Sí, queridos amigos, conocí a la más alta demostración de dilección al prójimo en mi vida, y no fue como pasó con san Juan Pablo II, que viví desde lejos todo su papado y no terminaban de asombrarme sus pensamientos, palabras y obras, y su gran demostración de amor tierno y puro hacia la humanidad, sino que con el padre Mikhail Adoumieh fue contacto directo y continuo, compartí en innumerables ocasiones momentos muy  agradables, así como también situaciones de gran tristeza y sufrimiento. Y es que el padre Mikhail Adoumieh fue una persona que a sus ochenta años vivió cada día dedicándolo a su evolución y a la caridad, es decir, cada día era más sabio, inteligente y conocedor de la vida, y también cada día era más generoso, bondadoso y desprendido, y con una gran facultad de empatizar con todas las  personas, sean quienes fuesen.

Nace en Alepo, con alta vocación sacerdotal y de servicio al prójimo, pero las circunstancias no se dieron en Siria para su incorporación al clero como sacerdote, lo cual no fue obstáculo para su incesante actitud colaborativa con la Iglesia. Su ordenación sacerdotal estaba predestinada a realizarse en el otro extremo del mundo, y además a una edad muy avanzada, y para mayor asombro, estando casado, con hijos y nietos. Así son los hechos trascendentales de la vida.  Sí, el padre Mikhail Adoumieh fue ordenado en Venezuela, a la edad de 71 años, felizmente casado y con 6 hijos y 9 nietos. La gracia de la ordenación sacerdotal fue concedida por el papa Benedicto XVI en respuesta a la petición enviada por monseñor Georges Kahhale al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales. La ordenación sacerdotal fue realizada por el mismo monseñor Georges Kahhale en su condición de obispo exarca, el 2 de mayo de 2010, en la Catedral de Nuestra Señora de La Asunción, Maracay. Ciertas obras celestiales difícilmente tienen explicaciones terrenales.

En sus 9 años de vida sacerdotal (2010-2019) se dedica a la feligresía de Maracay, ciudad que le sirvió de hogar desde su llegada a Venezuela, en el año 1979. Su labor en la Capilla San Elías en Maracay fue de gran valor en beneficio de la comunidad, sobre todo por medio de la Asociación Benéfica La Fraternidad, adscrita al templo, y que realiza una importante acción filantrópica. También atendió las ciudades cercanas, especialmente Turmero y Cagua y, en menor grado, Villa de Cura. Ningún obstáculo fue lo suficientemente grave para impedir que él celebrara las misas de los domingos en Turmero y los lunes en Maracay, jamás dejó de oficiarlas.

Su incansable labor religiosa la cumplió hasta el último momento de su vida. Su despedida de la  vida terrenal fue el pasado 3 de febrero, un domingo, haciendo alusión al día final del período semanal después de haber cumplido con las labores los seis primeros días; fue después de dar una misa, luego de la consagración eucarística y de compartir el pan y el vino con los asistentes a la Capilla Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Turmero; fue después de llegar a su hogar y agradecer a su esposa y a su hijo mayor por la vida compartida, y finalmente, y con apenas suficiente fuerza, procede a untarse los santos óleos y cumplir con la unción de los enfermos. Sí, él sabía que su momento había llegado y lo recibió en paz, felizmente, en su lecho, cerca de sus familiares.

Los honores fúnebres fueron realizados en forma impresionante y sublime en Maracay en la Catedral Nuestra Señora de La Asunción, por las más altas autoridades eclesiásticas de los ritos orientales en Venezuela: el monseñor Georges Kahhale, obispo exarca Emérito de los Católicos Greco-Melkitas en Venezuela, junto con monseñor Mar Timoteo Hikmat Beylouni, obispo exarca de los Católicos-Siriacos en Venezuela, acompañados por los padres Yusef Sharbak (Greco-Ortodoxo),  Elias Kasrín (Salesiano), Georges Mousalli y Arturo Villasmil (Católico-Siriaco), y Michael Nakhleh, Amin Roumieh y Karim Edelbi (Greco-Melkita Católico).

Una de las bendiciones excepcionales que vivió el padre Mikhail Adoumieh es que recibió los siete signos sensibles de la gracia de Dios, los siete sacramentos; fue receptor y protagonista de todos los rituales sacramentales de la Iglesia Católica que le permitieron, como ser humano, ser objeto de las acciones divinas. Por su condición de casado había recibido el sacramento del matrimonio, y además recibió la ordenación sacerdotal, estos dos sacramentos normalmente son excluyentes, pero dada la gracia del papa Benedicto XVI, recibió ambos, así como los  sacramentos de bautismo, confirmación, confesión, eucaristía y unción de los enfermos.

He sido afortunado por formar parte de quienes tuvimos la dicha de tratarlo y recibir sus bendiciones. Al conversar con él, oír sus homilías y ver sus acciones, se percibe su dilección y surge la sospecha de la influencia divina en sus palabras, y en su proceder con los demás, especialmente los más humildes y necesitados. Su entera disposición, su ayuda incondicional al prójimo, y su alto altruismo propiciaron, en quienes le conocieron, la idea que fuera visto como un hombre santo. Él no distinguía entre las personas y ayudaba a todo aquel que necesitase un pan o una palabra.Su bondadosa personalidad y su humildad hicieron que fuera buscado por personas de todos los estratos sociales. Todos lograban con él el alivio de sus necesidades.

Ochenta años de edad contaba cuando le afectó, una semana antes, una molestia que le llevaría al encuentro con el Señor. No hubo médico que le asistiera, por su negativa a recibir atención curativa, se daba cuenta de que le había llegado la hora de partir de este mundo para encontrarse con el Padre. Durante su fuerte última semana de vida, última semana de pasión, visitó, según versiones de los fieles, una inusual gran cantidad de personas y hogares, sin otra intención que la de saludar y bendecir… ¡y de despedirse!

El mismo día de su partida escribió una conmovedora nota a su hijo mayor, en la que termina exclamando: “… y nunca nunca le temas a la muerte, porque yo estaría esperándote en el cielo”.


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