Los grandes utopistas, como Tomás Moro, Campanella, Saint Simon, Charles Fourier, forjaron febriles modelos de sociedades idílicas donde el rasgo fundamental, característicamente distintivo, era la igualdad y la justicia. Si uno se da a la tarea de leer bien la Constitución bolivariana de Venezuela de 1999, no tarda mucho tiempo en advertir que en no pocos capítulos, artículos, secciones sobresalen reminiscencias de las herrumbrosas utopías de la cultura occidental. La actual Constitución es una perversa exaltación al Moloch revolucionario de raigambre marxista decimonónica combinada con una delirante exégesis de un impúdico estalinismo. El Estado es deificado hasta la náusea como una entidad suprapolítica y extrasocial que todo lo provee y suministra al desvalido ciudadano que para poder tener carta de ciudadanía debe arrodillarse ante sus inmorales dictámenes de ogro filantrópico.

Haga usted mismo, desocupado lector, un rápido ejercicio de lectura de algún artículo de nuestra carta magna para que se cerciore del carácter imaginario de nuestro texto fundamental. Por ejemplo. Cito el art. 109 de la misma: “El Estado reconocerá la autonomía universitaria como principio y jerarquía que permita a los profesores, estudiantes, egresados de su comunidad dedicarse a la búsqueda del conocimiento a través de la investigación científica, humanística y tecnológica para beneficio espiritual y material de la nación…”. ¡Jajajajaj! ¿Dónde?, ¿cuándo? ¿Es esto acaso una tomadura de pelo? El rasgo sobresaliente de la academia universitaria en nuestro desvencijado país es su literal ahogo financiero que le imposibilita hacer ciencia y cultivar los valores humanísticos y desarrollar los proyectos tecnológicos que reclama el país para su natural y necesario desarrollo y progreso. La revolución logró su cometido al doblegar y arrodillar a la universidad mediante el sistemático cerco presupuestario. Veamos. Art. 83: “La salud es un derecho social fundamental, obligación del Estado, que lo garantizará como parte del derecho a la vida. El Estado promoverá y desarrollará políticas orientadas a elevar la calidad de vida, el bienestar colectivo y el acceso a los servicios. Todas la personas tienen derecho a la protección de la salud”. ¡Eureka! Dios mío, ¿en qué país vivo que no veo nada esto por ninguna parte? ¿Serán imaginaciones mías? Bolívar habló de “repúblicas aéreas” en 1812 refiriéndose “a las repúblicas construidas sobre la base de lo ideal y no de lo posible, con filósofos por jefes, filantropía por legislación” (cf. Francisco Rodríguez, Republicas aéreas).

La abierta y flagrante antinomia entre lo que enuncia y contempla la ley suprema y la hilarante y sarcástica realidad nacional pone en evidencia el carácter ficticio de lo que vivimos como espejismo o, diría un amigo, fatamorgana. Llegados a este vergonzante y trágico presente que punza dolorosamente el alma nacional del venezolano, hay que recordar que “aquellos polvos prometeicos y neopopulistas (demagógicos) de la izquierda bolivarera, sempiternamente fracasada en su ilusoria compulsión emancipacionista, trajeron estos fangales apestosos en que se debate el vapuleado gentilicio de la venezolanidad puesta a prueba como jamás fue puesta desde los albores de nuestra nacionalidad.


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