El lunes 27 de marzo tuvimos en el Aula Magna un concierto del Orfeón Universitario, parte del Acto Recordatorio del 40 Aniversario del concierto de vuelta a sus presentaciones públicas después de la terrible tragedia de Las Azores, acaecida el 3 de septiembre de 1976. Una actuación absolutamente bella y conmovedora. Puesta en marcha la memoria acuden a la mente sucesivos recuerdos y evocaciones de lugares y hechos, así por ejemplo el 19 de septiembre de 1993 el diario Últimas Noticias dedicó su Suplemento Cultural a recordar, y así lo tituló, š50 Aniversario del Orfeón UCVš, con artículos de distinguidos escritores y críticos referidos a la creación y funciones de tan notable agrupación en 1943, durante el rectorado del Dr. Rafael Pizani y con la apasionada dedicación del maestro Antonio Estévez. Después de lo que significó para el grupo la mencionada desgracia, el mismo fue reconstituido con brioso empeño bajo la dirección de Raúl Delgado Estévez, y declarado Patrimonio Artístico y Cultural de la Nación.

La citada publicación reúne opiniones trascendentes en su objetividad y solidez contextual, coincidentes en una manifiesta admiración y afecto hacia el Orfeón.

Sí, ¡el Orfeón entrañablemente nuestro! Para quien la Universidad Central de Venezuela sea la parte esencial de su vida, el Orfeón Universitario –entendido como la voz plural de la institución– representa un símbolo fundamental, y hablar de él en singular tiene el mismo significado afectivo que hacerlo de la Universidad en su conjunto.

Muchas veces he confesado sentir una particular predilección por los grupos corales; un sentimiento de simpatía me une a tan especiales núcleos humanos, conformados por quienes tal vez renuncian a la figuración individual que sus buenas voces les garantizarían, a nombre del placer de hacer música colectivamente junto a seres con los cuales comparten ese gusto íntimo. Es así que en lo personal, con todo y venir de una Facultad como la de Medicina, prestigiosa por sus antecedentes históricos que incluyen el hecho de ser la instancia académica en la que el Rector José María Vargas dictaba sus cátedras, siento mi condición universitaria recogida y expresada en la emoción profunda que su himno me produce cada vez que lo oigo llenar los espacios del Aula Magna, identificado con ese Orfeón Universitario que lo canta, que cada año se lo revela y enseña a los nuevos alumnos, y que con verdadero sentido del ritual honra a quienes así lo merecen con la entrega pública de una boina azul, símbolo preciado del coro y de nuestra Alma Mater.

En mis años de estudiante esa invalorable función de representarnos, acompañarnos y embellecernos con música el tiempo de nuestro tránsito formativo por las aulas de la Ciudad Universitaria, la cumplía el Orfeón bajo la dirección de Vinicio Adames, admirado artista y apreciado amigo; eran todos ellos compañeros fraternos, con los cuales los miembros de aquel Teatro Universitario que dirigía Nicolás Curiel, nos sentíamos honrados de poder compartir la emoción diaria de abrirle a la Universidad nuevos caminos para la realización y degustación del hecho cultural y para la proyección de los valores que enaltecen la institución.

Incurriría en un pecado si me limitara a reiterar que el Orfeón es un excelente coro, y no comentara la familia y armónico equipo que conforman sus integrantes; si no me refiriera a ese ser espléndido que es Raúl Delgado Estévez, mezcla de enorme talento con desbordante simpatía; y si no hablara de cómo admiramos y queremos a Graciela Gamboa, que es querer a la agrupación entera que ella lleva toda en sí misma.


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