Las Tejerías
Nicolás Maduro en Las Tejerías. Foto: AFP

Las señales están allí para cualquier atento observador. El señor Nicolás Maduro ha iniciado lo que en sus salas situacionales de los sótanos de Miraflores y Fuerte Tiuna deben estar llamando algo así como “la ruta hacia una nueva victoria”. Y es que para aquellos que no lo hayan notado, es bueno que sepan que la campaña electoral presidencial ya arrancó desde el lado del oficialismo.

El arranque de campaña muy bien pudiéramos ubicarlo el pasado 12 de septiembre. Ese día Maduro se dirigió a la juventud del Partido Socialista Unido de Venezuela pidiéndoles prepararse para las próximas elecciones presidenciales. Sus palabras textuales fueron: “Eso es muy importante, prepararnos para dos años claves de la revolución en lo político, prepararnos para la gran victoria de las elecciones presidenciales del año 2024, y prepararnos porque en el 2025 hay elecciones conjuntas de Asamblea Nacional … y de gobernaciones y alcaldías”.

Para que no quepa la menor duda, Nicolás – que en los últimos tiempos ha brillado por su ausencia en actos públicos de relevancia, por lo que se considera su gran temor y paranoia de que alguien o algo pudiera atentar contra su vida -, se apareció sorpresivamente en la población de Las Tejerías, en el centro norte de Venezuela, donde unos días atrás las torrenciales lluvias dejaron un saldo lamentable de muertes y daños.

Como en los mejores tiempos de Hugo Chávez, Maduro no perdió demasiado tiempo anunciando que su gobierno se movilizaría, haciendo uso de la Gran Misión Vivienda, para que todas las personas damnificadas, incluso, los dueños de comercios fueran atendidas y reubicadas debidamente, con la perspectiva de proporcionarles nuevas viviendas. Horas después, y como parte de otra pieza del más vulgar populismo, Maduro anunció el pago de un bono especial para las personas afectadas por la tragedia. Pero, además, el irreconocible Nicolás manifestó públicamente la bienvenida a toda ayuda internacional, que, según él, le habrían ofrecido desde diferentes partes del mundo.

En medio de este contexto, hay una lectura que debe llamar la atención de todo el país. Cuando Maduro alebresta a sus huestes juveniles pidiéndoles prepararse para las elecciones presidenciales de 2024, está creando deliberadamente unas expectativas vagas que ni siquiera el propio Consejo Nacional Electoral – apéndice del régimen – se ha dignado anunciar oficialmente. En otras palabras, el objetivo del régimen es confundir y restar certidumbre a las fuerzas opositoras para que a éstas no les sea del todo fácil llegar a un acuerdo sobre el cronograma del proceso de elecciones primarias.

¡Ojo con esa trampa!

Desde el punto de vista legal-constitucional, diciembre de 2024 sería el momento en que las presidenciales deberían tener lugar, pero conociendo la naturaleza de un régimen tramposo que en el pasado ha jugado suciamente, la oposición debe tener mucho cuidado respecto al manejo de su cronograma enfocado en la elección de un candidato único. Hay que recordar que, en 2018, en uno de los tantos momentos de fractura del antichavismo, Nicolás Maduro adelantó unas elecciones presidenciales que no le significaron reto ni riesgo alguno.

Hoy día las fuerzas opositoras están a muchos metros por detrás de la posición adelantada que evidentemente el régimen le está comenzando a jugar.

Lo primero que hay que tomar en cuenta de una vez por todas es que en Venezuela la oposición actual no es solo la Plataforma Unitaria, constituida en teoría por diez agrupaciones políticas (mayo 2022), pero que todo el mundo identifica por el llamado G4 (Primero Justicia, Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular). Con el tiempo, y desde aquellos acontecimientos que dieron lugar al interinato de Juan Guaidó, por allá en 2019, han surgido otros tantos partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil que vienen demandando un lugar dentro de esa abrumadora masa inconforme con el gobierno de facto.

No está de más apuntar que en las pasadas elecciones regionales de noviembre de 2021, aproximadamente la mitad de los votos adjudicados a la oposición correspondieron a estas nuevas fuerzas emergentes.

Esta complejidad de la masa opositora ha servido de caja de resonancia de muchas voces que han cuestionado que sean básicamente los partidos del G4 los encargados de organizar las elecciones primarias, sobre todo en momentos en que el interinato de Juan Guaidó ha perdido su otrora fuerza y representatividad, a pesar del todavía ambiguo apoyo de Washington. Pero no solamente eso. El obstinado padrinazgo de la administración Biden a Guaidó se refleja también en el interés de que Maduro retome el formato de las negociaciones de México teniendo como interlocutor a los representantes de la Plataforma Unitaria.

Maduro y su régimen saben que la interlocución del G4 no es tal, porque, entre otras cosas, el gobierno de Estados Unidos se ha encargado de debilitarla con actos inconsistentes con la causa democrática como el intercambio de ciudadanos estadounidenses por los confesos y juzgados narco-sobrinos, y las perspectivas de un entendimiento bilateral en el campo energético con Chevron a la cabeza.

Así que para Nicolás todo está muy claro. Mientras no le pongan un cuchillo en el cuello, no hay necesidad alguna de negociar, y mucho menos – que es con lo que sueña Estados Unidos – los términos y condiciones de unas elecciones presidenciales justas, limpias y transparentes. ¡Yo te aviso!

Y es en medio de esta dura realidad que los factores de oposición deben ponerse de acuerdo, de manera expedita, sobre aspectos no poco espinosos de la organización de las elecciones primarias. Como parte del escueto cronograma, ya la semana pasada se produjo el anuncio del reglamento que regirá el proceso comicial opositor, no exento de ciertas críticas que demandan mayores detalles, así como de quejas respecto a la falta de consultas en su elaboración con todos los sectores que enfrentan al oficialismo.

Quedan pendientes otros temas que complican aún más el panorama; esto es, el dilema de solicitar o no asistencia técnica al Consejo Nacional Electoral, si participarán los venezolanos en el exterior, y no menos importante, la fuente de los fondos que habrán de financiar el proceso. Por otra parte, la comisión electoral que ha de regir el proceso tendrá la amarga tarea de decidir acerca de la participación de aspirantes que hayan sido inhabilitados políticamente por las írritas instituciones chavistas.

Pero, tal vez lo más destacado de estos dos últimos días es la información filtrada por la prensa de que la Plataforma Unitaria habría considerado junio de 2023, como fecha para la celebración de las elecciones primarias. De confirmarse esta información, la pelota quedaría del lado del oficialismo, un escenario que de seguro ya estaba contemplado.

Maduro sabe muy bien que, de darse una elección primaria, aun sin haber conseguido la oposición las condiciones mínimas que él negará seguramente de cara a las presidenciales de 2024 – en caso de que, finalmente, estas se llevaran a cabo en esa fecha -, la confianza en el voto que él y su régimen tanto han querido desestimular, pudiera tomar un segundo aire y comprometer de alguna manera su permanencia en el poder.

Por tanto, desde estas líneas apostamos – y esto debe servir de aviso a la oposición – a que los laboratorios del chavismo considerarán muy en serio el adelanto de las elecciones presidenciales, aprovechando el desconcierto y divisiones inocultables del mundo opositor, previo a la indefinición del candidato único a ser escogido en las primarias.

Y mientras tanto uno se pregunta ¿qué será de la vida de Lorenzo?

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