Como persona y como ciudadano me llenó de ira, decepción, profundo dolor, desazón y asco cívico el grotesco espectáculo que, al mejor estilo dictatorial, utilizando grupos irregulares armados en connivencia con algunas organizaciones de seguridad del Estado, el régimen realizó para incurrir en el más flagrante delito de lesa humanidad: impedir el ingreso y posterior distribución de la necesitada y esperada ayuda humanitaria destinada y focalizada a morigerar y mitigar las carencias de alimentos y medicinas de una mayoría de la población. Además la destruyó. Este imperdonable exabrupto del régimen ratificó ante los ojos del mundo que la urgencia de los tiempos actuales que viven los ciudadanos venezolanos es producto de la incapacidad y negligencia para enfrentar los problemas y los incesantes, crecientes, reclamos de la ciudadanía por la solución real de los mismos.

El régimen, a los cuatro vientos y que ahora el mundo entero conoce, se despojó de la cínica careta con que ha actuado durante los años que lleva en el poder y mostró su verdadero rostro: convirtió a Venezuela en una sociedad que padece una profunda crisis humanitaria, económica, social y política, gobernada por un orden de fuerza perverso, violador de la Constitución, las leyes y las instituciones y cuyos desvaríos y actitudes totalitarias, hacen evidente su talante antidemocrático y militarista. La destrucción sistemática de instituciones, liderazgos individuales, espacios políticos de los opositores, propiedad privada y principios constitucionales, así lo demuestran.

En realidad esta gestión ha significado, desde que se entronizó en el poder, una declaratoria unilateral de guerra contra la Venezuela honesta, principista y democrática. Para ello, entre otras iniquidades, el régimen imperante ha convertido a la otrora digna y no beligerante FANB en un partido político armado que actúa, con el beneplácito y complicidad de muchos de sus integrantes, no como garante de la soberanía y la institucionalidad del país, sino como una fuerza de ocupación para acorralar, amedrentar y reprimir a una población que se resiste valientemente a aceptar de manera dócil las aberrantes imposiciones del régimen.

Vemos cómo la capacidad disuasiva de la FANB es utilizada perversamente por la camarilla de la cúpula castrense, para inhibir al pensamiento opositor y amenazar peligrosamente a una población pacífica y desarmada que quiere vivir en paz. La FANB fue una institución al servicio de todos los ciudadanos y es triste e irritante verla sometida a los desvaríos mesiánicos de un segundón incapaz, enloquecido por su fracasada alteridad con el que se fue y definitivamente superado por la inmensidad de las responsabilidades inherentes al cargo que usurpa.

Alevosamente, Maduro, con acciones represivas como las que adoptó el pasado 23F, cerró los espacios para la convivencia y el diálogo con la comunidad internacional y con todos los connacionales que tienen intereses y visiones divergentes y orientaciones político-ideológicas distintas, pero envueltos en un conflicto de cuya positiva resolución dependen el destino y el futuro de la nación. La insistencia en conducir al país mediante la aplicación de una represión de violencia extrema y una paralela institucionalidad antidemocrática, excluyente, violatoria de las leyes existentes y contraria a nuestra idiosincrasia, indefectiblemente nos ha conducido por los peligrosos y abruptos caminos de la confrontación y el odio fratricidas. Como país, confrontamos serias dificultades de diverso orden que crecen en el tiempo por la imprevisión e ineficiencia gubernamentales y cuyos perniciosos efectos hacen inviables las perspectivas futuras del país.

Es por eso que luchamos tozudamente por la preservación de la Venezuela que nos roban de manera acelerada. Demandamos que Maduro y sus secuaces abandonen el poder, para facilitar el intento de rescatar lo que ha sido aviesamente destrozado por los que un desafortunado día accedieron al poder para envilecer, destruir y asolar a la Venezuela que emergía hacia el futuro.


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