La farsa del diálogo de Oslo provocó una desescalada y desmovilización temporal de la sociedad venezolana, a la par que la corporación criminal que nos domina ganó oxigeno y tiempo, como siempre; confundió, desvió y debilitó la ruta del 333. El usurpador se lava la cara y baja la presión interna y externa. Sigue en el poder un mes después del 30-4, cuatro meses después del 23 de enero, en la que emergió Juan Guaidó como presidente constitucional, y un año después de una abierta farsa electoral presidencial. Sepamos que los criminales no tienen palabra. Cambiar el mantra para hablar de elecciones es admitir que Guaidó no es presidente. Sugerimos añadir más bien el cese de la impunidad, tolerada por una comunidad cuestionada de intereses, y poner una lupa enorme para desvelar los dobles agentes dañinos. Con tales modelos no se hace país.  

Cada día representa un irreparable costo en vidas, como la de los niños del  Hospital J. M. de los Ríos, ellos no tienen la culpa de la situación, esas muertes eran evitables, esos niños deberían estar vivos. Estamos en el punto de que la realidad lacerante de la desnutrición infantil se transforme en la hecatombe de la pérdida de una generación. Los niños se mueren de sed, da dolor verlos pedir agua en vez de caramelos. El régimen juega al exterminio.

La capacidad depredatoria de los criminales no tiene fin y lo que seguirá, inevitablemente, es una nueva escalada del conflicto, jalonada por el sufrimiento mayor de la sociedad y la diáspora: hoy el Táchira es un pueblo fantasma. Vemos venir el incremento de las protestas y movilizaciones, con el endurecimiento de sanciones de la comunidad internacional. La catástrofe humanitaria traducida en exterminio la utiliza el régimen criminal, no la ataca al operar a su favor y así poder alcanzar una precaria estabilidad, logrando sacarle el cuerpo a la transición, porque la gente se desmoviliza y se concentra en atender su propia tragedia, los mantiene ocupados, y momentáneamente deja de buscar el cambio político.

Al mismo tiempo, la profundización de los problemas acorta el tiempo de la usurpación, esto hay que catalizarlo con la aprobación del TIAR y el 187; solo cuando el régimen tenga frente a si una amenaza creíble correrá a salvar su pellejo y a negociar su salida, porque en ese momento no tendrá poder para imponer nada. El objetivo es desmontar el Estado fallido-forajido, que es una amenaza para otros Estados. Se requiere más rigor y ardor en el equipo de Guaidó, la situación requiere un gabinete de guerra con mayor capacidad y conocimiento de la situación inédita de lo que está pasando, para colocarse a la altura del momento complejo de esta hora. Resulta exigente y demandante encarar a unos capos que destruyeron las instituciones. El conflicto hay que enfrentarlo, jamás evitarlo y diluirlo. Las sanciones a Cuba comienzan a dar frutos, debemos insistir en su profundización. El cambio será inevitable.

¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados! 


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