¿Vamos a aceptar nada más y nada menos que otros seis años de gobierno de Nicolás Maduro? Con el agravante de que sabemos, sabemos muy bien de qué manera dictatorial, sin caretas, este ha querido imponerlo. No olvide cada siniestro episodio que ha marcado la vida institucional del país, al menos después de que hicimos nuestras las dos terceras partes de la Asamblea Nacional. Anótelo y repítalo de vez en cuando como un rosario: los diputados de Amazonas, el desafuero de la Asamblea, la anulación del referéndum revocatorio, el impedimento sistemático de cualquier manifestación, la constituyente (aquí haga un énfasis verbal), las inhabilitaciones, los presos y los muertos, los diálogos tramposos, la sonrisita de Jorge Rodríguez, las proezas delictivas del CNE (Smartmatic y Velásquez, pistola en mano), etc. Usted sabe, sabe muy bien.

Si a esto le suma, o mejor viceversa, por orden de importancia, el horror, el dolor inaudito a que ha sido sometido el pueblo llano que busca con desespero un trozo de pan o un antibiótico, o es humillado y martirizado en los calabozos de la dictadura, o corre hacia donde sea y a lo que sea, pero más allá de las fronteras del infierno. Y tantísimo sufrimiento ni siquiera es reconocido y mucho menos atendido. Lo sabe, se lo han repetido mil veces. La conclusión de este mínimo razonamiento no puede ser sino un rotundo y visceral no. Un no que ya se ha dicho, la no participación y el desconocimiento de las elecciones. Y que ha sido apoyado con énfasis y constancia por la mayoría de las democracias del planeta. ¿Cómo vamos a impedir esa amenaza?… Es cosa de ponerse a pensar y a actuar lo pensado de Perogrullo, pero valga.

Porque hay otra opción que ya algunos, pocos, recorren o anuncian hacerlo. Una suerte de ultrarrealista política. Maduro ya está ahí, encaramado, bien protegido por sus generales, y lo que es posible es enderezar unas cuantas torceduras, las que se puedan. Olvidarse de tantos suntuosos palacios de gobierno y cancillerías que al fin y al cabo no terminan de concretar nada. Y digamos que Maduro necesita oxigenarse un poco porque la hiperinflación casi siempre es una enfermedad terminal. Y el default asoma a cada rato su feo rostro. Y tampoco es cómodo ser el bagazo de la especie, nosotros hijos de Bolívar. Y todo ello permite que lleguemos a mejorar algunos entuertos porque hay gente dentro que ve claro, seguro.

Luego que vengan los seis años, al fin y al cabo, ya tenemos veinte. Esta segunda vía yo no le voy a demostrar que es falsa, ¿sabe por qué? Porque en estas artes nada se demuestra –es más bien cosa de las matemáticas y similares–, sencillamente me repugna moralmente y no quiero repetir cantaletas que hemos oído demasiado y padecido sus amargos resultados. Eso me basta para descartarla.

Hasta donde yo he navegado en el complicado archipiélago de nuestra prensa, no he registrado ninguna declaración conciliadora de Henri Falcón, más bien ha formalizado su denuncia de la nulidad de las elecciones presidenciales. Una larga entrevista de Eduardo Fernández, ¡padre!, con Vladimir Villegas me pareció muy digna. Que haya algunos pequeños seres merodeando Miraflores o la constituyente parece ser también cierto. No los nombraré, ellos terminarán haciéndolo.

Pero me parece en demasía importante que estas coincidencias sucedan. Y que estén todavía abiertas las puertas para una reunificación entre votantes y abstencionistas, que se supone pretendían y espero que pretendan el mismo objetivo de ponerle fin a corto plazo a esta pesadilla. Por allí oí a Semtei, dirigente de Avanzada Progresista, quien después de despotricar innecesariamente de la MUD terminó diciendo que el Frente Amplio sí es un lugar idóneo para buscar unificaciones. No está mal. Como tampoco lo está que Ledezma ande con Borges y Florido o Vecchio visitando centenarias residencias en medio mundo, lo cual supongo que atañe también a María Corina, dama valiente y apreciable.

Todo ello pareciera indicar que eso que es el primer paso para otros mayores, y sobre el cual hay consenso, que es la unidad, de los partidos y los grupos civiles de toda laya, para empezar la Iglesia Católica, es bastante posible. Y, por supuesto, deseable.


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