En vísperas del desembarco de Normandía del 6 de junio de 1944, los Aliados realizaron una serie de ataques aéreos con el fin no solo de cortar las vías de suministro militares, sino de confundir a los alemanes sobre el lugar en el que se efectuaría el desembarco que llevaban planeando hacía ya más de un año. Aquellos ataques previos hicieron posible que la operación Overlord, o batalla de Normandía, fuera un éxito. A finales de agosto, los países aliados tenían ya más de 2 millones de soldados en suelo francés. El día D, como se le conocería también a esa fecha, sería determinante para la resolución de la Segunda Guerra Mundial y pasaría a la historia para designar un día clave y definitivo.

Hoy lo estamos recordando porque, aunque parezca mentira, un gran número de compatriotas esperan ansiosos una jornada definitiva, el día en que la incursión americana –de características menos sobresalientes a la citada, por supuesto– ponga fin definitivamente al calvario que padecen. La respuesta de Trump a la periodista Carla Angola, las arengas de la embajadora Nikki Haley ante la sede de la ONU, las declaraciones del vicepresidente americano o las denuncias ante la Corte Penal Internacional de diferentes gobiernos que consideran al régimen venezolano culpable de crímenes de lesa humanidad son vistas por la mayoría de ciudadanos como los prolegómenos a esa intervención, la señales de lo que está por venir, como los constantes bombardeos que en aquella oportunidad prepararon el terreno para el gran desembarco en suelo francés.

Son muchos los casos en los que el venezolano ha creído advertir el momento decisivo para acabar con el gobierno y, por ende, con todas sus miserias: la marcha a Miraflores, la huelga petrolera, el referéndum revocatorio, las elecciones de 2013, la Asamblea Nacional elegida en diciembre de 2015, la insurgencia de Óscar Pérez, etc., etc. Nunca, sin embargo, ha podido ver plasmadas sus esperanzas. Cuando parecía que la solución estaba al alcance de su mano, algo lograba interponerse y torcer el curso de los acontecimientos. Hoy, harto –y no sin razón– de una dirigencia política mediocre, apuesta por la ayuda externa como la única solución a sus graves problemas. Aunque una intervención extranjera de corte humanitario esté plenamente justificada, debido a las condiciones extremas que se viven en Venezuela y la huida que han emprendido sus ciudadanos hacia otros países, es muy improbable, sin embargo, que ello ocurra: ni el coloso del norte vive el momento político propicio que requiere algo así ni, seguramente, el pueblo americano acompañaría a estas alturas otra incursión en tierras extranjeras. Pero esas demostraciones en favor del pueblo venezolano no dejan de vislumbrar algún tipo de solución.

Como lo explica Pedro Baños, en su muy vendido libro Así se domina el mundo, en la geopolítica internacional es común que se empleen ciertas estrategias o amenazas para destruir la unidad interna de un país enemigo y sentarlo en la mesa de negociación (la llamada dominación por el miedo). Hacia allá parecen apuntar más bien todas esas manifestaciones verbales que se han dado estos días. No por casualidad una connotada jueza chavista se ha marchado recientemente a Colombia, donde dice arrepentirse de su pasado, y el sr. Maduro hace lo imposible por entrevistarse con el presidente americano.


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