Las cosas han evolucionado de tal manera que ya no podemos seguir refiriéndonos al régimen de Nicolás Maduro como poder representativo del Estado. No estamos ante una simple dictadura, una de esas del siglo pasado que azotaron el continente. Debemos hablar claro y raspado. Estamos ante un grupo organizado de delincuentes que ha secuestrado al país, sus instituciones, su gente, su tierra, sus riquezas. Esta definición, que no responde a la simple retórica, ni es un ejercicio académico más, tiene implicaciones importantes, más con la forma de enfrentar y superar la crisis o más bien la catástrofe que nos azota.

El grupo delictivo organizado ha secuestrado a 30 millones de venezolanos a quienes se les desconocen sus derechos individuales y colectivos, su voluntad, el derecho a su determinación como pueblo; a quienes se les somete a prácticas aberrantes de apartheid político y tantas otras igualmente humillantes, inhumanas, degradantes, como obligarlos a portar el llamado carnet de la patria, una libreta de racionamiento y de dominación que perfecciona el secuestro y la violación de que somos objeto. Se nos persigue, se nos procesa con sus jueces y su sistema de justicia, con sus esbirros y torturadores, con sus mecanismos y medios de terror. Se nos intenta callar, en fin, nos ponen en la mira de un auténtico terrorismo de Estado que debemos combatir unidos, en forma colectiva. Estamos ante actos aberrantes que responden a la definición más simple de crímenes de lesa humanidad, esos que pretenden desconocer hoy los miembros del grupo que tarde o temprano serán sometidos a la justicia, es decir, a la Corte Penal Internacional o a los tribunales internos, sean nacionales o híbridos o internacionalizados cuando en la poscrisis, en el proceso de transición, se constituyan si es necesario.

La barbarie representativa del poder hoy persigue y destruye al hombre, pero también acaba con el ambiente, sus bosques, sus fuentes de agua, las especies que pierden sus hábitats así como poblaciones vulnerables, indígenas principalmente, que soportan como natural tal destrucción. Lo que ha hecho este despreciable grupo delictivo ante los ojos del mundo, de ecologistas e indigenistas, de unos y otros, no tiene comparación con ningún daño ambiental que se haya producido en alguna parte en el mundo. No hay referencia histórica válida. Un desastre único.

El grupo delictivo organizado extrae los minerales, al igual que en el siglo XIX durante la conquista del lejano oeste en Estados Unidos y todo ello en medio de una tierra sin ley, sometida a grupos paramilitares, a mafiosos, unos nacionales, otros extranjeros, que gozan del apoyo del Estado representado por el grupo delictivo que opera desde Caracas, bajo la organización y dirección de los invasores cubanos, el vergonzoso tutelaje instaurado que heredamos del promotor de esta desgracia, el despreciable eterno, Hugo Chávez.

La destrucción es sistemática, premeditada. La entrega del territorio y de sus riquezas a empresas y gobiernos extranjeros ha generado en algunos ingresos incalculables. El oro y las otras riquezas se extraen, se transportan, se negocian bajo la protección del grupo organizado de delincuentes. Miles de millones de dólares que se lavan en negocios e inversiones, que se acumulan en bancos en el país y afuera. La corrupción y la impunidad de la mano. Los secuestradores disponen con toda libertad.

Si bien ha habido declaraciones y acciones de gobiernos, de instituciones, de organismos internacionales, de personalidades políticas de Venezuela y del mundo acerca de los crímenes de lesa humanidad que ha venido cometiendo estos años, nada o poco se ha dicho por la destrucción del medio ambiente y la persecución y quizás exterminio de poblaciones indígenas que poco importan a las mafias operadoras, protagonistas y beneficiarios de la entrega del Arco Minero. Es también un crimen internacional que no solo autoriza, sino que obliga a la comunidad internacional a reaccionar y a tomar todas las medidas necesarias, para que se detenga la barbarie y el sufrimiento.

La lucha no es una simple lucha contra un régimen dictatorial, sino contra un grupo de delincuentes bien organizados, blindados hasta ahora, que ha secuestrado un país, que le ha violado sin cesar, entre risas y crueldad, una realidad nunca vista antes que por novedosa debe motivar también a soluciones novedosas.


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