de seres humanos porque el parque automotor es insuficiente. Algo realmente humillante y que muestra la degeneración del transporte colectivo, con el ingrediente tóxico de la inseguridad que ello conlleva para las personas que no tienen otra opción para movilizarse día a día a sus labores. Es este el resultado de la aplicación de la tan cacareada Misión Transporte. ¡Qué vergüenza, señores del gobierno!

Las razones por las que esto ocurre son diversas, pero las más evidentes son la falta de repuestos para las unidades de transporte regular a causa de la dificultad para importarlos o para producirlos en Venezuela, lo que induce a la paralización de los vehículos; también la insuficiencia de ingresos en las empresas u organizaciones de transporte con incidencia directa en la falta de mantenimiento, lo cual se agudiza con la hiperinflación que asfixia al país, que además merma la cantidad de pasajeros que optan por pagar el pasaje de transporte, pues eso tiene repercusiones inmediatas en su presupuesto personal y familiar, entre otras.

Para poder encontrar solución a este problema debe haber un giro rotundo en la política gubernamental con la cual se aborda el tema transporte en general, pero no solo en eso, sino en el ámbito económico, pues es evidente que la situación se les fue de las manos, quién sabe si incluso de manera intencional para hacer cada vez más dependientes a los venezolanos de las dádivas de su gobierno, al igual que con los CLAP y tantas otras “políticas sociales” muy al estilo cubano. ¿Qué hace el ciudadano común ante esto? En principio, no cruzarse de brazos y exigir a los responsables de este desastre que se les respeten sus derechos humanos básicos, entre ellos la transportación. También, convertirse en activistas de la seguridad vial es una opción y para ello el colaborar con iniciativas como las que les comento en este artículo podría ser una de la tantas maneras de hacerlo.

En este sentido, para crear rutas seguras de transporte público urbano hay experiencias en Latinoamérica en las que ya se ha comenzado a integrar este tema como parte de la responsabilidad social de empresas, sobre todo las educativas como es el caso del Iteso, en Guadalajara, México, que ofrecen programas gratuitos para los operadores y las personas que ostentan responsabilidades de gobierno en temas de movilidad a partir del patrocinio de privados, entre ellos los mismos empresarios del transporte interesados en mejorar este aspecto de su operación.

Lo interesante de este caso mexicano que les refiero es que el pénsum de estudio se construyó a partir de talleres inductivos –del tipo World Coffee– en los que estuvieron representantes de los transportistas, de las empresas de seguros, de las armadoras, de la sociedad civil organizada y de organizaciones no gubernamentales que fomentan la seguridad vial, además de responsables de cátedras de transporte y ciudad en la universidad. Con ello se constituyó lo que llamaron “Incubadora de rutas seguras de transporte público”, cuya iniciativa comenzó en 2015.

Para impulsar la promoción de rutas seguras de transporte público a partir de la capacitación académica a manera de diplomado o curso intensivo –entre otras figuras que podrían aplicar–, debe concebirse un plan de estudios cuyo objetivo sea el apoyo a la optimización de la seguridad vial en las rutas de transporte público, con su debida certificación de haber cubierto la carga académica obligatoria, en las que se evalúe la seguridad en los elementos que integran la trilogía vial: el ser humano, los vehículos y la infraestructura. Con esto se logra fijar conocimiento acerca de los principios generales de la seguridad vial y luego aplicarlos a una transportación segura en los vehículos destinados al servicio público colectivo superficial.

Este es un trabajo con resultados concretos a mediano plazo, pues debe irse construyendo a medida que se van sumando rutas al programa. En las ciudades, el promotor del programa debería primero hacer un inventario de rutas (o utilizar los ya existentes, si fuere el caso) urbanas y suburbanas, e ir invitando a los prestatarios de los servicios de transporte (asociaciones civiles, cooperativas de transporte, sociedades anónimas), llegándole a todos niveles, incluido el personal directivo, los operadores regulares, los “avances” y hasta los “colectores”, pues finalmente el éxito de esto es que toda la cadena de actores que están involucrados queden capacitados y al mismo tiempo convencidos, para que luego ellos mismos se conviertan en agentes multiplicadores del conocimiento y, por ende, en activistas de la seguridad vial. Así mismo, con las personas que detentan autoridad en la materia en los municipios y estados, al igual que en el Ministerio de Transporte y sus organismos e institutos adscritos.

Esto, porque debe generarse el efecto “bola de nieve” y con el tiempo poder contar –en el escenario ideal– con todas las rutas del área urbana que se esté trabajando en el programa, ya incluidas, por lo que estas contarán con todas las herramientas para una gestión integral segura. Así mismo, los organismos de regulación harán la supervisión con bases sólidas, además de estar sustentadas en el marco jurídico que aborda la materia transporte.

Con estos programas de impulso a la seguridad vial en el transporte público se pretende brindar los medios necesarios a los empresarios/emprendedores del transporte para la creación, desarrollo y consolidación de las empresas que trabajen en pro de la administración de riesgos en el transporte, proporcionando los instrumentos y el acompañamiento necesarios para su adecuada operación. Por lo que se sugiere que se comience con pequeños pilotos, que luego se vayan ampliando hasta abarcar el universo de rutas de la ciudad. Estos pilotos aplicarían muy bien en las rutas que integran los modos a los que se les ha llamado popularmente, en el mundo técnico, del tipo “trans” –rutas alimentadoras con operación integrada en lo físico y lo operacional, con imagen uniforme y regulación exhaustiva de parte de las autoridades, pues se tendría mayor control sobre los resultados y el monitoreo a posteriori sería más fácil, para después generar estadísticas que indiquen sí se tuvo éxito con la aplicación del programa, lo que obliga a diseñar indicadores para la medición.

Es indispensable que en los programas de formación en seguridad vial para el transporte público se incluyan tópicos asociados al uso de la tecnología, la innovación, la figura empresarial más adecuada para gestionar rutas, formas de organización y de servicio, y hasta los ejemplos de buenas prácticas foráneas que puedan ser “tropicalizadas” para su implantación en el país o sirvan de referencia. Esto, aunque pareciera no tener relación directa con la seguridad vial, son factores de éxito en la gestión integral de las rutas que, a la larga, conducirá a una mayor seguridad y se logrará el cometido de reducir accidentalidad en conjunto con una operación eficiente. Una ruta segura es garantía de vida para quienes la usan y también para el resto de los elementos del tránsito que no se verán involucrados en incidentes de tránsito en el área inmediata del itinerario.

En Venezuela, muchos casos de éxito en el pasado reciente en esta materia han nacido de la propia iniciativa gubernamental local, con ejemplos valiosos en administraciones en municipios como Baruta, Chacao, El Hatillo y Sucre –en el caso de Caracas–, al igual que algunas experiencias en Barquisimeto y Mérida, incluso con la creación de instancias dedicadas a esta labor especializada, con rango de dirección, para atenderla educación y la seguridad vial. También, en su tiempo de esplendor, la Fundación Fondo Nacional de Transporte Urbano (Fontur) fue promotora de estas acciones, incluso con financiamiento de organismos multilaterales, que fueron ejemplo para América Latina. Esa es la senda que debemos retomar y mantener los espacios que ya se han ganado con la idea en el ámbito local.

Qué difícil es hablar de movilidad urbana en Venezuela cuando prácticamente se está inmóvil y se ha pauperizado la acción de desplazarse de un lugar a otro, con todas las desventajas que ello conlleva en lo social y en lo económico. Pero si de algo estoy convencido es de que mientras enmudezcamos, peor será la dosis de patria que querrán dar estos señores que en este momento detentan el poder –absoluto– en el país.

Así que debe mantenerse el debate de las ideas –que a ellos les da caspa– e impulsarse el pensamiento crítico para que no sea posible el arrase de la cruzada comunista que se han decidido imponer. No podemos tener de modo de transporte una “guagua” cuando siempre –mucho antes que el resto de los países de Latinoamérica y hasta de otras latitudes más lejanas– hemos estado acostumbrados a movernos en autobús o microbús y en los por puestos maracuchos.

De mi parte seguirá existiendo la voluntad de seguir elevando la voz hasta que se logre detener la desidia que en materia de transporte, entre tantas otras, se evidencia en la nación. Espero contagiarles y que con el contenido de este artículo haya podido contribuir para ese fin, sin dejar a un lado la necesidad de despertar en las autoridades la necesidad de empezar a cambiar la triste realidad de la movilidad en nuestras ciudades, promoviendo la seguridad en el transporte público. Son personas las que se transportan, no ganado. Ya basta de tanta irresponsabilidad.

¡Hasta la próxima entrega!

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