Estamos luchando para encarrilar, es decir, poner sobre sus carriles, la locomotora de la democracia venezolana, que Chávez desvió hacia un ramal ferroviario secundario, sin concluir y sin destino determinado y que Maduro y Diosdado descarrilaron finalmente al seguir a toda máquina por la misma vía cuando el alucinado maquinista falleció.  

De 1958 a 1998, la democracia venezolana funcionó más o menos bien, tomando en cuenta que el país nunca antes había vivido en democracia. A los pocos años de llegar Chávez al poder, empezó a sentirse incómodo con la Constitución “bolivariana” promulgada en su primer año de mandato (1999), a la que había denominado “la mejor Constitución del mundo”. Su admiración por Fidel Castro y su megalomanía lo llevaron a querer sustituir el sistema democrático por una “revolución” social, no sólo a escala nacional, sino latinoamericana y mundial. No  es exageración. Revísense sus discursos y escritos. 

Chávez intentó montar el modelo socialista reformando la Constitución, pero su  proyecto, que nunca fue bien visto por los venezolanos, fue rechazado. La única votación que perdió y que llamó “victoria de mierda” de la oposición. Pero inmediatamente convocó una nueva consulta popular con la que logró la aprobación de la postulación continua que le permitió, en sucesivas elecciones, mantenerse en el poder por catorce años, hasta su muerte en 2013. Chávez gozó siempre del apoyo popular porque dispuso de una inmensa masa monetaria, calculada en más de un billón de dólares (un millón de millones  de dólares), equivalentes a ocho planes Marshall, calculados con valor actualizado,  (plan de ayuda de Estados Unidos que facilitó la rápida recuperación de Europa  Occidental después de la Segunda Guerra Mundial) que manejo a su antojo.

Al final, todo terminó en un sistema de gobierno de mando centralizado, sin división de poderes, sin alternabilidad en el poder, con una “nomenklatura” partidista para gobernar el país indefinidamente, sin pluralismo político (todo opositor es un enemigo), con el culto a la personalidad de Chávez (el Comandante Eterno, el Gigante) y la ideologización y politización de las fuerzas armadas. 

Chávez murió a principios de 2013 y los precios del petróleo comenzaron a bajar al año siguiente. El barril de petróleo pasó de más de 100 dólares por barril en promedio a 40 y tantos. Aun así, esa cifra era muy superior al precio de siete dólares por barril de cuando Chávez ganó las elecciones en 1998. Como resultado de ambas circunstancias, el régimen perdió el control de la Asamblea Nacional en diciembre de 2015 y a partir de allí se despojó de los últimos vestigios de democracia que tenía. La Asamblea Nacional fue inhabilitada por artimañas de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia integrado por magistrados comprometidos con el régimen y designados arbitrariamente por él. El Gobierno impidió el referéndum revocatorio del mandato presidencial previsto en la Constitución e iniciado oportunamente por la oposición. Las elecciones regionales que debieron realizarse en diciembre de 2016 fueron diferidas sin fecha determinada. 

En paralelo con ese proceso de desmantelamiento de la democracia, se desarrollaba la crisis económica con inflación galopante, escasez de alimentos, medicinas y demás bienes no producidos en el país, que son la gran mayoría. A la crisis económica se agregaron otros componentes para crear la “tormenta perfecta” de una crisis global: corrupción generalizada, delincuencia desbordada, impunidad total, deterioro de la infraestructura material del país (vialidad, electricidad, agua) y extensión de la pobreza extrema.  

El país está en caída libre en lo económico, lo político y lo social. Esa situación tendrá que ser detenida y superada a corto plazo, de una u otra forma, porque hemos tocado el fondo, más allá del cual es imposible seguir cayendo sin que surja una fuerza, en algún lugar de la estructura social (fuerzas armadas, masas populares, oposición, disidentes del sistema), con suficiente poder para darnos el empellón necesario para salir a flote. Cuando todo esto haya pasado, como tendrá que ser (la historia lo avala), comprenderemos que la trágica experiencia vivida tenía que ocurrir en razón de nuestra conducta y entenderemos también que los duros golpes recibidos nos fortalecen y nos obligan a cambiar, a no repetir los errores del pasado, a realizar los esfuerzos necesarios para sacar al país de la crisis y levantar, sobre las ruinas del tsunami chavista, un país mejor.


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