Venezuela es en este momento el reino cada vez más invivible, de la incertidumbre. Mientras los rumores traspasan los espacios del pasillo; mientras todavía lo ocurrido el 30 de abril no termina de ser asimilado por la población y es aprovechado para elaborar todo tipo de teorías, disparos y acusaciones, cada quien según su conveniencia, contra blancos muy precisos ocupados por actores de la oposición; mientras la desinformación, arma que maneja permanentemente un régimen dictatorial que además tiene como el nuestro el control absoluto de los medios de comunicación; mientras de nuevo se levanta poco a poco de las cenizas, esa palabra indeseable por lo tramposo de sus promotores, como es el diálogo, y hasta se habla de un proyecto de acuerdo cuyos términos se desconocen; el país sigue en caída libre, sin claros horizontes a la vista, si bien es cierto que la oposición lucha -dividida, pero lucha-, que Guaidó mantiene el apoyo internacional, que las discrepancias en el régimen siguen en ascenso aun cuando todavía el G2 mantiene el control, que las soluciones no se ven todavía por ninguna parte, que el final de la crisis pareciera estar en manos de la geopolítica, en fin, todo un enjambre indescifrable que hacen que Venezuela siga desangrándose en una tragedia que pareciera no tener fin.

Y todo esto a pesar de que los estudios de opinión nos revelan que 89,9% de los venezolanos quieren a Maduro y al chavismo fuera del poder; que 90% de los venezolanos quiere a los cubanos fuera de este territorio, que 89% cree que no saldrán sino por la fuerza y que 87% quiere una intervención militar para salir de esta pesadilla, y muchos números más, todos adversos al régimen, realidad que ha provocado que el régimen, repudiado como está, haya tomado el peor de los caminos para intentar su permanencia en el poder: poner en marcha la operación exterminio contra la AN, sus diputados, los partidos en ella representados, apelando a todas las rutas de la arbitrariedad y del terrorismo de Estado, por el solo hecho de haber tenido el coraje de enfrentar la satrapía de un régimen considerado indeseable. 

Si a esta acción de exterminio que aplica en estos momentos el régimen contra la AN que preside Juan Guaidó tuviera que ponerle nombre, no habría ninguno más apropiado que el de crónica de una muerte anunciada, y anunciada con muchos años de anticipación, porque para nadie es un secreto que de haber triunfado la sanguinaria revuelta que dejó centenares de muertos dirigida por Hugo Chávez, se habría cumplido el programa “revolucionario” del terror, hecho que comenzaba con la instalación de “tribunales populares” que sentenciarían el fusilamiento de buena parte de la clase dirigente, decretada con aquella sentencia tantas veces expuesta en su campaña electoral, que prometía freír en un caldero las cabezas de adecos y copeyanos, lista hoy extendida a otras organizaciones políticas con nuevos y valerosos actores dedicados con altísimo deber patriótico a denunciar todos los actos deleznables de un régimen castrocomunista que tiene veinte años engañando a un pueblo.

En estos momentos la tarea primordial del régimen es aniquilar la AN, único poder legítimo que queda en Venezuela, con la mira de sus misiles destructores puesta sobre la humanidad de Juan Guaidó, reconocido como presidente interino de la nación por cerca de 60 países democráticos del mundo, acosar, perseguir, encarcelar, desaparecer, o condenar al exilio a todos los diputados de la oposición, llenar de terror todas las calles, pueblos, ciudades y barriadas de Venezuela a fin de evitar que la ira de un pueblo humillado y martirizado como el nuestro se desborde y desde la calle los obligue a salir del poder. Acciones que rompen todas las barreras de la legalidad, ejecutadas con la barbarie típica de los regímenes forajidos acostumbrados al uso desmedido de la arbitrariedad, hecho que ejecutan sin pudor alguno, sin importarle la opinión que tal barbarie merezca a la opinión del mundo que con creciente indignación los observa, ni las protestas que puedan salir de la ONU, la OEA, la Unión Europea y ni siquiera a las que tienen países y organizaciones que buscan soluciones pacíficas a nuestra tragedia. Para muestra basta decir que ante la protesta de la ONU, de la OEA, de todos los países democráticos, por la arbitraria detención de Edgar Zambrano, a quien para llevárselo preso le aplicaron una fórmula parecida a la que le aplicaron a Noriega en Panamá al llevárselo en una grúa con carro incluido,  el régimen no se da por enterado. La exigencia justificada de esos organismos y muchos gobiernos del orbe, de ponerlo en libertad, lejos de ser satisfecha, redobló el castigo sentenciándolo de una vez por delitos no cometidos, sin haber realizado el debido proceso.  

Sin pudor alguno, y exhibiendo una desfachatez que rompe el más mínimo espacio de racionalidad, argumentan que  todo lo hacen “en nombre de la paz”, que lo de ellos “es puro amor” y que el odio está en aquellos que reclaman la libertad y la democracia, ¡vaya cinismo!.  Y esto, dicho con la furia y la maldad que jactanciosa y habitualmente exhibe un régimen cuyos voceros no ponen límites a su ofensiva incontinencia verbal a la hora de referirse a cualquier opositor. Su propósito es agotar todos los caminos de la represión, tal y como reza el primer mandamiento de toda dictadura y más si esta es de signo totalitario, “principio” que en su vigencia y desarrollo intervienen factores enlazados al crimen como son organizaciones paramilitares como el ELN, los grupos renuentes de las FARC, elementos del terrorismo internacional como el Hezbolá y los vinculados al narcotráfico.

Esa es la realidad que en estos momentos arropa a la nación, y nos preguntamos: ¿qué hará la oposición, que hará el pueblo, qué harán la ONU, la OEA, la Unión Europea, el Grupo de Lima, el de Contacto, ahora los noruegos y todos los Estados e instituciones que han manifestado su preocupación por lo que pasa en Venezuela?

Como buena parte de la población patriota me pregunto:  ¿será posible que ante tan criminal ofensiva en su contra la oposición finalmente se una? ¿Será posible que ante los desafueros del régimen la comunidad internacional abandone el lento y ambiguo lenguaje de la diplomacia, y actúe, de una vez por todas,   con la celeridad que una tragedia humana como la que se vive en Venezuela que ha sido causante de la más grande diáspora que haya habido no solo en este Continente? ¿Será posible que el pueblo de una vez por todas descarte todo rasgo de sumisión y luche con fuerza y razón en defensa de sus derechos? ¿Podremos ver a todas las organizaciones políticas y al pueblo en la calle defendiendo la integridad de los diputados que todos los días se juegan el pellejo en defensa de la Constitución? Es la hora más precisa demostrar que la virulencia, el ensañamiento y la alevosía de un régimen que estimula el resentimiento social, no podrá nunca con nuestros principios de justicia y solidaridad tantas veces demostrado por una población que ha padecido tanto sufrimiento.

Si a lo largo de estos trágicos veinte años, nos hemos encontrado con encrucijadas difíciles y comprometidas, en esta oportunidad estamos ante una que exige el concurso de todos y cada uno de los habitantes de este país que amamos la libertad, porque eso es lo que está en peligro extremo y con ella la patria, sus instituciones, su soberanía y su derecho de ser una nación libre en un mundo cada vez menos libre. No participar en esa lucha es un acto de claudicación y eso en estos momentos más que reprobable, podría significar una traición. 


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