¡Venezuela ha vivido desde aquel abril de 2002 una suerte de penumbra constante! ¡Se fue la luz otra vez! es la frase más cotidiana en un país que posee posibilidades y reservas de energía de las más grandes del mundo: petróleo, gas, carbón, energía hidráulica, eólica, solar, minerales para energía atómica y paremos de contar.

¿Por qué vivimos entonces en la oscuridad en Venezuela? Recuerdo que en este mismo diario El Nacional el grande e inolvidable caricaturista Pedro León Zapata (entre muchas cosas bellas más) parafraseando a Simón Bolívar con una caricatura nos señalaba: “…moral y luces son nuestras primeras necesidades…”. Con el doble sentido, Zapata resaltaba de las cosas más difíciles e importantes de resolver en Venezuela, en América toda, y en el mundo. Más allá de nuestra deplorable y reconocida situación de problemática del servicio eléctrico nacional, reconstruir la moral pública será tarea de titanes.

Unido al empeoramiento de la moral pública, ello implicó el debilitamiento institucional de la democracia venezolana para remediar sus entuertos. El activar soluciones con el conocimiento de la ciencia y la tecnología en el avanzado mundo de hoy, podría más bien calificarse de una tarea afanosa, costosa pero sencilla. Pero sin valores y principios “claros” todo se “oscurece”; y no hay energía posible que de luces en la resolución de los asuntos trascendentales del ser humano y de la sociedad.

Antes de que creara aquella crisis en Pdvsa en abril de 2002, según confesó su autoría ante los medios de comunicación el hoy difunto Chávez, entonces también “autoproclamado» intergaláctico del pito que despedía humillantemente a los trabajadores, y presidente hasta 2021, o luego hasta 2030, dicha empresa  llegó a ser una de las mejores empresas públicas internacionales. También lo fue la Electrificación del Caroní, Edelca. Ambas vitalmente estratégicas para continuar el desarrollo hasta entonces alcanzado del servicio eléctrico nacional. Ambas reconocidas por la profesionalización de sus trabajadores. 

En lugar de la siembra del petróleo el actual régimen procedió a arrancar de raíz lo que le quedaba de cultura del mérito en las empresas públicas de la democracia. También destruyó privadas (recuérdese estatización y partidización de la Electricidad de Caracas). Supuestamente proponía “acabar con el capitalismo voraz que todo lo controlaba” solo a favor de esa ”clase burguesa”.

Así en otras instituciones públicas, como las Fuerzas Armadas de Venezuela, por ejemplo, lo que con sus defectos aún resultaba en un cierto grado de meritocracia para el reconocimiento y ascenso, fue tornándose cada vez más en exigencia de fidelidad absoluta, no a la Constitución, no a las leyes de la República, sino a los planes de un jefe político partidista de procedencia militar. La realidad posterior a la enfermedad y muerte del caudillo militar han sido la cada vez más burda continuación de la entrega del país a la operación de la narcoguerrilla colombiana. Él la inició exigiendo reconocimiento de poder político para esta. Luego con la entrega definitiva a agentes de la administración castrista en el territorio venezolano, decidió negociar con rusos, iraníes, chinos, turcos, que en nuestra debilidad a causa de su desastre no han hecho más sino ordeñar su oportunidad hasta el último momento. 

Transcurridos veinte años, y ya en abril de 2019, podemos medir el tamaño del desastre comparando un bebé dado a luz en una economía de capital libre mientras este régimen paría su Frankenstein socialista del siglo XXI. Ello nos permitiría ponderar sus artículos (Aporrea o cualesquiera otros) en los que prefieren autoengañarse o ser cómplices de un sistema de asesinos cobardes que reprimen, encarcelan y torturan a quienes manifiestan por el pan de cada día, por medicinas, luz eléctrica, transporte o la vital agua. Se han convertido en reductos que terminan defendiendo directa o indirectamente narcocorruptos. Antes que aceptar que llegó la hora del cambio, de la verdad de un pueblo venezolano plenando calles en toda Venezuela, y demostrando así, fehacientemente, que esta exigiendo su libertad, han optado por usar el terrorismo de Estado, la represión para prolongar régimen moribundo y el dolor de una nación. Solo responden con represión. Es lo único que pueden ofrecer. Soluciones ya no pueden, ya no tienen cómo entregar soluciones.        

Respondo con serenidad a los laboratorios castristas de falsas informaciones, y a los tontos útiles que las reproducen reduciendo nuestra operación de liberación de Venezuela a la liberación táctica de Leopoldo, y que sesudamente pretenden exponer para confundir que “ya saben todo, tiene todo bajo su control”, la organización, los mandos, y los recursos involucrados de todo lo ocurrido. El culillo es libre. Después de que nuestro aliado fundamental, Estados Unidos, ha abierto algunas de sus cartas para que entiendan que este juego de convicción de lo inexorable en que Venezuela será libre pronto, por una vía u otra, y ustedes no podrán impedirlo, ¡tomen nota! Esa es la voluntad democrática y corajuda del pueblo venezolano que se manifiesta, día tras día, y en todos los rincones del territorio. En mismo sentido se manifiesta la abrumadora mayoría de los países democráticos del mundo, y la diáspora venezolana de más de 4 millones de compatriotas que han tenido que salir a refugiarse al exilio.

Como se lo han expresado antes, de tía a sobrino por ejemplo, a Padrino López, lo militar debe encender la luz del entendimiento. Todos debemos escuchar en este tiempo final la voz de ese pueblo que sufre. La voz de los viejos compañeros de armas, como los otros López que conocemos, por ejemplo. Se debe escuchar al pobre y al rico. Al trabajador y al empresario. Tanto al ama de casa como al profesional. Al católico como al judío, o al evangélico. Al joven como al viejo. Se debe asumir la realidad de la geopolítica mundial. Frente a la más que, calamitosa, tragedia humanitaria que sufrimos, pidamos a Dios que les “ilumine” para que asuman la última oportunidad de pactar su salida del poder. De no ser así,que Dios se apiade de sus almas.

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