La revolución bolivariana ha logrado lo que durante los años sesenta de la pasada centuria era algo literalmente imposible: hacer posible la connivencia de un militar (Cabello) y un “poeta” (Tarek William), las comillas son aquí de hierro incorruptible. He ahí la “alianza” cívico-militar de la que tan cándidamente, o macabramente, se ufana de presumir la revolución tardochavista en su fase de agónica descomposición madurista.

A ver, deslindemos las cosas para comprenderlas mejor. Que un militar sea malhablado y en sus atropellados sonidos guturales y farfullos autoritarios maltrate nuestro idioma materno es comprensible, mas no aceptable bajo ningún concepto. El cuartel es por antonomasia un criadero de seres uniformados y uniformizados, Marcuse los llamaría unidimensionalizados.  Que un militar viva malhumorado y estresado por los efectos de tantas órdenes y contraórdenes de sus pares superiores no sorprende a nadie.  Lo verdaderamente escandaloso es que un “poeta” y además abogado como el ex defensor del  pueblo Tarek William Saab, en su metamorfosis moral y política, lastime cruelmente nuestra lengua materna y diga, por ejemplo, “aperturar” para referirse al hecho de “abrir una averiguación”.

El país es testigo privilegiado de una inversión axiológica-valorativa que se revela en una cada vez más acentuada intemperancia léxica; un enconado odio político que inocula el Estado revolucionario contra la sociedad disidente y librepensante. La ecuación de la mefistofélica alianza socialista personificada en la dupla “poeta-teniente” es: quien no se aviene a mi particular forma de concebir la realidad nacional es un cipayo del imperio o un traidor a la patria merecedor de ser sometido y acallado con penas que la constituyente cubana estima deben ser de cincuenta años. Imagínese usted, intempestivo lector, medio siglo de presidio para quien no piense como ellos.

Es evidente, el “poeta” acusa y criminaliza la opinión heterodoxa de quienes se niegan a asentir y cohonestar su delirante modelo sociopolítico polpotiano. El “poeta” coacciona y atemoriza a la sociedad para que esta se inhiba y autocensure. El teniente, en cambio –en complementaria acción represiva–, ejerce el trabajo sucio de la coerción física de la manu militari del mazo y la cachiporra. Ambos, “poeta” y teniente, constituyen una espantosa bisagra antidemocrática que despliega sobre los soportes cívicos y civilistas un terrible peso totalitario del cual nadie escapa so pena de ir a parar a las ergástulas de la revolución.


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