A finales del presente mes, o principios del próximo, nos enteraremos de quiénes han sido honrados por el Karolinska Institutet, el Norske Nobelkomite y las academias suecas de las ciencias y de las artes con los premios Nobel 2017. Sabremos, cuando conozcamos sus nombres, cuán certeros fueron los pronósticos de las casas de apuestas y si los laureados no son conejos sacados sorpresivamente de la chistera de un prestidigitador del Gröna Lund, el parque de atracciones de Estocolmo. El anuncio de los albaceas de un dinamitero –«mercader de la muerte» lo llamó un diario francés– que, agobiado por la culpa, destinó los beneficios de su explosiva invención a redimir su nombre, es tan esperado como el de los nominados al Oscar o los Grammy. El evento viene a cuento en razón de acontecimientos que, sin nexos entre ellos, y para solaz de quienes, a falta de cosas mejores que hacer, presten atención a estos escarceos y travesuras, intentaremos articular en torno al prestigioso galardón.

Comenzamos con una efeméride: el sesquicentenario de la publicación de El Capital (Das Kapital) –del primer tomo, en realidad, los dos restantes aparecieron después de muerto el autor–, obra cimera de Carlos Marx, filósofo, economista y militante comunista judeo-prusiano, afincado en Inglaterra, reputado por Ibsen Martínez de sirvientero, incestuoso e impecune contumaz (El señor Marx no está en casa, 2009). El texto, subtitulado Crítica de la economía política, grimorio del «socialismo científico», puso en apuros a los científicos sociales, y sus fórmulas para la felicidad colectiva se conservan gracias a la tradición oral, pues, los sacerdotes que custodian sus arcanos, cual se tratase del Necronomicón, no han abrevado en sus páginas.

La concurrencia de la temporada de reconocimientos a las realizaciones humanas, dispuestos por Alfred Nobel, con un aniversario que llena de alborozo a los trogloditas rojos que aún moran en cavernas y confunden, como en la alegoría de Platón, las sombras de las cosas con su esencia, es propicia para preguntarnos si, de vivir, el señor Marx merecería ser honrado con un Nobel. Puede que sí; pero, ¿de economía? ¡Ni de vaina! Al Sveriges Riksbank (Banco Central de Suecia), patrocinador de esa distinción que el buen Alfred no incluyó en su testamento, semejante gracia le parecería una morisqueta. Dada la diversidad y extensión de sus escritos –que comprenden desde sesudas, y duras de leer, disquisiciones filosóficas para poner de cabeza la dialéctica hegeliana hasta el Manifiesto comunista, panfleto pueril del que, para consternación de camaradas formados a punta de simplificaciones emanadas del Kremlin, se mofaba Bayardo Sardi con aprobatorio entusiasmo de Jean Maninat y Carlos Raúl Hernández–, podría acreditársele el de literatura. Otros filósofos y políticos de buena prosa (Rudolf Eucken, Henri Bergson, Bertrand Russell, Winston Churchill) se hicieron con un laurel que le fue esquivo a Tolstoi, Proust, Joyce y Borges. ¡Una pelusa!

Continuamos con la reaparición de José Luis Rodríguez Zapatero, andante caballero de opereta que no desface entuertos, agravios o sinrazones. Cabalga a su lado un escudero, el dominicano Danilo Medina. El dúo lleva y trae chismes y recados de aquí para allá y de allá para acá, buscando que la oposición venezolana encuentre lo que no se le ha perdido. Se pregunta uno a qué viene tanto empeño en portar velas de funeral ajeno; entonces, es hasta lógico maliciar que el remendón y el merenguero pretenden ganar indulgencias con el escapulario de la mediación a ver si, en Oslo, el comité noruego que se ocupa del asunto, les para un pelo y les otorga el Nobel de la Paz. ¿Por qué no? Si ese lauro se le concedió a Kissinger y a Arafat y a la señora Aung San Suu Kyi, líder birmana sospechosa de justificar genocidios y apoyar limpiezas étnicas en Myanmar, y se le negó a Mahatma Gandhi, ¡otra pelusa!, ¿no tienen el sosía de Mr. Bean y el Sancho quisqueyano la posibilidad de ingresar, aunque sea por la salida de emergencia, como Oscar Arias o Jimmy Carter, al olimpo de la concordia? Y con esta pregunta en suspenso, abordamos el tercer y último de los hechos con que cocinamos el plato dominguero.

Como viene ocurriendo desde hace 27 años, bajo los auspicios de Annals of Improbable Research (Anales de la investigación improbable), revista que satiriza experimentos, investigaciones y tesis de dudosa o nula utilidad –estudiar cómo aplauden los mochos o descubrir que la interjección «eh» existe en numerosos idiomas–, se llevó a cabo en el Teatro Sanders de la Universidad de Harvard, ¡siguen las pelusas!, la entrega de los premios ig Nobel –juego de palabras entre Nobel e ignoble (innoble)– parodia anticipada de la ceremoniosa gala en la que, con asistencia de sus majestades los reyes Carlos XVI Gustavo de Suecia y Harald V de Noruega, se entregan en Estocolmo y Oslo, diplomas, medallas y cheques a los favorecidos con los 6 premios anuales; los ig Nobel son más, 10, y las disciplinas varían de un año a otro. Ejemplos de la jocundidad inherente a esta simétrica y alternativa versión del rito escandinavo, los encontramos en los reconocimientos a Jack y Rexella Van Impe, del Jack Van Impe Ministries (Rochester Hills) «por su descubrimiento de que los agujeros negros satisfacen los requisitos técnicos para ser la localización del infierno», y a Joel Slemrod (Universidad de Michigan) y Wojciech Kopczuk (Universidad de la Columbia Británica) «por su conclusión de que la gente encontraría una forma de posponer su muerte si eso la calificara para una tarifa más baja en el impuesto sucesorio». Estos jodedores de Cambridge, Massachusetts, habrían, de tenerlo a su alcance, glorificado a Marx, esta vez sí, en materia económica por su impecable demostración, vía reducción al absurdo, de que la peor economía de mercado es superior a la mejor economía socialista, y a Rodríguez Zapatero, simplemente, por cansancio. Se harían acreedores ambos galardonados a un billete de 10 billones de dólares zimbabuenses, homenaje al ganador del ig Noble de economía 2009, Gideon Gono, quien, como director del Reserve Bank of Zimbabwe emitió ese exabrupto monetario para combatir la hiperinflación. Por este camino vamos y tal vez quede para el recuerdo el escamoteo del debido homenaje que reclama la incompetencia del gobierno de la República Bolivariana de Venezuela. Desde ya postulo a su jefe, el señor Maduro, al el ig Nobel de literatura por haber desarrollado una aproximación al castellano con base en un discurso en el que los epítetos anulan el significado de los sustantivos. ¡Y eso sí que es una pelusa de verdad, verdad!


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