Nicolás Maduro ha llamado payaso al presidente encargado de Venezuela, porque aún no ha convocado a elecciones presidenciales. Tarek William Saab, designado como fiscal general de la República por una pretendida asamblea nacional constituyente, mediante un procedimiento espurio, ajeno al previsto en la Constitución, también ha descalificado a quienes han sido escogidos por el presidente encargado, Juan Guaidó, y por la Asamblea Nacional, para representar a Venezuela en el exterior, llamándolos “embajadores fantasmas”.

Comparto la inquietud de Maduro, pues es conveniente que, después de veinte años, al fin se ponga seriedad en los asuntos públicos, y que cada cual haga lo que le corresponda; sobre todo, que se acabe con esos espectáculos televisivos permanentes, con programas maratónicos, en que se ha ofrecido desde gallineros verticales hasta los “motores de la revolución”, o de conversaciones con los pajaritos y con las vacas. Ha llegado el momento de pedir más seriedad a nuestros gobernantes.

Es paradójico que quien, durante su reciente gestión como presidente de Venezuela, fuera incapaz de pagar las pensiones, no pudo garantizar la iluminación o la seguridad en las calles de Venezuela, no pudo darle mantenimiento a la red eléctrica para asegurar que no se fuera la luz durante las entrevistas que concedió recientemente a la prensa extranjera, y en su pretensión de seguir ocupando la silla de Miraflores, sea incapaz de mantener contacto diplomático con los países vecinos o con Europa, hable de “payasos”.

En el mismo sentido, resulta irónico que un funcionario al servicio de un gobierno que carece de legitimidad, que no es reconocido por la comunidad internacional, que no cuenta con la confianza de sus ciudadanos, y que sólo se sostiene en las bayonetas de una guardia pretoriana al servicio de Cuba y sus intereses, hable de “embajadores fantasmas”.

Después del letargo del supuesto fiscal general o ex fiscal general, cuando billones de dólares se han esfumado frente a las narices de quienes tenían el deber de velar por el patrimonio de la nación, y cuando decenas de altos funcionarios públicos están señalados de participar en el narcotráfico, es una verdadera payasada que, ahora, se pretenda perseguir la sombra de unos directivos de Pdvsa y unos embajadores, que no están acusados de haberse robado ningún lingote de oro, que no forman parte de ningún cartel de las drogas o de otra organización criminal, y que han sido designados para servir a Venezuela en estas horas difíciles. ¡Que no nos hagan reír!    

Puede que la verdad sea muy dura para quienes alguna vez creyeron en las fantasías del comandante eterno o de su heredero político; puede que algunos de ellos se hayan dejado deslumbrar por Fidel Castro y por su peculiar concepción de la libertad y el progreso; pero basta de desvaríos o de cuentos del enemigo interior y de imperios imaginarios. Ya es hora de despertarse y enfrentar la realidad.

Justo cuando hasta el papa Francisco ha dejado de referirse a Nicolás Maduro como el presidente de Venezuela, y cuando, por aplicación de la Constitución, ha surgido un nuevo gobierno, Maduro hable de un presidente payaso y Tarek William Saab alucine con “embajadores fantasmas”. Es el gobierno de Maduro el que, paulatinamente, se va extinguiendo, cesando de tener una apariencia real que permita tomarlo en serio. Ya no hay grandes multitudes que aplaudan las ocurrencias del hijo de Chávez y, con la esperanza de recibir algo a cambio, sólo unas decenas de desempleados van a hacer vigilia en Miraflores. Ya no hay tanta bravuconada ni tanta fanfarronería. Ahora, Maduro le ruega a María Elvira Salazar que venga a entrevistarlo para, con un tono de voz casi agónico, poder enviarle un mensaje a Donald Trump y a Juan Guaidó, invitándolos a dialogar. Se acabaron las payasadas de ese régimen que, como el Tercer Reich, iba a durar mil años. Y se acabó el circo y la fiesta de la corrupción, porque ya no queda nada que saquear.


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