El perverso  dogmatismo de la dictadura nos conduce lamentablemente a la violencia. La cúpula roja ha cerrado todas las opciones a la política. Solo quiere la guerra. Podría decir que deliberadamente se ha dedicado a buscar la guerra, y no ahora, cuando ya los hechos se han evidenciado de tal forma, que no dejan lugar a dudas de su talante autoritario y criminal.

Ya Chávez, en su momento, lo expresó en un lenguaje sibilino, cuando aún la trágica revolución contaba con respaldo popular. “No se equivoquen, esta es una revolución pacífica, pero armada”.

Ahí estaba comunicando claramente su vocación guerrerista. Y a fe que dedicó miles de millones de dólares al armamentismo, a comprar chatarra militar  rusa. Más de 50.000 millones de dólares se gastó,  adquiriendo fusiles kalashnikov, submarinos atómicos, helicópteros, tanques, y pare usted de contar la inmensa cantidad de juguetes de guerra con los que se equipó. Buena parte de ellos ya destruidos, otros obsoletos. Con ese arsenal se sintió, y con él todo su entorno, guapo para insultar y retar al más poderoso país del mundo, Estados Unidos.

Esta cultura de la violencia física y verbal la asumió plenamente toda la cúpula roja, y más allá, toda la estructura política estructurada desde el gobierno. Especialmente se han sentido dueños del país, sin respeto por los principios democráticos y la legalidad, los cuadros del partido militar.

En ese comportamiento se nos han ido ya veinte años, de nuestra vida de país.

Pasamos de los tiempos de la abundancia con algunas formas democráticas, a la ruina autoritaria del presente.

En la medida en que el tiempo ha  transcurrido, la tragedia humanitaria de la nación venezolana se profundiza, y queda desnuda la dictadura del socialismo del siglo XXI.

Nadie pone en duda, en estos tiempos, su naturaleza autoritaria. Solo que ahora está quedando además, evidenciado, su perverso dogmatismo. Su nula capacidad para rectificar, oír o aceptar otra postura.

La camarilla roja, luego de estos veinte años en el poder, manejando todo el poder, y los más cuantiosos recursos de nuestra historia, no es responsable del caos en el que vivimos. Todo, absolutamente todo, es responsabilidad de terceros.

Los venezolanos hemos luchado y resistido larga y duramente por nuestros derechos. Hemos transitado todos los caminos de la democracia. Hemos agotado todos los recursos previstos en la Constitución, para hacer respetar esos derechos fundamentales. Frente a cada uno de ellos, la dictadura crea mecanismos de evasión. Inventa el fraude con el cual desconocer a quien no comparte su proyecto.

Al quedar sin apoyo popular, pasó del inmoral ventajismo en la lucha política,  al fraude abierto y descarado. Fraude a la Constitución y la ley. Fraude a la voluntad popular. El punto de quiebre fue la elección parlamentaria de diciembre de 2015.

El nuevo Parlamento fue desconocido desde el primer día. Comenzaron usando el TSJ para desaparecer la mayoría calificada de las dos terceras  partes, dejando sin efecto la representación parlamentaria del estado Amazonas. Luego se  inventaron la absurda figura del “desacato”, con la cual desconocerlo totalmente, crear la fraudulenta Asamblea Constituyente, y desde allí, imponer a sangre y fuego la dictadura completa. Lanzaron la emboscada electoral del 20 de mayo de 2018, totalmente fraudulenta, para justificar la perpetuidad de la camarilla gobernante.

Nuestra sociedad ha reaccionado con firmeza para repudiar ese fraude. El mundo democrático nos ha acompañado en nuestro legítimo reclamo. Por ello al término del período constitucional, el pasado 10 de enero, la comunidad internacional ha desconocido a Maduro como presidente, y ha reconocido a la Asamblea Nacional como el único poder legítimo existente, cuyo presidente por mandato del artículo 233 de la Constitución, ha asumido la presidencia interina de La República.

Frente a esos hechos políticos y jurídicos, la camarilla roja se ha atrincherado en sus espacios de poder. Ha cerrado todas las puertas a la sociedad democrática, se ha puesto de espaldas al mundo.

Entretanto, el pueblo venezolano angustiado sale a la calle para exigir el fin de la tragedia. El fin de la usurpación. Los voceros de la dictadura solo dan señales de soberbia suicida. No admiten ningún razonamiento, planteamiento o solicitud de mundo civilizado. No respetan a quien disiente. Agrede a la prensa del mundo libre, y reprime con saña a la nuestra. A quienes ejercemos la oposición política nos han cerrado toda opción de actuar, nos han negado, como dice el refrán, la sal y el agua. Pero a nuestros ciudadanos les han hurtado el pan y la calidad de vida.

Tamaña inflexibilidad nos muestra una camarilla roja, cerrada a una solución política, que prefiere salir del poder por la fuerza, antes que transitar una ruta diplomática y democrática. Conscientes de su orfandad en las bases del pueblo, no han aceptado ninguna solución electoral, en la que limpiamente el pueblo venezolano pueda expresarse. Están tan aferrados al poder, que consideran el gobierno de la República,  una propiedad absoluta e intransferible a otros sectores de nuestra sociedad.

Su perverso dogmatismo nos conduce inexorablemente a la violencia. Una nación no puede soportar infinitamente una humillante tragedia como la que hoy vivimos. No hay duda de que todos sufriremos las consecuencias de esta grave hora de nuestra nación. Pero resignarnos a soportar la perpetuación de esa camarilla es renunciar como pueblo a nuestros derechos fundamentales.  Al día de hoy está claro que la dictadura busca y desea la guerra. Es la perversión del dogmatismo.


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