Una de las consignas publicitarias más favorecidas por los voceros de la hegemonía roja, comenzando por el predecesor y continuando por el sucesor, es la de “Venezuela potencia”, esto es, uno supone, la conversión de Venezuela en un país potencia, potencia regional, sobre todo en lo económico y social.

Con la hegemonía era imposible que ello ocurriera, pero la prolongada bonanza petrolera del siglo XXI era y es una realidad que, bien aprovechada, habría producido un salto de marca mayor en nuestro proceso de desarrollo nacional. Esa oportunidad histórica no solo ha sido y es malbaratada, sino que el poder establecido ha precipitado a la nación por un abismo que parece no tener fondo.

No es un retroceso. No es una regresión. No. Es un salto al vacío. Que es una cosa muy distinta. Por eso, no es que no somos, ni de lejos, la quimérica potencia de la propaganda oficial; es que nos han transmutado en una especie de país chatarra, si cabe la expresión. Venezuela es un desecho en América Latina, y eso lo afirma y explica, muy razonable y dramáticamente, el socialista uruguayo Luis Almagro, secretario general de la OEA, que parece conocer nuestro país mucho mejor que gran parte de su “dirigencia”.

El corazón productivo del país era Pdvsa, otrora una de las más importantes corporaciones petroleras del mundo. ¿Qué es Pdvsa hoy? Una escoria plagada de corrupción, improvisación e incapacidad crasa y supina. El día menos pensado pasaremos a ser importadores de petróleo, como ya lo somos de gasolina, por causa de la destrucción, acaso irreversible, de nuestras refinerías.

En materia de tecnología, o la vanguardia en el avance de cualquier país del mundo, nos situamos en una lejana retaguardia, con respecto a la mayoría de los países del mundo. Y no me refiero nada más al mundo “tecnologizado”, sino a los países emergentes, entre los cuales destacan muchos latinoamericanos. Los servicios de Internet dan pena ajena, las plataformas de transporte tecnológico están desvencijadas. La infraestructura esencial de los servicios públicos se cae a pedazos. La noticia no es que haya un apagón o un corte de agua, es que no lo haya.

En Venezuela uno va a un banco y pregunta si tienen dinero; en una panadería si tienen pan; en una farmacia si tienen el medicamento necesario; en un taller mecánico, el repuesto específico; y así hasta el infinito de situaciones similares, y la respuesta casi siempre suele ser la misma: no hay. ¿Cómo pueden tener el descaro, entonces, de seguir insistiendo en la manoseada consigna de la Venezuela potencia?

Se trata de un desprecio atroz por el pueblo, inmerso en una catástrofe humanitaria, signada por la hiperinflación, el derretimiento del valor de compra del salario, el acceso cada vez más cuesta arriba a alimentos y medicinas básicas, y la criminalidad rampante, tanto la social como la de “cuello rojo”. La paradoja es que el país desbaratado del presente acentúa la dependencia de los más necesitados de las pocas dádivas del Estado hegemónico. Una lógica perversa, si las hay.

No hay ninguna posibilidad de un cambio para bien, mientras la hegemonía despótica y depredadora continúe en el poder. Y de este no quiere salir por las buenas o por la salida electoral. No somos una potencia, como tanto alegan los ventrílocuos vernáculos del general Raúl Castro. La demolición de Venezuela ha sido y es tan implacable que nos están convirtiendo en un montón de chatarra.

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