Estamos en presencia de un desastroso resultado después de veinte años de implementación del socialismo del siglo XXI en Venezuela: ¡la destrucción!

Han dilapidado y robado una inmensa fortuna de los venezolanos. Entre 1999 y 2006 unos 450.000 millones de dólares, más otros 450.000 millones entre 2007 y 2012, segundo mandato de Chávez. Son más de 900.000 millones de dólares, según conservadores cálculos financieros internacionales (Nelson, Rebecca. “Venezuela’s Economic Crisis: Issues for Congress”. Enero 2018, USA). 

A pesar del gravísimo dato de este daño señalado, lo más grave que se podría producir en nuestro caso venezolano es que finalmente se consiga destruir la esencia del sentido del valor de aquellas instituciones de la democracia, y de la legitimidad de la llegada a la administración “temporal” del poder por elecciones limpias. 

Lo que para el venezolano común, en los setenta, ochenta y noventa del siglo XX, que eran nuestros tiempos de niños, adolescentes, hasta la llegada al adulto en que nos convertimos, se había logrado internalizar en nuestras mentes como algo natural las elecciones periódicas con distintos candidatos al presidente en funciones. Ello involucionó a partir de Chávez, en un asfixiante continuismo. 

Después de décadas históricas de luchas intestinas entre caudillos militares, por y para el establecimiento de un Estado nacional a la medida de cada uno, con constituciones que iban y venían (llevamos 27 en total hasta hoy), se logró durante la dictadura castro gomecista integrar el territorio en una sola república. Luego, con la transición López-Medina se iniciaron básicas instituciones democráticas, hasta lograr establecerse la democracia en desarrollo que conocimos y dejamos perder.          

La mentalidad democrática conllevaba a que el venezolano se sintiera con el derecho de opinar libremente, formar agrupaciones político-partidistas, participar para competir por el poder de manejar al Estado, en un sistema de alternancia democrática cuasi-igualitario y partidocrático.

 A pesar del esfuerzo por abordarse la modernización del Estado en los noventa, esta llegó tarde. Había otras prioridades. La corrupción se acentuaba cada día, más y más. Lo que lamentablemente en las mentes desprevenidas de muchos, el oportunismo de otros, y aún el bien intencionado error de otros tantos, produjo lo que fue el desprecio hacia la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, y todo lo que pudo haberse logrado. Prefirieron concentrarse en su aniquilamiento político. 

Del muy complejo y difícil escenario en que se dio la segunda presidencia de Caldera, que fue en la práctica una transición de la inestabilidad militar y económica que se sintió desde el gobierno del presidente Jaime Lusinchi, hasta la crisis aguda financiera con que comenzó ese segundo mandato Caldera, solo se quiere hacer propaganda con la supuesta culpa unipersonal de haber liberado a Chávez Frías, dos años más tarde. 

Si nosotros no ganamos la batalla en las mentes de los que ya pasamos por esto anteriormente esbozado, y nos deslastramos de culpas y acusaciones continuas e inútiles del pasado, y mejor lo miramos para aprender de él, le estaremos restando posibilidades y oportunidades a las nuevas generaciones para que, con nuestro soporte clave, renazca una nueva y mejor democracia.

¡Es tiempo para la libertad! Es tiempo, por supuesto, para la justicia. No para la venganza. No para la mediocridad de aquellos que solo desean comer del mismo árbol de la envidia, las apetencias lujuriosas del poder, y que nos envenenó la democracia. Eso fue lo que nos retrocedió de un posible paraíso que casi tuvimos, y que pudimos perfeccionar, completando la tarea de construir una democracia moderna. Salvemos a Venezuela y rescatémosla de este infierno al que las mentes criminales de la adicción al poder por el poder mismo, sin nación, sin hermandad, la han conducido. Sanemos nuestras mentes de esta pesadilla de manipulación de los jóvenes y descontaminémosles de los odios de aquel pasado. Vamos a ganar la primera de todas las batallas: la que esta en nuestras mentes.  

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