La preocupación por el planeta es cada vez más manifiesta y mediática, incluso personajes famosos y de respeto mundial han alzado su voz al respecto, como Al Gore, quien hasta ganó un Oscar por su documental “Una Verdad Incómoda”, Leonardo Di Caprio –como activista ecológico– y el mismísimo papa Francisco –quien publicó recientemente su encíclica por el medioambiente–, entre otros personajes y organismos de orden global.

Ahora bien, ¿están teniendo el efecto esperado estos esfuerzos?; he ahí una pregunta capciosa, pues aunque se entiende que es necesario generar masa crítica al respecto y aprovechar que los “famosos” pongan las palabras mágicas en sus bocas para que sus fans traten de replicar estas acciones, no sabemos –y me incluyo– si se está generando la conciencia real en los tomadores de decisiones en el mundo, sobre todo los gobiernos de los países “desarrollados” y las compañías transnacionales que forman parte de todo este problema que los propios humanos hemos creado.

Por ahí se dice que el desarrollo de las ciudades –y de los países– genera más degradación al ambiente, lo cual es lapidario, porque entonces se nos crea una disyuntiva en nuestras cabezas –al menos a mí– sobre el qué hacer y cómo hacerlo, para poder crecer y no dañar nuestro ambiente, para poder vivir de forma digna y al mismo tiempo armónica en nuestro contexto inmediato de acción, evolucionando para seguir en siglo XXI. Y nos cuestionamos –qué bueno que sea así–si lo estamos haciendo bien en nuestro andar diario.

Fíjense que esta preocupación global por el planeta, al menos de forma integral, aunque se escucha mucho de ella, es relativamente nueva. Un indicador de esto es que hace unos pocos años, cuando se delinearon y publicaron las llamadas “metas de desarrollo del milenio” nunca se incluyó la palabra “transporte”, ¿Qué les parece? A mí, en lo particular, no deja de causarme sorpresa, siendo que la congestión, entre otras cosas, es de los fenómenos que se padecen en la mayoría de las ciudades y que aportan mayor cantidad de Gases de Efecto Invernadero –GEI–, por estar el tránsito poco regulado e incluso ser los propios gobiernos los impulsores del modelo de ciudad que favorece más al automóvil que al hombre mismo, todo por incentivar el ideal que imponen las sociedades de que el estatus de progreso se alcanza cuando es posible tener un carro propio. Entonces, es cuando se ven los perversos subsidios a los combustibles, líneas de crédito exprés para la compra de vehículos, entre otras tantas prácticas que van en detrimento de una movilidad sostenible.

Últimamente se han celebrado eventos de gran relevancia que de alguna manera subsanan los errores de un pasado reciente al respecto y se consideran procesos claves para la sostenibilidad –como lo ha denominado el reconocido ingeniero argentino Jorge Kogan, asesor de la Vicepresidencia de Infraestructura de CAF Banco de Desarrollo de América Latina–. Estos son: en 2010 el “Decenio de Acción para la Seguridad Vial” promovido por la ONU; en 2015 el “Financiamiento para el Desarrollo” promovido por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; en 2015 los “Objetivos para el Desarrollo Sostenible” que también son conocidos como “Objetivos Mundiales” promovidos por el PNUD-ONU; en 2015 los “Acuerdos de París sobre el Cambio Climático” cuya cumbre se denominó COP-21 y que fue la Conferencia de las Naciones Unidas para el Cambio Climático; en 2016 “Hábitat III” que fue la más reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Sostenible; y también en 2016 la Cnucyd que representa la Décima Cuarta Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo.

¿Qué ha resultado de todo esto? Muchas cosas buenas, al menos en el papel, que los gobiernos del mundo están llamados a aplicar, creando un marco institucional, jurídico y ejecutor que haga realidad estos esfuerzos de los que esperamos con mucha ansiedad que no se queden en “grandes intenciones” sino que generen resultados tangibles, sólidos y medibles. Por lo pronto, tristemente se puede decir que de las primeras claves que les mencioné, estamos a punto de culminar el lapso que desde la ONU junto con la OMS se fijó para llevar a cabo el Decenio de Acción para la Seguridad Vial y se está bastante lejos de alcanzar las metas planteadas. Esto, sin dejar a un lado lo que se pretendía con el Protocolo de Kyoto, que finalmente las grandes potencias mundiales ni siquiera firmaron o se comprometieron a aplicar por completo, siendo que son los países que más aportan GEI en el planeta.

De Hábitat III se deriva la “Nueva Agenda Urbana” con seis conceptos clave para promover que las ciudades sean compactas, inclusivas, participativas, resilientes, seguras y sostenibles. De los Acuerdos de París se ha proporcionado una hoja de ruta para las medidas relacionadas con el clima, que tienen por objeto reducir las emisiones y desarrollar resiliencia al cambio climático, desprendiéndose algunas claves importantes de destacar como que el objetivo primordial es mantener la temperatura media mundial “muy por debajo” de 2° C respecto a los niveles preindustriales, comprometiéndose los países a llevar a cabo “todos los esfuerzos necesarios” para que no rebase los 15° C y evitar así los “impactos más catastróficos”. Esto compromete a 187 países de los 195 que forman parte de la Convención de Cambio Climático de la ONU, entrando en vigor en cada una de esas naciones en 2020 y se permitirá su revisión al alza cada cinco años.

En todas estas convenciones se ha dado por sentado que en el caso del transporte se debe emprender una cruzada para su “descarbonización” y también queda claro que los acuerdos comprenden compromisos voluntarios de los países, sin que se ejerzan penalidades como tal por el incumplimiento, solo mecanismos transparentes de seguimiento al acatamiento, lo cual conlleva a pensar que se establecerá un observatorio global que se encargue de ello y que publique las estadísticas y datos necesarios para cumplir con tan grande tarea. Todo un reto de exposición pública que posiblemente haga que los países se vean forzados a cumplir para no someterse al escarnio de todos, teniendo que ser coherentes sus acciones con sus discursos.

En la recientemente finalizada cumbre C40 en la que estuvieron reunidos los 90 Alcaldes –o sus representantes– de las ciudades que comprenden, acerca de lo antes dicho, cuatro urbes se comprometieron a que para 2025 ya no circularán vehículos a diesel (o gasoil como le solemos llamar en Venezuela), dado que 73% –en promedio– de las emisiones contaminantes que se generan en las ciudades proviene del transporte público y privado. Estas ciudades son México, Madrid, París y Atenas.

No obstante, esto requiere de una estrategia que incluya todos los modos de transporte, integrando la eficiencia de los sistemas y las mejoras en todas las modalidades. También requiere la integración en el análisis de tres variables que deben “trabajar” de forma conjunta: usos del suelo, energía y transporte.

Según CAF, la hoja de ruta requiere combinar medidas para evitar viajes innecesarios y migrar a modos más eficientes de transporte junto con las mejoras a las tecnologías existentes, incluso vehículos y combustibles. Por ello, el enfoque no debe estar orientado solo a la tecnología, sino al cambio de comportamientos, nuevos ecosistemas y políticas e instrumentos financieros innovadores.

Les comparto mi apreciación personal acerca de todo esto: considero que es muy importante que estos temas estén en el tapete y que se hable de ellos con insistencia, siendo que no solo los “expertos” son los que deben tener la voz cantante, sino el ciudadano común que comience a internalizar la necesidad de aportar con su comportamiento cotidiano a la mejora del planeta y de sus ciudades, que son su entorno de acción inmediato.

Me queda duda de si los organismos e individuos que tienen sobre sus hombros la toma de decisiones en sus países y ciudades están realmente convencidos de lo primordial que es atender esta circunstancia y no ver este asunto como una “moda” o “tendencia” que deben asumir –casi obligados– en su discurso para ganar adeptos, añadiendo a sus alocuciones ciertas “palabras” y “frases” cliché porque políticamente son bien vistas, lo cual es muy grave porque no están entendiendo realmente de qué se trata.

También me quedo un poco escéptico con el accionar de los organismos de financiamiento internacional de programas de ciudades que procuran las buenas prácticas, pues pareciera que se burocratizan los procesos de forma tal que hacen inaccesibles los recursos para la aplicación de acciones concretas en algunas urbes, situación que resienten muchos alcaldes, gobernadores y también los técnicos y consultores que se ven maniatados, al pretender llevar a cabo proyectos de forma infructuosa por no contar con apoyo financiero, incluso por razones políticas y esto aplica en ciudades venezolanas, pues dado el contexto de crisis generalizada en el que se encuentra el país, pareciera que muchas de estas entidades le huyen al tema en nuestra nación como si padeciéramos de una enfermedad altamente contagiosa –y disculpen que sea tan folclórico en las expresiones–, aislándonos cada vez más del mundo, lo cual no creo que sea precisamente la mejor táctica para combatir el mal que nos aqueja en estos momentos y que venimos sufriendo desde hace casi dos décadas de chavismo.

Creo que hay que tener más ganas reales de cambiar para poder aplicar y “tropicalizar” todas estas hojas de rutas y políticas que comprenden los documentos derivados de las cumbres. Esto es un tema que requiere más que una simple intención, requiere más acción y menos bla bla.

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