Si no irrumpiera en la economía nacional aquella corriente exógena de ingresos monetarios provenientes de las exportaciones petroleras, el nivel de los precios no tendría tantas presiones para subir. Esta es la fuente primaria, congénita, de las tensiones inflacionistas en Venezuela, máxime cuando, después de 1972, aumentaron brutalmente los precios petroleros en el mercado internacional y se instauraron, desde 1984, las devaluaciones del bolívar con fines fiscales.

Dentro de este torbellino el BCV tiene prácticamente un rol pasivo: cumple una función obligatoria, casi gratuita, de cambio de dinero extranjero y posteriormente de recogedor, pagando intereses, de medios de pago que en realidad en Petróleos de Venezuela su fuente tienen, no en el BCV, como señalan muchos equivocadamente, sobre todo aquellos que proponían la Caja de Conversión como los que la adversaban. Y quienes con la imagen de un banco central de un país desarrollado europeo proponen la independencia del BCV, como si este pudiese controlar la oferta monetaria, equivocación plasmada en la reformas de la respectiva ley, después de 1987, al asignarle al BCV competencias imposibles de cumplir, tal como se lo comenté una vez al Dr. Maza Zavala, entonces director del BCV.

En las economías del norte, la circulación monetaria comienza mayormente en la banca privada y de manera secundaria en el respectivo banco central, lo cual facilita controlar eficazmente la oferta monetaria; aquí es al contrario, fuera del ámbito del BCV, en gran medida, la oferta monetaria se origina, dificultándose el control que aquel de acuerdo con la ley respectiva pudiese ejercer. Lo que si procede del BCV es la otra cascada monetaria para monetizar, financiar, déficit del Tesoro Público, de empresas estatales y de institutos autónomos.

No obstante, conviene señalar que ahora la industria petrolera ha ido integrándose a la economía nacional, pues una parte de sus ingresos la dedica a la compra de producción nacional para efectuar su cometido; otra porción la dirige al exterior al demandar bienes y servicios extranjeros; pero una porción importante la capta el Fisco Nacional en la forma de impuestos, que al financiar parcialmente el gasto público, un efecto expansivo tiene al operar el multiplicador de los desembolsos públicos, que en la creación de reservas bancarias disponibles repercute y, por ende, en dinero bancario al través del multiplicador del crédito, dificultándose aún más el control de la oferta monetaria.

Al torrente monetario del exterior proveniente de realizar las exportaciones petroleras se añaden otras del mismo origen foráneo, a saber: el endeudamiento externo del sector público, inversión extranjera no petrolera, a lo cual, desde 1984, las devaluaciones del bolívar nuevos recursos suman, mediante la multiplicación de bolívares con los mismos dólares petroleros o con menos; es más, desde 2004, a pesar del incremento sostenido de los precios petroleros, las mismas prácticas perniciosas continuaron, agravando la “indigestión” monetaria de la economía nacional, por una parte,  y el efecto negativo en el nivel general de los precios al elevar el tipo de cambio creciente el índice de precios de los bienes y servicios importados, fenómenos que recientemente se han acentuado al fallar el abastecimiento interno a causa de una producción nacional deprimida y desestimulada.

Podemos hacer más realista nuestro modelo de análisis al pasar de la esfera monetaria a la productiva, donde existe poca elasticidad, es decir, mucha rigidez, para responder adecuadamente a los estímulos de un aumento de la demanda. Esta inelasticidad, o rigidez, se acentúa y es más evidente cuando se toma la distribución porcentual de la fuerza de trabajo en las diferentes ramas económicas, ya que el solo hecho de la concentración de un altísimo porcentaje de la mano de obra en la producción de intangibles, como los servicios, crea distorsiones que presionan el aparato productor de bienes, donde se radica una proporción mucho menor de la fuerza humana de trabajo, cuya productividad  y nivel de producción no son suficientes para satisfacer las necesidades ni siquiera de los que allí laboran. Esta situación deficitaria se agrava cuando se agrega la demanda de bienes reales que emana de esa fuerza de trabajo productora de intangibles. Esta deformación aunada con la situación de baja productividad del sector se transforma en presiones alcistas sobre el nivel general de precios.

Si a estas características del funcionamiento de la economía venezolana se incorpora el hecho ya consuetudinario de una economía deprimida que ha retrocedido, durante los últimos cinco años,  en la generación de producción nacional, pronosticando el Fondo Monetario Internacional una contracción de 15%, en 2018, brota otra fuerza que impulsa el aumento de los precios, que por lo demás, por esta causa, ya venían subiendo dado el relativo estancamiento de la economía nacional durante el lapso 1979-1998: la economía crecía menos que la población arrojando decrecimiento del ingreso per cápita, fuente de pobreza y de todo tipo de malestar social, complicándose por la incapacidad política de los dirigentes del cuarta república para instrumentar las indispensables reformas que dinamizarán la economía nacional y afrontar estas vicisitudes. Acarreó el fenómeno Chávez. De todo este cúmulo de hechos monetarios, económicos, sociales y políticos la hiperinflación surgió en Venezuela.

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@psconderegardiz


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