De que los hay los hay.

La posibilidad de triunfo en las elecciones españolas del candidato del PSOE generó pánico en una cantidad de opositores venezolanos. Sin posibilidad alguna del beneficio de la duda por tratarse de un partido democrático, emblema de la España moderna y progresista, donde conviven distintas figuras, desde un estadista como Felipe González hasta un cínico como Rodríguez Zapatero, como suele suceder en todos los partidos democráticos del mundo. Estaba cantado, decían, porque Pedro Sánchez formaba parte de la estirpe del fallido y tramposo mediador y sería una desgracia para la causa venezolana.   

Ganó el PSOE y no se les dio la premonición. Desde sus inicios el nuevo gobierno socialdemócrata mantuvo una posición diáfana ante el caso venezolano. El canciller Josep Borrell fue el primero en considerar ilegítimo a Maduro y reconocer a  Guaidó y para no ir más lejos, en días recientes mostró, también primero en la UE, la mayor indignación y la voluntad de sancionar el horrendo crimen del capitán Acosta. En días recientes el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, durante el discurso de su investidura, insistió en el compromiso de su gobierno para buscar una salida pacífica a la crisis de Venezuela y la celebración de elecciones con las debidas garantías institucionales y bajo supervisión internacional.

Con la misma desconfianza se abordó el nombramiento de Michelle Bachelet como comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, y no se diga del esperado informe luego de su visita al país en el mes de junio. Se  trataba de una comunista que privilegiaba la solidaridad automática por encima de los derechos humanos, por lo que para nada contaba que su padre y ella hubieran sido víctimas de la persecución y la tortura. No servían de atenuante a tan severo juicio el contenido del informe elaborado en el mes de marzo, y mucho menos el aval y la confianza manifestada por las organizaciones de derechos humanos que actúan en Venezuela.

Tampoco se les dio. El informe presentado por Michelle Bachelet resultó de  tanta contundencia que ha sido  el toque final acusatorio de la crueldad de la tiranía de Maduro. Fue hecho con dignidad y sin aspavientos. Agradecimiento eterno a la señora Bachelet.

Pero hay más, ante la vorágine generada nacional e internacionalmente con el desconocimiento del gobierno de Maduro y reconocimiento del de Guaidó por parte de más de 50 de los países más importantes del mundo. El apoyo decidido del gobierno de Donald Trump manifestado a través de diferentes voceros, su priorización del tema venezolano en las distintas reuniones y contactos a nivel mundial, además de la designación de Elliot Abrams como representante especial para Venezuela, no dejaba duda de que la salida era inminente. Del mantra de que todas las opciones están sobre la mesa, algunos se quedaron solo con la intervención salvadora de los marines

Las propuestas del grupo de contacto expuestas por Federica Mogherini eran vistas por los radicales como un boicot a lo que estaba pronto a llegar. El 30 de abril las dos opciones de una rápida salida naufragaron juntas. Fracasó el alzamiento militar que además tenía la bendición del gobierno de Donald Trump, según voceros de ese gobierno. Un sinnúmero de declaraciones, previas y posteriores sobre este torpe episodio han dejado claro que, al menos por ahora, los gringos no están dispuestos a comprometer a sus propios contingentes en una operación de esa naturaleza.

Se hizo protagónica entonces la desechada propuesta  de la negociación, esta vez con la intermediación del gobierno de Noruega. El apoyo a esta opción es compartida por la inmensa mayoría de los actores internacionales, incluidos Estados Unidos y Rusia. La Unión Europea radicaliza su posición y amenaza con sanciones si no hay acuerdos, todo esto, por cierto, apuntalado por el demoledor Informe Bachelet.

Las conversaciones siguen, nadie puede garantizar su éxito, sobre todo si tenemos en cuenta un adversario que solo piensa en poder y dinero, pero que enredado con sus contradicciones internas y el rechazo mundial podría conducirlo a conceder en su obstinado y criminal capricho de mantenerse en Miraflores. Nadie lo sabe, pero aparte de recordar que en política nada está definitivamente escrito, resulta mucho más conveniente apostar al éxito que al fracaso y sobre todo respaldar al líder, en este caso Guaidó, quien sigue conduciendo la lucha con  firmeza, dedicación y valentía mientras los sempiternos mezquinos solo se dedican a predicar con desparpajo el fracaso de su causa.


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