Los chinos son expertos en torcerle el brazo a la historia. Si los acontecimientos globales llevan una inercia que no les resulta conveniente, ellos no son de quienes esperan a que las dificultades se manifiesten para reaccionar. Anticiparse a los problemas es una de sus condiciones anímicas innatas, y al aplicarle esta propensión cultural a lo político y a lo económico, el principio calza a perfección. Sobre todo cuando de lejos se nota que, en breve, la geografía de ese país acogerá a 65% de la población del planeta. Menuda debilidad y, a la vez, fenomenal oportunidad.

Cuando Donald Trump a inicios de este año abandonó unilateralmente el Acuerdo Comercial Transpacífico (TPP), una herramienta que le aseguraba a su país un liderazgo claro entre las potencias de alto crecimiento ribereños del Pacífico, le abrió la puerta a China para montar su propio proyecto que le asegurara una preeminencia comercial en Asia y Europa con la cual, además, el gigante de Asia siempre ha soñado.

No tardó mucho en nacer OBOR, un proyecto para el cual Xi es el mejor candidato para ser su líder. OBOR (One Belt, One Road) es una propuesta estratégica con una vocación comercial que busca asegurarle a China, por un lado, un aprovisionamiento geográfico seguro para las materias primas destinadas a procesamiento interno y, por el otro, una vía de salida para sus exportaciones. Aunque la idea se comentaba desde el año 2013 como una forma original y práctica de unir el océano Pacífico y el mar Báltico y de conectar el mar de China y el Mediterráneo, las autoridades supieron esperar con milenaria paciencia hasta que la ocasión fuera buena. Y este fin de semana pasado el presidente chino la presentó en su capital, ante 29 jefes de Estado y de gobierno de naciones involucradas.

La tarea no es de poca monta. 128.000 millones de dólares ya han sido asegurados para energizar la idea del presidente Xi y el inicio de la construcción de las obras de infraestructura para conectar a Eurasia tanto por la vía marítima, con puertos en varios países de las adyacencias, como por la vía terrestre, con carreteras que atraviesan terceros países y los conectan con la pujante China. Se está apuntando a invertir más de 4.000 millones de dólares en esta faraónica iniciativa que ya está siendo denominada la nueva Ruta de la Seda para traer a la memoria esa red de rutas comerciales que se organizó desde el siglo I a. C. en el continente asiático y que conectaba China con Mongolia, el subcontinente indio, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África.

Este nuevo ejercicio de hegemonía no tiene tranquilos a los países vecinos del coloso ni a Europa, por el solo hecho de que no existe una estrategia de respuesta a una resolución que se pondrá en marcha sin demasiados miramientos y que, a primera vista, luce como otro intento de materialización de una nueva forma de invasión comercial, una que tiene como atractivo el financiamiento fácil y barato de obras de infraestructura con dineros chinos que, de otra manera, a los países les resultaría muy difícil de acometer.

Hay bastante tela para cortar ya que OBOR apenas está naciendo. Los escollos no son comerciales, en este terreno todos los actores activos y pasivos salen mayormente favorecidos. Es en el frente político en donde las ansias hegemónicas de Xi no están siendo bien vistas o están siendo percibidas con recelo.


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