Tengo más de 35 años conociendo a Tulio Hernández y si de algo puedo dar fe es que él representa la hidalguía del pensador de buena fe, que es, sin duda, uno de los más objetivos observadores y analistas del devenir cultural del país, que es en el fondo y en la forma un apóstol de la ética al servicio de las ciencias sociales que ha cultivado con notable esmero. Si de algo puede estar orgullosa su generación es de su verticalidad a la hora de defender sus ideas y de la probidad de sus análisis a la hora de desmenuzar las alteraciones sociales que cualquier tipo de gobierno puede generar.

Me jacto de haber sido oyente de decenas de clases magistrales de Tulio sobre el país que todos queremos; he leído y me he enriquecido con sus ensayos, sus artículos, sus ponencias sobre temas de obligatorio tratamiento para quienes vemos un país en ruinas que quiere, sin embargo, ver la luz en medio de tanta oscuridad. Su mensaje ha sido siempre claro, sus argumentos llenos de democracia y participación, y en todos ellos lo que más sobresale es la imperiosa necesidad de un entendimiento, de un NO rotundo a la violencia y a la barbarie. Si alguien en este país ha apostado a la ponderación aun desde su posición crítica porque los conductores del autobús, antes y en este desastre, lo han querido así, es Tulio Hernández.

No hay en sus escritos ni en sus palabras extravíos que lo alejen de su posición civil y democrática, humanitaria y pacífica; nada que lo aleje de su posición que aboga por la paz y por un diálogo verdadero, como el que queremos todos quienes apelamos a la racionalidad. Lo único que ha exigido siempre es la buena fe de las partes, cosa que el sector oficial, por su propia naturaleza autoritaria, no está en grado de ofrecer. Nadie puede empañar su hoja de servicio, así ponga en función los funestos expedientes con los que suelen silenciar los regímenes de fuerza, la crítica de los opositores.

Por deber de crónica me aventuro a hacer una incursión a vuelo de pájaro sobre el pensamiento de Tulio en estos tiempos que, gracias a la intolerancia y al gas pimienta, perdigonazos y tiros de verdad, ya se hacen largos.

En su libro Una Nación a la deriva Tulio nos regala una maravillosa lección de análisis y coherencia y con acierto indiscutible fue hilando la ruptura anímica que la idea del gran viraje sembró en un pueblo necesitado del amparo proteccionista que siempre ha prometido el populismo irredimible en esta regiones que ya no sé si son de Dios o del diablo. Como lo expresó muy brillantemente en una excelente entrevista de Humberto Sánchez Amaya el 16 de enero del 2016 en El Nacional: “Los venezolanos creíamos que estábamos en una larga fila para llegar a una torre de petróleo en la que nos regalarían un barril. Entonces la gente, cuando no vio el barril, rompió el carnet. Se rompió la filiación”.

Tulio, que para aquella época era un militante crítico del MAS y con cierta cercanía a la Causa R, creía profundamente en el cambio, pero como todos los que en eso andábamos, no creyó, como muchos otros entre los cuales me incluyo, que nos podía ir mal. Pero un hombre con la formación de Tulio no deja pasar gazapos y pronto descubrió en una rueda de prensa en la que Chávez dijo a los civiles: “Esta noche subo con los muchachos”, refiriéndose a los militares jóvenes que lo habían acompañado en el golpe de Estado, que lo que estaba en marcha era un proyecto político militar, que desde el Caracazo para acá lo que estaba en desarrollo era un proyecto político “totalitario, disfrazado en un discurso democrático, algo novedoso que hizo Hugo Chávez”.

Tulio, en sus disertaciones internacionales como conferencista invitado, ha llamado la atención sobre la fascinación por los líderes revolucionarios como Evita, Juan Domingo Perón, Hugo Chávez, Fidel Castro, que han tenido la debilidad por ese discurso antigringo, que les gusta a la divina izquierda de los europeos, la misma que conversa sobre los males de Latinoamérica mientras saborean champán y comen caviar, y a la izquierda más desubicada de nuestro continente. “A ellos les gusta que nos pasen cosas que ellos no tolerarían. En el fondo hay un gran desprecio hacia nosotros cuando piensan que necesitamos un caudillo que nos oriente y nos salve”.

Tampoco ha escatimado en sus análisis el culto a Bolívar convertido en una idea trágica al ser manipulada sin pudor, una y mil veces, por los gobernantes menos probos en su propio beneficio, al utilizar frases suyas fuera de contexto y ocultando deliberadamente aquellas que hicieron del discurso libertador, un monumento moral, lo cual es en definitiva tal como lo afirma Tulio, “una manera de traicionarlo”. Y si eso no fuera suficiente para que comprendiéramos en su exacta magnitud trágica el estado de descomposición de nuestro tejido social, Tulio al igual que muchos otros analistas, da en el clavo cuando al referirse al resentimiento social, nos dice: “Presumimos que no somos clasistas como los colombianos o ecuatorianos, pero eso no es verdad. En el fondo hay un gran resentimiento con las élites y eso no se ha resuelto. Chávez lo comprendió y lo llevó a su máxima expresión del odio”.

Pero ese libro que nos pasea por esta inmensa historia del despropósito tiene la virtud de no hacernos olvidar que existe la esperanza. Advierte: “Estamos en un renacimiento. Especialmente se siente en lo cultural. La cantidad de editoriales, obras de teatro y exposiciones anuncia un renacimiento… Mi alegría no es inocente, pues estoy convencido de que estamos en una nueva época en la que se tendrán que recoger los platos rotos del bipartidismo y las ruinas morales e institucionales del chavismo. Toca una reconstrucción como la de la posguerra europea”. Y esa, añado yo, tenemos que hacerla nosotros solitos, una vez aprendida y asimilada esta dolorosa lección. Tulio nos dice cómo hacerlo advirtiendo: “El chavismo no va a desaparecer. Será un factor fundamental en el futuro político. Que ve como indispensable un diálogo porque siempre es mejor el diálogo que una matanza. Y porque la gente tiene que entender que lo más sabio de un proyecto democrático es hacer todo lo contrario al chavismo y tratar de llevarlo al terreno de la política normal”. Ciertamente que el país que sueña nuestro amigo Tulio, no ha llegado, pero está en camino y mantenerse en él hasta la victoria dependerá de la voluntad de todo un pueblo que quiere vivir en paz y democracia.


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