La camarilla militar-civil que nos desgobierna, que muy pronto cumplirá 20 años en ejercicio, tiene actualmente un poder absoluto. En sus manos están las gobernaciones, las alcaldías, las asambleas legislativas de los estados, los concejos municipales, los poderes públicos nacionales –sometidos al arbitrio del Ejecutivo– los medios de comunicación social, las comunas, las fuerzas armadas, los cuerpos policiales, las milicias, los colectivos armados, los pranes que ejercen el control en las cárceles, etc. Esta situación no es nueva.

Desde que Chávez ganó las elecciones en diciembre de 1998 con 33% de los votos del registro electoral e inició su ejercicio presidencial en enero de 1999, esa ha sido, más o menos, la situación reinante porque el régimen chavista ha empleado todos los recursos del Estado y todas las artimañas e ilegalidades posibles para ello.

Los resultados son pavorosos: ruina económica, ruina política, ruina social, ruina moral, éxodo poblacional, escasez y miseria. La Venezuela de hoy no es ni la sombra de la que anteriormente fue. Y uno se pregunta: ¿para qué quiere la camarilla gobernante tanto poder?

Sería una ingenuidad mayúscula pensar que la camarilla gobernante quiere todo el poder porque realmente cree que podrá realizar el proyecto político de justicia social, de progreso económico, cultural y humano en beneficio del pueblo que ha prometido a lo largo de todo su mandato. Esa idea pudo haber tenido algún asidero en los primeros años del proceso, cuando aquella agraciada activista chavista denominó “revolución bonita” a la confusa amalgama de ideas del comandante, eterno enamorado de la Revolución cubana y de su máximo exponente, Castro, cuando conducía al país hacia el infierno con sus discursos interminables, sus fabulosos, ilusorios e inacabados proyectos, sus expropiaciones indiscriminadas, sus constantes contradicciones y los demás elementos del bagaje cantinflérico de lo que será para siempre el período más loco y más trágico de la historia nacional.

A estas alturas del juego (es un decir, porque realmente es un drama), la motivación de la camarilla gobernante para monopolizar el poder no puede ser nada parecido a una resurrección del bienestar nacional o un renacimiento del país que, como el ave fénix, despliegue sus alas y remonte el vuelo a partir de las cenizas y las ruinas dejadas por el propio chavismo en los últimos 20 años. Sin duda alguna que la motivación es mucho más chabacana que todo eso.

A no dudar, el deseo hegemónico de poder de la camarilla gobernante, por el que ha destruido la democracia, desmantelado la legalidad, corrompido la legitimidad y pisoteado la Constitución que ella misma se dio al inicio de su gestión, tiene su origen en la complicidad de las mafias, en la hermandad de los bandidos, en el código de sangre de los piratas, que saben que perder la unidad y el poder significa exponerse a la vindicta pública, al juicio de los tribunales, a la cárcel y al exilio permanente, por la imposibilidad de convivir con las víctimas de sus abusos, desafueros y delitos de lesa humanidad.

De todas maneras, sea cual sea el desenlace de la situación actual, la historia se encargará de hacer la evaluación final de esta época nefasta. Hará la comparación del tiempo presente con los anteriores y emitirá su juicio inapelable, del que no podrán escapar los responsables del desastre nacional. Ese juicio de la historia será ineludible y dejará constancia para la posteridad de cada nombre, de cada rostro y de cada acción de quienes hoy actúan impunemente tras el poder en detrimento del pueblo venezolano, del cual, después de 20 años, siguen siendo exponentes de una parte muy minoritaria y obligada del mismo.


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