Hablar de la religión católica en Latinoamérica y, especialmente, en Venezuela, me obliga a delimitar desde un principio a qué estoy  llamando “religión”. ¿Por qué esta delimitación lingüística? La realidad latinoamericana suele resultar muy compleja a los ojos de habitantes de otras latitudes, sobre todo si se toma en cuenta la diversidad cultural que la caracteriza. Esta realidad latinoamericana es un espinoso entramado en el que categorías heterogéneas y componentes tanto étnicos como culturales se han mezclado dando como fruto una combinación tan peculiar, que su comprensión resulta imposible desde cualquier marco conceptual que no sea el específico marco latinoamericano.

Sin entrar en una exhaustiva etimología de la palabra, hablo de religión como lo hace J. M. Aguirre en su obra Radiografía Religiosa de Venezuela. Imágenes y representaciones, en la que se adhiere a la definición ofrecida por Geertz y la conceptúa como “un sistema de símbolos que obra para establecer vigorosos, penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres, formulando concepciones de un orden general de existencia y revistiendo estas concepciones con una aureola de efectividad tal que los estados anímicos y motivaciones parezcan de un realismo único”. Esa delimitación se hace necesaria en tanto existe también una clara distinción entre el aspecto “social” de la religión, y el aspecto personal de ella, este último aspecto Aguirre lo denomina “religiosidad”.

Si llamamos católicos a los bautizados, según cifras de PewForum Center citadas por Latinoamérica Hoy, su número en el mundo supera los mil millones. Se concentran esencialmente en Europa y América Latina; en esta zona la religión principal es el catolicismo. De acuerdo con datos tomados de Latinoamérica Hoy, se calcula que hay 432 millones de católicos en América Latina, lo cual representa 39% de la población católica mundial.

Si dejásemos estas cifras sin mayores comentarios, se podría concluir que el catolicismo está en auge, sin embargo aun cuando los números nos hablan de una cantidad avasallante, se hace indispensable aclarar que, según otros datos, el catolicismo ha sufrido en la región un notable descenso.

Parecería que el auge de la Iglesia Evangélica en las últimas décadas constituye uno de los factores que inciden en la disminución; al respecto, en un artículo de IPS Noticias se cita al secretario del CLAI, quien afirma que “cuando usted va a una iglesia evangélica es arropado por la comunidad sin demasiadas jerarquías, mientras que en las católicas los fieles se dispersan y reciben consejos y hasta órdenes desde lugares lejanos como el Vaticano, que muchas veces ni siquiera tienen relación con la realidad de la gente”.

¿Es esta afirmación cierta? ¿Influye indubitablemente en el descenso del catolicismo? Para responder esta interrogante he indagado en distintas fuentes informáticas, y  encontré unas declaraciones en noticias Efe que citan a S.S Benedicto XVI, quien expresaba su preocupación ante “el auge de las iglesias evangélicas y pentecostales en América Latina y África”. Según Benedicto XVI, las iglesias evangélicas y pentecostales aumentaron porque presentan un mensaje simuladamente amistoso y una liturgia participativa que, en realidad, es una «combinación del sincretismo de religiones». «Eso les garantiza un éxito, pero también les implica poca estabilidad”.

Ratzinger escribió un artículo en su época de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y de la Comisión Teológica Internacional, que cobra enorme vigencia en este momento histórico de Venezuela. Decía: “El Estado romano era falso y anticristiano precisamente porque quería ser el tótum de las posibilidades y de las esperanzas humanas. Pretendía así lo que no podía realizar, con lo que defraudaba y empobrecía al hombre. Su mentira totalitaria le hacía demoníaco y tiránico”. Mejor descripción no puedo encontrar para explicar qué pasa en nuestro país.

La política ha arropado a Venezuela; no se habla de otro tema que no sea política. Y en ese ambiente donde hemos perdido el ámbito privado, y el público se apodera de todas nuestras manifestaciones sociales, la presencia de la Iglesia se ha tornado muy controversial en el país.

Si tomamos en cuenta los factores como la extrema pobreza, la delincuencia en auge, la pérdida de confianza en los sacerdotes, no es de extrañar una disminución de la confianza en la institución católica. Y cuando esa situación se presenta, también hace su aparición lo denunciado tan certeramente por Ratzinger en el artículo referido: “Pero cuando la fe cristiana, la fe en una esperanza superior del hombre, decae, vuelve a surgir el mito del Estado divino, porque el hombre no puede renunciar a la plenitud de la esperanza. Aunque estas promesas se vayan obteniendo mediante el progreso y reivindiquen exclusivamente para sí el concepto de progreso, son, sin embargo, históricamente consideradas, un retroceso a un estadio anterior a la buena nueva cristiana, una vuelta hacia atrás en el camino de la historia”.

A lo largo de 19 años que lleva en el poder este “modelo” político, se ha polarizado la población de manera muy fuerte, ocasionando diversas alteraciones en valores y conductas de los venezolanos. El gobierno prometió disminuir la pobreza extrema, erradicar vicios de corrupción, hacer eficientes los aparatos estatales y los resultados son realmente catastróficos. Al pregonar la lucha de clases y satanizar las políticas económicas empresariales, se han cerrado fuentes de trabajo, aumentando la dependencia del Estado de los sectores menos favorecidos; la política de dádivas consigue actitudes genuflexas ante el poder y esas actitudes también se traducen en el ataque a la Iglesia. Al acusarla de estar apegada a una línea ultraconservadora, consustanciada con valores legendarios inflexibles, que favorece el “liberalismo salvaje” y otras cosas más por el estilo, ha encontrado personas que se han alejado de la iglesia y prefieren autodenominarse “no practicantes”. El gobierno parece haber hecho exclusivamente suya la tarea de optar preferencialmente por los pobres; es decir, ha querido desplazar la Iglesia Católica Latinoamericana y a cualquier otra institución que se proponga modificar la situación de pobreza. ¿Es la pobreza su mejor negocio?


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