Estamos en la víspera de la gran fiesta cristiana de la humanidad: el nacimiento de Jesús. Es el tiempo del encuentro en familia, de la solidaridad y de la alegría.

El mundo cristiano celebra con fe el nacimiento del mesías que vino para salvar a todos los hombres del pecado, y a ofrecernos el camino de la reconciliación y la salvación.

Nuestro pueblo venezolano históricamente ha hecho de la Navidad la gran fiesta de la familia. No en vano Jesús modeló, con José y María, la familia cristiana.

Navidad es para nosotros, además de la celebración del nacimiento de Jesús, sinónimo de reencuentro familiar, de compartir y sana festividad. El solo hecho de conmemorar el nacimiento del Dios humano, nos llena de alegría y esperanza. Pero al darse igualmente el reencuentro en familia, se produce la alegría de la vida familiar, que celebramos con estrenos, hallacas, pan de jamón, postres y otras creaciones gastronómicas.

Estas fiestas nos permiten hacer un paréntesis en el trabajo cotidiano, y en las preocupaciones que nos acechan a lo largo del año.

Lamentablemente esta Navidad venezolana no será igual a la que hemos celebrado a lo largo de nuestras vidas. No hay alegría en nuestra gente. Hay preocupación, angustia, luto, tristeza, pobreza y necesidad. Cuando un pueblo padece como padece el venezolano es porque existe una situación sociopolítica deplorable. Ese cuadro tiene que ver con la vida política.

No hay duda de que en el marco de una crisis como la que viene sufriendo Venezuela, la política se convierte en un hecho que nos asecha de manera permanente.

En esta Navidad será muy difícil sacarle a nuestro pueblo el chip de la cosa política. Ella estará ahí martirizando a la inmensa mayoría del sufrido pueblo venezolano.

Tal circunstancia ocurrirá porque 98% de nuestro pueblo no podrá tener unas fiestas de fin de año, como tradicionalmente la hemos vivido.

En primer lugar, porque un elevadísimo porcentaje de las familias venezolanas están fracturadas o mutiladas por la brutal arremetida de la dictadura con sus políticas represivas y socioeconómicas.

Ceca de 3 millones de seres humanos han tenido que abandonar nuestro país, asechados por la violencia criminal desatada en todas las comunidades de la nación, o aventados por la hambruna que el modelo socialista ha generado.

Las familias mutiladas por la muerte de uno de sus hijos, en las protestas de los meses de abril, mayo y junio del presente año, sentirán con mucho dolor la ausencia del hijo amado, que anhelando una patria de libertad y justicia salieron un día a ejercer la protesta. Las fuerzas formales o informales de la dictadura les cegaron la vida. Otras familias tendrán una Navidad con sus seres queridos en las cárceles o en el exilio. Presos y perseguidos cuyo único delito ha sido oponerse a los desmanes de una dictadura cada día más soberbia e inhumana. Una represión como no la conocía nuestro pueblo desde los tiempos de la dictadura militar de la década de los cincuenta del siglo pasado.

A ese ambiente de congoja espiritual se suma el ambiente de pobreza material, que ha cubierto a cerca de 95 % de los venezolanos.

La brutal devaluación del bolívar ha pulverizado el salario y cualquier otro ingreso de que dispongamos los venezolanos.

La mayoría de las familias no podrán comprar los “estrenos” de sus hijos, ni preparar sus hallacas o la cena de Nochebuena. Por mucha propaganda que la dictadura lance haciendo la populista, discriminatoria y corrompida entrega de los perniles, eso solo alcanzará a la clientela más cercana. El resto de la nación pasará la Navidad más triste y pobre de toda nuestra historia.

El cuadro de carencias materiales, de enfermedades y de dificultades para acceder a los pocos bienes disponibles crea un clima espiritual tormentoso. La gente siente la angustia de no poder atender ya ni siquiera las más elementales necesidades. No habrá entonces alegría en casi la mayoría de los hogares venezolanos.

En medio de ese clima no podemos olvidar la política. Tenemos que recordar que precisamente ha sido la mala política la que nos trajo esa tragedia.

La mala política del estatismo y del militarismo corrompido que destruyó la democracia, abrió la puerta a la violación masiva a los derechos humanos, y permitió el saqueo de nuestras riquezas a manos de una camarilla política y militaron insensible, que en nombre de una revolución destruyeron material y espiritualmente a nuestra patria.

La mala política de una dirigencia opositora que ha cedido ante los antivalores del individualismo y el egoísmo. Que no ha querido entender la magnitud del dolor de nuestro pueblo y que ha priorizado sus aspiraciones personales y partidarias, antes que el supremo interés de salvar a nuestro país de la inmortal dictadura comunista que nos somete y humilla.

Esta Navidad debe convocarnos a un gran sacudón espiritual para que podamos preparar nuestra mente y nuestra alma para impulsar una nueva política.

Necesitamos una nueva política. Buena y patriótica. Que ponga por delante el bien común. Vale decir el interés superior de salvar de la miseria y de la desesperanza al pueblo venezolano. Que tenga como su única prioridad la liberación de la nación de las manos de la camarilla roja que la ha destruido.

Esta Navidad es momento oportuno para abogar por la buena política. Por una política inspirada en el Jesús que nace en el pesebre. Que muestre con hechos nuestro verdadero amor al pueblo que sufre.

Para ello debemos renunciar a las ambiciones y las vanidades.

Debemos construir un consenso para presentarle al pueblo venezolano un proyecto político verdaderamente unitario, que lo motive y entusiasme a salir con firmeza y decisión a derrotar política y electoralmente a la dictadura en las elecciones que están obligados a convocar en el nuevo año 2018.


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