Muhammad Yunus es un emprendedor de origen bangladesí conocido mundialmente por el desarrollo del Banco Grameen y pionero en la creación de los llamados microcréditos. Yunus ha sido objeto de numerosos reconocimientos, incluido el Premio Nobel de la Paz en 2006 “por sus esfuerzos para incentivar el desarrollo social y económico desde abajo”.

En su obra Creating a World Without Poverty: Social Business and the Future of Capitalism, Yunus plantea el siguiente enunciado en relación con la pobreza: “Para mí, los pobres son como los árboles bonsái. Cuando plantas la mejor semilla del árbol más alto en una maceta de seis pulgadas de profundidad, obtienes una réplica perfecta del árbol más alto, pero mide solo unos centímetros de alto. No hay nada malo con la semilla que se plantó; solo la base del suelo que se proporcionó fue inadecuada. Los pobres son como los bonsáis. No hay nada malo con sus semillas. Solo la sociedad nunca les dio una base para crecer”.

Tomamos la metáfora que utiliza Yunus a propósito de la situación venezolana. Tenemos la tendencia a ver de forma fatídica el tema de la pobreza en el país, como si se tratara de un mal irremediable y sujeto a una suerte de determinismo histórico que abruma a la nación y dentro del cual pareciera que no hay salida. Un túnel oscuro de fracaso, miseria y desolación.

Venezuela, sin embargo, puede salir de la pobreza. Dicho de otro modo: los individuos que habitan el territorio venezolano tienen la capacidad de ser ricos, productivos y prósperos. La historia del país sugiere que en otros períodos el ingreso y la calidad de vida del venezolano no detentaban las condiciones de empobrecimiento que se padecen hoy día. ¿Qué ha sucedido para que se presente semejante retroceso?

Las semillas de producción de riqueza han estado sometidas a diversas limitaciones. Las más importantes de ellas estriban en los obstáculos que ha tenido la libertad económica para florecer a lo largo de las últimas décadas, aunada a la debilidad institucional que impide el desarrollo del individuo a su máxima capacidad y potencial. Cualquier programa de gobierno o política pública que se vaya a implementar en el futuro tiene que tomar esto en consideración, salvo que quiera seguir el camino de la condena y el fracaso.

Nuevamente, hay que ser enfáticos en el hecho de que Venezuela no está condenada para siempre. Incluso los países desarrollados han pasado por situaciones muy parecidas a las que hoy sufre el pueblo venezolano. Como bien plantea Hernando de Soto en El misterio del capital, las fallas en las fuentes de desarrollo no tienen nada que ver con las deficiencias heredadas por la vía cultural o genética. Señala este autor que los estadounidenses parecen haber olvidado que en algún punto de la historia su nación también fue un país del Tercer Mundo, que hubo un tiempo en el que los pioneros que abrieron el oeste de Estados Unidos estaban descapitalizados como consecuencia de la falta de titularidad sobre sus tierras y bienes, y que incluso el mismísimo Adam Smith en el Reino Unido hacía sus compras en el mercado negro, al tiempo que los niños de la calle (los gamines) rescataban los peniques que lanzaban los turistas en las orillas del Támesis.

Este es un mundo que hoy parece desconocido. Pero existió. Y nos demuestra a viva voz que las condiciones materiales sobre las cuales habitan las personas en aquellos lugares donde se tienden a maximizar las libertades son superiores a aquellos en los cuales la premisa es la opresión. Es un canto de optimismo para aquellos que creen en la evolución de la especie humana y en el combate de la pobreza. Venezuela tiene todas las cartas en su mano para unirse a esta línea de crecimiento, siempre que sea capaz de abonar su potencial en el bosque de la libertad y no en la maceta estrecha del estatismo y la planificación centralizada de la vida humana.


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