La primera reflexión que habría que hacer sobre la fuerte ofensiva desplegada por el régimen contra la disidencia es que demostró nuestra vulnerabilidad e impotencia ante acciones decididas y preparadas concienzudamente. El gobierno y sus organizaciones de inteligencia llevan casi dos décadas formulando planes e hipótesis sobre cómo subyugar a la nación para imponer la dictadura comunista. De esta forma han concentrado su atención en atacar los puntos débiles y más emblemáticos del entramado social e institucional venezolano, utilizando metodologías sofisticadas y de eficiencia comprobada ante diversas situaciones. Por eso persigue, acosa y encarcela a los líderes del movimiento opositor y a cualquier persona que notoriamente exprese su repudio al régimen; amedrenta y acorrala a los medios de comunicación no alineados; radicaliza su hegemonía y establece una institucionalidad paralela; estrangula y desmantela a la propiedad privada; engaña y reprime al movimiento sindical, y, por si fuera poco, aísla a Venezuela de la supervisión y control de las organizaciones internacionales defensoras de los derechos humanos y de financiamiento y ataca a la universidad, a la Iglesia católica y, en general, a todos los opositores.

El gobierno se ha focalizado en prepararse para el asalto final contra lo que aún perdura del sistema democrático venezolano. A tal efecto, ha realizado procesos electorales viciados para colocar a sus huestes en importantes posiciones de representación popular y pervertir la credibilidad y fuerza del sufragio popular. Ignora olímpicamente los planteamientos y requerimientos de la mayoría ciudadana; violenta de forma flagrante los principios y el articulado de la Constitución para crear situaciones favorables a su entorno de cuestionable consistencia y validez jurídica. Ha reactivado a los grupos violentos con los que opera y de los que se sirve para amedrentar y agredir a la población disidente y a sus dirigentes. No son casuales los hechos de violencia que a diario reportan los medios de comunicación que evidencian la plena participación de los grupos irregulares oficialistas auspiciados, financiados y tolerados por el gobierno chavomadurista.

La oposición, por su parte, está completamente inmersa en la discusión de si participa o no en los eventos electorales por venir a pesar de que la situación política del país no augura contiendas electorales diferentes a todas las que hemos conocido hasta ahora. Las cándidas actitudes, la indefinición de líneas estratégicas y la mala lectura de la dinámica política actual pueden ser factores muy negativos para hacer frente a la escalada de agresión gubernamental. De ello resulta una trágica paradoja, los opositores hemos desarrollado todos los medios para protegernos de eventuales agresiones y omisiones de la MUD y los partidos políticos existentes y ninguna forma para evitar y enfrentar, si fuere el caso, las acciones ilegales, abusos y diversas artimañas de las que se valen los grupos violentos gubernamentales para hacer lo que les viene en gana.

La lección principal que se desprende de los acontecimientos de los últimos tiempos es que no son necesarios métodos exóticos y de alta tecnología para producir resultados devastadores sobre el ánimo de la sociedad civil. Basta con hacer correr rumores, falsear impunemente resultados electorales, agredir, perseguir, encarcelar, reprimir y amenazar a objetivos muy bien escogidos para hacer cundir la angustia entre las masas y paralizar las acciones de la mayor parte de las organizaciones sociales opositoras en los centros más importantes del país.

Las consecuencias políticas y psicológicas de la estrategia gubernamental no se miden por el número de víctimas que puedan causar, sino por lo perverso del ataque y el obsceno ventajismo del que se vale el gobierno. Mientras el régimen tenga el poder y detente el apoyo de las fuerzas armadas y las instituciones del Estado, el miedo y la sensación de impotencia se intensifican. El efecto buscado por este tipo de acciones gubernamentales consiste en demostrar la vulnerabilidad del objetivo y la permanente vulnerabilidad también de los que podrían ser un objetivo la próxima vez. Además, demostrar que las defensas pueden ser penetradas utilizando métodos sencillos y que no existe ninguna defensa real contra un ataque del gobierno. La única defensa real y verdadera contra esas acciones es la resistencia seria, continuada y valiente.

Este año y los próximos serán cruciales para la suerte de Venezuela; no basta con expresar lo que no queremos para nuestro país, debemos luchar con todos los medios disponibles para evitar que se nos imponga. La presencia activa y valiente en las calles, protestando contra las arbitrariedades gubernamentales y en los eventos electorales, pautados por la Constitución, son un decisivo paso en pro de nuestra causa. Una masiva participación de personas y organizaciones opositoras en los eventos políticos que se susciten será un mensaje importante que la oposición, unida o no, le dará al gobierno: nuestra disposición a luchar para evitar que el comunismo se apodere del país es real y estamos dispuestos a mantenerla por encima de las vicisitudes porque entendemos y estamos convencidos de que esa es nuestra mejor opción de triunfo.

Nuestro destino, por lo pronto, está en nuestras manos; no bajemos la guardia que el gobierno nos acecha y espera una muestra de debilidad para atacarnos y continuar radicalizando su descabellado proyecto político. Podemos ganar, debemos ganar y vamos a hacerlo.


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